«No me gusta que me digan que no puedo»
Pesadez y mareo fueron las señales de un diagnóstico que tardó tres años. Con 45, Susana se lanzó a los brazos de la asociación granadina
Pesadez en las piernas, mareo continuo, cosquilleo, problemas de visión, fatiga... son algunos de los síntomas de la esclerosis múltiple, una enfermedad autoinmune crónica que afecta al sistema nervioso central y por lo que los dos hospitales referentes de Granada, el Virgen de las Nieves y el Clínico San Cecilio, atienden a día de hoy a cerca de 1.500 personas. A menudo, los diagnósticos son tardíos, pero los tratamientos han avanzado con los años. No obstante, la mayor parte de los recursos se siguen concentrando en las asociaciones. En la provincia, solo hay una y ha abierto sus puertas a IDEAL con motivo del Día Mundial de la Esclerosis Múltiple, que se celebra este viernes.
En el municipio metropolitano de Armilla, en la calle Quinto Centenario número 1, este pasado jueves no paraba de entrar y salir gente. Allí se encuentra la Asociación Granadina de Esclerosis Múltiple, fundada hace 35 años y de la que actualmente se benefician 500 personas. De estas, 180 son afectadas; el resto, familiares y cuidadores. Eran poco más de las once y media de la mañana. Todos los profesionales estaba ocupados impartiendo sus talleres. Hora punta. En el pasillo, unos pequeños rótulos indican quién se esconde tras cada puerta. Logopedia, trabajo social, psicología, rehabilitación...
Para atender a quienes tienen que hacer alguna gestión está Victoria, la administrativa, en una salita a mano izquierda, nada más entrar a la sede. Aunque no lleva mucho tiempo en la asociación, saluda sonriente a cada usuario que pasa por delante de su pequeño despacho. Mientras ayuda a una mujer con el pago de una terapia, con una sonrisa más grande si cabe llega Susana Párrizas. A esta granadina, residente en Churriana de la Vega y que hoy tiene 54 años, le diagnosticaron esclerosis múltiple hace ya nueve, cuando tenía 45. La pesadez en las piernas y el mareo continuo fueron las señales.
«Me encontraba rara. Estaba todo el rato mareada y arrastraba la pierna izquierda al caminar. Me pesaba mucho»
«Me encontraba rara. Estaba todo el rato mareada y arrastraba la pierna izquierda al caminar. Me pesaba mucho. Así que fui al médico de cabecera, pero no sabía qué podía ser. Me mandó antidepresivos», comparte con este periódico. Sufrió varias caídas, incluso se rompió la clavícula, y solo después fue derivada al neurólogo de urgencia. Le hicieron un TAC. «Algo tienes», le dijeron. Ingresó entonces en el antigo Clínico, hoy conocido como hospital Doctor Olóriz. Pasó una semana ingresada sometiéndose a todo tipo de pruebas, desde una resonancia hasta la punción lumbar. Le diagnosticaron entonces esclerosis múltiple remitente recurrente. Pero los síntomas empezaron en 2013. El diagnóstico tardó tres años en llegar.
Cuestión de actitud
Que la esclerosis múltiple sea remitente recurrente significa que se desarrolla por brotes. Después de diez o doce años, el deterioro se vuelve progresivo. Pero a Susana solo le preocupa tener «buena actitud». «Ahora voy un poco más lenta y me apoyo en un andador, incluso en mi scooter si la distancia es larga, pero lo intento llevar con la mayor dignidad posible», admite.
Hoy, esta granadina trabaja como administrativa en el Servicio Andaluz de Salud. Es eventual por discapacidad, así que tiene cerca el baño adaptado. Trabajar le hace sentir «mejor, más feliz». «Yo me siento muy positiva. No me he puesto trabas ni impedimentos y no me gusta que me digan que no puedo porque claro que puedo. No me gusta que me digan que no puedo, porque claro que puedo», subraya.
Pero, las cosas como son, la esclerosis múltiple puede cambiar por completo una vida. Lo hizo con la de Alfonso Alfaro, de 56 años. Deportista, corría habitualmente, y empezó a notar que la pierna derecha se le quedaba «un poco floja». «Fui al médico y me operaron de periostitis, pero no mejoró. Poco después, me dio un brote y de cintura para abajo me quedé como almohadillado», cuenta.
Le hicieron las pruebas pertinentes y pusieron nombre a lo que le pasaba. Alfonso, que trabajaba como técnico deportivo de la Diputación de Granada y era profesor de esquí, tuvo que pedir la incapacidad permanente. Hoy, puede conducir, «afortunadamente», pero necesita una muleta para moverse por casa y una silla de ruedas o eléctrica para tramos largos. Eso sí, en la asociación granadina ha encontrado consuelo y esperanza y, sobre todo, en su presidenta, Caridad Peregrín, que conoce de primera mano los obstáculos que supone esta patología que aparece entre los 20 y los 40.
Gracias a personas como ella, Alfonso lo tiene claro. «Estoy muy limitado, pero nadie es tan empático como aquí. Así, yo supero todas las barreras».
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