Borrar
Angustias. Torcuato Fandila
Arquitectura del miedo

Donde Carmen se ocultó de las bombas

Tres niños de la Guerra Civil narran sus recuerdos en los refugios antiaéreos de Guadix que el Ayuntamiento planea recuperar

Sandra Martínez

Domingo, 17 de septiembre 2023, 00:08

Comenta

Carmen fija la mirada en los restos de arcilla que conforman las cuevas del barrio de la Estación y los reconoce al instante. Han pasado más de 70 años desde la última vez que cruzó las vías para acceder a su interior en busca de un lugar seguro donde protegerse de las bombas, pero su memoria todavía guarda –intacta– el recuerdo del camino que marcó el inicio de su vida. Ubicado justo enfrente del colegio en el que ella y sus compañeros atendían a las clases, eran sus propios profesores quienes, al sonar las sirenas, los dirigían hasta el espacio que funcionó como refugio en el barrio de la Estación para escapar del horror. «Íbamos en fila, cogidos de la mano de uno en uno para que nadie se perdiera», explica. «Permanecíamos allí horas. A veces incluso días... Hasta que se hacía de noche, dejaban de caer los misiles y podíamos volver a casa», añade.

Si en las grandes ciudades –como Madrid o Barcelona– los túneles del metro se convirtieron en refugios improvisados en plena Guerra Civil, en Guadix fueron sus cuevas. Viviendas escondidas en arcilla que, durante los primeros años del conflicto, fueron la mayor garantía de seguridad hasta que nacieron los refugios antiaéreos que aún se conservan en el municipio. Las entrañas de esta historia –lejana en el tiempo, pero todavía oculta bajo sus calles– es lo que pretende recuperar el Ayuntamiento de la ciudad, que trabaja en el desarrollo de un acceso público en el refugio de la plaza de la Catedral; en la rehabilitación del refugio del Almorejo y en el ubicado en la placeta del Rosario y Cañada Perales; todo ello a través de una subvención que ha solicitado al Grupo de Desarrollo Rural de la comarca con el objetivo de abrirlos al público y desarrollar en ellos eventos culturales.

Mientras los ojos de Carmen penetran en los huecos por donde se entraba a los largos túneles, la mujer recuerda a la perfección el tiempo en el que las sirenas aéreas retumbaban por toda la ciudad para advertirles del peligro. «Las ráfagas de alerta sonaban de forma constante. No importaba la hora. A veces empezaban por la mañana y otras, de madrugada. Correr hacia los refugios a cualquier hora del día se convirtió en nuestra rutina», asegura.

El temor que menciona Carmen es también expresado por Angustias que, en la otra punta de la ciudad, se protegió de las bombas en el barrio en el que la tierra te abraza. Guadix se sirvió de su mayor singularidad y numerosas cuevas abandonadas se habilitaron como refugios.

Carmen, con una coetánea. Torcuato Fandila

«Nos reuníamos todos los vecinos en cuevas que eran seguras. Las horas se convertían en una eternidad. Dentro solo había silencio. Nadie se atrevía a hablar, solo deseábamos dejar de escuchar el sonido de las sirenas», dice. Los habitantes del barrio de las Cuevas aprovecharon sus hogares durante los primeros años del conflicto hasta que se edificó el refugio de la Cañada Perales. Angustias, la mayor de cuatro hermanas, cuidaba del resto mientras su padre se acercaba a alguna ventana para ver si los aviones habían dejado de sobrevolar el cielo. «Sabíamos cuando entrábamos, pero no cuándo salíamos». Las horas muertas que duraban los bombardeos las aprovechaban para coser o hacer cestas de mimbre. Seguían directrices sobre cómo comportarse en su interior y sobre la importancia de no salir hasta varios minutos después de que dejaran de sonar las alarmas. Se aseguraban de tener siempre en su interior alimentos básicos para subsistir por si alguna explosión bloqueaba la puerta de salida. «Había muchos días en los que no teníamos nada que llevarnos a la boca», recuerda. «Solo había miedo, miseria y todo tipo de calamidades», añade.

Al igual que Angustias, a sus 92 años, Torcuato también guarda en su memoria «el laberinto de pasillos excavados bajo la tierra» del barrio de la Estación en el que se escondía. «De uno se pasaba a otro. Así era más fácil desplazarnos y se podía acoger a más gente. Había cientos de personas, no cabía ni un alfiler más», destaca. «Los refugios tenían una puerta de entrada y otra de salida para evitar quedar atrapados si alguno de estos puntos resultaba bloqueado por las explosiones», afirma. «Andabas y te sumergías en la profundidad de sus túneles, pero nunca dejabas de escuchar el sonido de las bombas y de las alarmas», destaca.

Guadix: ciudad refugio

A finales del verano de 1936, llegaron a Guadix numerosos desplazados. Algunos procedían de la zona rebelde y otros muchos venían de localidades inmediatas de la línea de combate. «Aquello era espeluznante. Los trenes venían a rebosar, la gente sobresalía por encima de los vagones», asegura Carmen. Mujeres, niños y milicianos que habían llegado a Almería procedentes de la 'Desbandá' de Málaga se refugiaron en una ciudad que, durante el conflicto, duplicó su población y llegó a tener más de 30.000 habitantes.

Esto, unido a que el municipio se convirtió en un objetivo militar por su ubicación estratégica –era el nudo de conexión ferroviaria con Almería y Murcia–, explica la necesidad de desarrollar refugios antiaéreos y de aprovechar cualquier rincón para la protección civil. «En ningún otro punto de la provincia republicana hubo tanta necesidad de refugios como en Guadix», señala el profesor de la Universidad de Granada experto en Técnicas de Conservación del Patrimonio, José Manuel Rodríguez Domingo, en su obra 'Ciudad refugio. La defensa pasiva en Guadix durante la Guerra Civil'. Se elaboraron listas de casas óptimas que funcionaron como refugios, casas sin ventanas al exterior ni obstáculos en su interior y salidas franqueables. A ello se le unieron las bodegas, que también adquirieron la misma utilidad. La precariedad de los recursos materiales –a mediados de 1938 ya escaseaba el cemento– marcó también el nacimiento de los refugios, donde la población de Guadix se tuvo que adaptar a su fisonomía y recurrir así a sus refugios naturales.

Sótanos, criptas de iglesias, minas de agua y numerosas cuevas se convirtieron en el los mejores aliados de una población civil que sufrió los primeros bombardeos en agosto de 1936 y que vio nacer un año después los numerosos refugios subterráneos que todavía se esconden bajo la ciudad y que se dividieron en dos tipologías, de mina o de cámara. Los primeros, estaban completamente excavados en la tierra –refugio del paseo de la Catedral–, mientras que los segundos se construyeron con hormigón y arena en puntos clave.

Musealización

Numerosos portones de metal conforman el territorio de Guadix. Pequeños rincones entre sus calles que pasan desapercibidos y que suponen la entrada al conjunto de refugios en los que jugaron numerosas generaciones de niños durante décadas tras la guerra. Quienes los conocen bien, afirman que «se podía caminar en su interior hasta media hora sin encontrarle un fin» y que «en sus pasillos era imposible no perderse». Aunque tras los años de la Guerra Civil se camuflaron en la ciudad, siempre se ha tenido constancia de su existencia, motivo por lo que a principios de siglo se empezaron a recuperar.

En 2019, el equipo de gobierno del momento abrió al público el refugio situado bajo la plaza de la Catedral con el objetivo de exponer a la sociedad esta parte de su historia. La pretensión del consistorio actual es ejecutar una puerta de acceso directa al mismo, ya que la entrada se realiza a día de hoy por una propiedad privada. Además de la rehabilitación de estas cuatro nuevas galerías, también se pretende desarrollar en los espacios una recreación de los años del conflicto a través de imágenes y sonidos con una decoración propia de la época con el objetivo de que puedan ser visitados y se conozca así la historia detallada del municipio en el marco de la Guerra Civil.

De los abundantes refugios antiaéreos que se desarrollaron en Guadix en el marco de la Guerra Civil, Rodríguez Domingo señala que se conservan y localizan unos 12. A los señalados anteriormente se le unen el refugio ubicado en el parque Pedro Antonio de Alarcón, el situado en el barrio de la Estación, el refugio del Callejón del Moral, así como los túneles ubicados en la calle Tena Sicilia o en Eras de Lara. «Había uno por cada barrio», determina acerca de la que él denomina «arquitectura del miedo», que se empezó a organizar en Guadix a finales de 1936 y que se aceleró en la primavera de 1937, tras los bombardeos de Guernica y Almería. El centro de la ciudad fue donde se hizo una mayor labor de ingeniería y donde se construyeron un mayor número de túneles subterráneos. Las criptas de las iglesias –Santa Ana, la Catedral o Santiago– que durante la Guerra Civil mantuvo con vida a sus ciudadanos.

Un total de una decena de galerías forman una ciudad subterránea que aún perdura en la memoria de los niños que crecieron y se refugiaron en ellos, pero que, a día de hoy, prefieren dejar atrás. «Todavía recuerdo el sonido de las de las sirenas cuando anunciaban el inicio de los bombardeos. Ese fue el principio de mi vida y así será hasta que Dios quiera. No hay motivo para volver a estos lugares ni siquiera de visita. Hay lugares que es mejor guardar sólo en la memoria», sentencia Carmen más de 80 años después de haber pisado por última vez el refugio del barrio de la Estación.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal Donde Carmen se ocultó de las bombas

Donde Carmen se ocultó de las bombas