Las guerras que enseñan a superar un aislamiento
Un arquitecto, una pareja de voluntarios de Cruz Roja y una científica comparten sus experiencias en Kosovo, Haití, Congo o Burkina Faso por conflictos bélicos, golpes de estado, epidemias de todo tipo, catástrofes naturales y revoluciones
Burkina Faso es uno de los países más pobres del mundo. Elena Gómez Díaz, investigadora en el Instituto de Parasitología y Biomedicina López Neyra del CSIC en el PTS de Granada, lo conoce bien. Vivió un golpe de estado con su revolución compañera en 2014. Había llegado al país africano para la recogida de muestras de sangre de niños infectados por malaria que utilizaba para infectar mosquitos en el laboratorio hasta que comenzaron las protestas con cientos de miles de personas en las calles.
Periodismo y compromiso
«Días después el ejército tomó el control del país. Había toque de queda y no podíamos salir de casa. La situación era especialmente crítica para los extranjeros». Estuvieron unas dos semanas confinados y no podían salir del país, con el añadido de que no hay embajada Española en Burkina, lo que aumenta la sensación de inseguridad.
Ahora que toda España lleva confinada una larga semana por la crisis del coronavirus y que el Gobierno ha anunciado una prórroga de este aislamiento hasta mediados del mes de abril, resulta interesante conocer de primera mano los testimonios de cuatro personas residentes en Granada que por diversas razones han sufrido un confinamiento. Ysus reacciones y experiencias.
Crisis del Coronavirus
«En un principio me preocupó mucho los experimentos que tenía en curso», recuerda Elena. «Un compañero me acercó al laboratorio para revisar mis mosquitos. No se me olvidará a la gente en la calle, el fuego, las barricadas e incluso sonidos de disparos en la lejanía. Fue la última vez que pisé el lab hasta que pasó todo. El experimento se salvó gracias a los técnicos burkinabés».
De la experiencia destaca «la incertidumbre de no saber qué iba a pasar y cuánto tiempo iba a durar aquello. También recuerdo curiosidad de conocer las motivaciones del pueblo».
Recomienda ahora «que no se piense en qué ocurrirá mañana. Que se vaya paso a paso como dicen en algunos lugares de África como Madagascar: 'Mora mora'. Que aproveche para pasar tiempo si puede con sus padres, hijos, hermanos, ese tiempo que el ritmo frenético de nuestros días no nos deja disfrutar».
Para terminar, como científica recomienda a la gente que confíe en la ciencia. «Que valore el sistema de sanidad público. Y que cuando vaya a votar en las próximas elecciones se acuerde de esto mismo y que lo siga haciendo en todas las que vengan. Porque invertir hoy en ciencia son futuras soluciones para los retos del mañana. Vivimos en un mundo globalizado, los patógenos no conocen fronteras».
Adaptarse como un camaleón
Jordane y su marido Pierre son una pareja francesa que vive en Granada desde hace cinco años. «Es nuestro campo base familiar. Trabajan para Cruz Roja internacional. Elegimos mudarnos aquí porque necesitábamos aprender español para nuestro trabajo. Nos gustó el tamaño medio de Granada, su riqueza multicultural y la proximidad de la naturaleza».
Jordane sufrió confinamiento por primera vez en la capital de Haití. Había acudido a paliar el desastre natural del huracán Mattew. Había elecciones presidenciales con riesgo de conflicto, así que todo el equipo de Cruz Roja entró en hibernación cuatro días en un hotel, sin poder salir. También lo sufrió en Mozambique, destinada por los efectos del ciclón Idai. Lo que se encontraron fue una situación de criminalidad y de secuestros de personas extranjeras. «Durante el día, podíamos ir en grupos de a tres personas como mínimo. De noche estaba prohibido».
«El nivel de seguridad no cambió durante toda mi estancia. Trabajábamos en un campo base construido con carpas después del ciclón al final de la pista del aeropuerto de Beira. Era difícil trabajar porque los aviones despegaban o aterrizaban cada dos por tres. No había servicios en el campo base. Teníamos que ir dentro del aeropuerto en grupos de tres». «Estábamos alojados todos en un edificio cerrado con paredes con alambre de púas. Nos transportaba un autobús del campo base al alojamiento».
Con toda esta experiencia, sorprende que Jordane destaque el acceso a la información veraz y confirmada para sobrevivir durante un aislamiento, aunque razón no le falta. «No escucho los rumores. Me enfoco en fuentes de información segura, aplico las medidas escrupulosamente de manera constante y disciplinada. Me da confianza y me permite adaptar mi vida como un camaleón».
Enterramientos por ébola
Pierre Grandidier es la pareja de Jordane. Ha tenido varias misiones en países en crisis, mayormente después de un desastre natural, pero también por hambruna o epidemia. Ha estado en Filipinas, Burundi, Nepal, Haití, Kenia, Somalilandia o en la República Democrática de Congo para la respuesta al brote de ébola.
«En Congo fui coordinador de gestión de la información durante cinco semanas, en Beni, que era el epicentro tanto de la epidemia, como del conflicto armado que está activo desde hace años. Nuestro trabajo era responsabilizarnos de los enterramientos dignos y sanos de los fallecidos por ébola».
Lógicamente, por razones de seguridad sanitaria y por el conflicto armado, «toda la misión tenía con restricciones de movimiento muy estrictas». Tuvieron varios episodios de aislamientos totales en los dormitorios por los ataques. «Pero fueron muy cortos, así que no fueron suficiente para aburrirnos o sentir pánico. Con la cantidad y la intensidad del trabajo, el tiempo volaba».
Respecto a la situación actual considera que «es un reto enorme, pero también una oportunidad para tomar un poco de distancia sobre la vida que tenemos. Preguntarse lo que es importante, de verdad. Pensar que antes de la epidemia teníamos muchos privilegios sin darnos cuenta. Que no valoramos la suerte que tenemos de poder desplazarnos libremente, sin miedo. De poder ir al campo disfrutar de la naturaleza».
«Pero no la cuidamos», reflexiona Pierre. Y añade, preocupado :«Es muy probable que este aislamiento dure dos meses. Y que se repetirá otra veces, como la gripe, que regresa cada año».
Sin conexión a internet
Francisco Montañés Garnica estuvo destinado en Pristina, Kosovo, entre 2004 y 2008. Es arquitecto y estaba al mando de la unidad técnica del programa de reconstrucción de las iglesias y sitios religiosos ortodoxos serbios dañados en varias ciudades de Kosovo durante las revueltas de marzo de 2004.
«Durante los cuatro años que pasé en Kosovo estuvimos recluidos en varias ocasiones, coincidiendo con situaciones en las que la seguridad del personal expatriado podía estar en riesgo. La población de Kosovo estaba cansada de ser administrada por Naciones Unidas desde 1999 y había sectores bastante hostiles con la comunidad internacional. Esta impaciencia se puso de manifiesto en los disturbios de marzo de 2004, que dejaron catorce muertos y centenares de heridos, además de múltiples daños materiales, sobre todo en viviendas e iglesias serbias».
El periodo más largo que sufrió de aislamiento fue en marzo de 2005. «Duró unos cuatro o cinco días, si mal no recuerdo. Nos habíamos preparado para resistir bastantes más y teníamos agua y víveres suficientes en casa. Vivía solo en un apartamento bastante cómodo y bien caldeado en el centro de la ciudad (nieva y las temperaturas son bajo cero en Pristina), pero había cortes de luz bastante largos todos los días, aunque a eso ya nos habíamos acostumbrado».
Resume que «la sensación no era tanto de miedo como de inquietud. Nos habían preparado para los distintos escenarios de seguridad y sabíamos que la situación se podía descontrolar en cualquier momento. Estábamos pendientes de todas las notificaciones que nos enviaban y además contábamos con un radio transmisor conectado al canal de seguridad de Naciones Unidas. Conocíamos los procedimientos de evacuación, pero afortunadamente no tuvimos que ponerlos en práctica».
Al final todo se quedó en algún incidente aislado.El más grave fue el atentado que sufrió el presidente Ibrahim Rugova. Salió ileso. «La explosión la oí desde casa y desde ese momento hasta que se aclararon los hechos estuvimos en alerta pensando que igual teníamos que ir al punto concertado de reunión o esperar un rescate».
Recuerda su aislamiento como que «el tiempo transcurría lento y buena parte lo pasaba tratando de informarme sobre la situación, viendo las noticias en la televisión (teníamos acceso a canales internacionales a través de antena parabólica) o hablando por teléfono con los compañeros. En aquel momento no había conexión a internet en casa. También pasé bastante tiempo leyendo, sobre todo durante los frecuentes cortes de luz».
Y las anécdotas: «Lo más curioso es que te asomabas al balcón y veías a la gente haciendo su vida normal mientras tu estabas recluido, lo cual era bastante frustrante».
Y la experiencia aprendida:«El aislamiento indeseado es una experiencia vital que te saca de tu zona de confort y te hace pensar, reflexionar y cuestionarte muchas cosas de tu vida. Te hace valorar todo lo bueno que tienes en tu vida cotidiana y lo que puedes perder, sobre todo la libertad de movimiento y reunión. Como todas las experiencias difíciles, tiene su parte positiva y al final sales reforzado y más maduro tras superarla».
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