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Esperanza y Manuel, hija y padre, en el Hospital San Rafael de Granada. PEPE MARÍN

Esperanza y Manuel vuelven a respirar el aire de Granada

La granadina, con espina bífida de nacimiento, ha pasado tres meses ingresada en la Unidad de Ventilación Mecánica del Hospital San Rafael. Su padre, de 82 años, no se movió de su lado

Jueves, 31 de julio 2025, 22:03

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Esperanza cierra los ojos frente a la ventana de la habitación, en la tercera planta del Hospital San Rafael. Está sentada en su silla de ruedas, vehículo que le acompaña desde la cuna, cuando le diagnosticaron espina bífida. La mujer, de 50 años, tiene las palmas de las manos bien abiertas y el cuello levemente inclinado hacia arriba, orante, dejando que una luz anaranjada se pose sobre sus piernas. De pronto, Esperanza inspira por la nariz y se hace un silencio similar al de la orquesta que anuncia una balada de Schubert. Luego espira por la boca y el soplido musical mece tranquilamente los pinos y las nubes en el cielo. «Respirar –dice–. He vuelto a respirar».

Detrás, en la esquina de la habitación, un suspiro alegre. Manuel, el padre de Esperanza, tiene 82 años. Viven juntos. «Una vida muy tranquila», dice el hombre, que eleva su bigote blanco con un gesto tierno y cómplice. «Una vida muy bonita», guiña a su hija, que le devuelve una sonrisa cristalina. «Una vida religiosa. Porque somos muy creyentes. Bueno, todo lo creyentes que se puede ser. Y nos va bien. Pese a todo nos va bien. Hay fe. Siempre hubo fe».

Esperanza, tomando aire. PEPE MARÍN

Fue a principios de mayo. Encontraron a Esperanza en la cama, inconsciente, con la cara morada. «Me desperté en el hospital, no recuerdo nada». Llevaba semanas con mucho sueño, muy cansada, y había pasado una bronquitis. No era consciente, pero su cuerpo le estaba mandando señales: sufría una insuficiencia cardiorespiratoria severa. Al salir de la UCI, ingresó en la Unidad de Ventilación Mecánica del Hospital San Rafael-San Juan de Dios, una unidad única en Andalucía Oriental. Aquí, los pacientes pasan de dos a cuatro meses ingresados para aprender a respirar otra vez. Un reto nada sencillo para el que necesitan una máquina ventiladora con la que tendrán que convivir a diario.

Esperanza ha pasado tres meses ingresada en San Rafael. «Tres meses entrenando para volver a respirar», sonríe. «Me pongo el respirador toda la noche y luego, en la siesta, un par de horas más. Ya forma parte de mi rutina. Estoy deseando recuperar mi vida».

Manuel, escuchando a su hija. PEPE MARÍN

«Yo tengo la silla en el culete, no en la cabeza»

Esperanza Fernández Alonso no para. «Yo tengo la silla en el culete, no en la cabeza», bromea. Le encanta pasear, escuchar música y recoger a sus sobrinos del colegio. Los martes asiste a clases de teología en el IES Virgen de Gracia y es hermana de la Virgen de las Angustias. Todas las semanas ayuda a las Hermanitas del Cordero en su convento, en la calle Paz. «Gente que no tiene qué comer va allí. Preparamos la comida, las mesas, en fin, lo que haga falta». Tiene el Grado Medio en Gestión Administrativa y está deseando trabajar. «Nada me haría más ilusión que encontrar un sitio», comenta con la ventana bien abierta, por si alguien la escucha al otro lado.

«Sí, tengo espina bífida. Lo llevo bien. La he tenido siempre, así que no conozco otra vida». De pequeña sí que lo pasó mal en el colegio, donde encontró trabas en el camino. «No me dejaban hacer la comunión porque iba en silla de ruedas. En el recreo me dejaban en el aula, mirando a la pared… ¿Sabes? Por todos esos derechos luchó mi madre. Mi madre murió hace cuatro años».

Su madre, Prudencia Alonso, Puri, fue la presidenta de la Asociación de Espina Bífida de Granada. «Era una persona extraordinaria –recuerda Manuel, con la voz entrecortada–, fuera de lo común. Nos inculcó unos principios, una manera de hacer, un ejemplo a seguir. Y así seguimos en su recuerdo permanente». Manuel Fernández, jubilado, fue durante 50 años el recepcionista del Hotel América, en la Alhambra. Allí fue donde precisamente conoció a Puri, el amor de su vida.

«Mi madre trabajaba en la oficina de correos –cuenta divertida Esperanza–. Y mi padre, en vez de llevar las cartas del hotel en paquetes, las iba llevando de una en una, para verla más veces». La misma energía que gasta ahora, a sus 82 años, que sigue saliendo con la bicicleta y hace unos 200 kilómetros a la semana. «Echo de menos a Puri, era tan bonita… Pero sigue con nosotros».

«Hemos encontrado una gente maravillosa y extraordinaria en el hospital. Lo que nos han dado, se queda para siempre»

Manuel y Esperanza, con Marta, enfermera de la unidad. PEPE MARÍN

Esperanza escucha a su padre y se le saltan las lágrimas. Pero está feliz, respirando fuerte el aire que entra por la ventana. Llaman la atención sus zapatillas rosas. «Me encantan –dice–, me las ha regalado Eva, la enfermera de la mañana». Entonces, padre e hija cogen carrerilla y hablan de Eva y de Marta Redondo, la coordinadora de la unidad, y de Beatriz, la asistente social, y de todos los demás. «Hemos encontrado una gente maravillosa y extraordinaria en el hospital. Lo que nos han dado, se queda para siempre».

¿Y cuándo le den el alta, qué hará? «Pillar los 3.500», ríe a carcajadas. Luego da unos golpecitos al mando de la silla y repite: «Pillar los 3.500 kilómetros por hora en la calle, que me de el viento en la cara, bajar a Salobreña y tomarme una cervecita fresquita». Padre e hija se abrazan alegres y respiran con intensidad. Su risa es una promesa que mece los pinos y las nubes. Por algo la llamaron Esperanza.

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Esperanza y Manuel vuelven a respirar el aire de Granada