A escondidas
Relato de verano ·
manuel alejandro jiménez fornieles
Miércoles, 12 de agosto 2020, 23:48
Cariño mío, estoy cansada… Estoy harta de esconderme, de vivir furtivamente el amor que creo que solo siento yo. Empiezo a cuestionar tu sentir, empiezo a cuestionara tu corazón.
Al principio no le di demasiada importancia, pero es hoy cuando descubro que lo nuestro no es normal.
Comprendo que, al residir en distintas ciudades, nuestros encuentros debían ser en hoteles de paso, donde el amor nos fue conquistado, pero después de un año… ¿no es lógico que demos otro paso?, ir a tu casa, dormir en tu cama...
Yo, cariño, no comprendo nada; estoy cansada de visitar tu ciudad, y verte tan solo unas horas cuando estoy aquí por varios días.
Ramón, no sé de qué tienes miedo, qué o quién te asusta tanto, como para no liberar a ojos del mundo nuestro amor. Si salimos a pasear por Madrid, ni siquiera nos cogemos de la mano. Lo intenté un par de veces, y me rechazaste aquel gesto. Desistí.
Son tantos los desaires que, al pensar en ellos, no veo amor por ninguna parte. Muchas intenciones que no nos conducen a ninguna parte, porque cuando somos realidad, cuando volvemos a sentirnos con la piel, eres lo contrario a todo lo que dices cuando la distancia está de por medio…, la normalidad no es la palabra más adecuada para definir nuestra historia de amor.
Sí, comprendo que toda tu vida ahora es un desastre, que la depresión puede contigo, pero si no coges las riendas de tu vida, me perderás, y conmigo se irá todo el apoyo, no regresará la ayuda desinteresada que te presto; estoy harta de quererte y no saberme amor en tu corazón.
Todos y cada uno de tus malos modos dañan mi amor, incluso el propio. Estás cayendo en un pozo sin fondo, y pretendes, sin ser consciente de ello, arrastrarme a mí, contigo. No puedo consentirlo; si quieres caer, cae solo, el amor no lo justifica todo, o al menos así no comprendo yo el amor.
He perdido la cuenta de las veces que te tendí mi mano, en forma de salvación, la única que medio te reconfortaba era la económica; también cansa y agota saber que no haces nada por encontrar trabajo, para ocupar la mente y alejarla de tu pasado.
Me cansé de hacer el amor contigo, e intentar dormir con mi cabeza apoyada sobre tu pecho, y recibir como respuesta un grito de: ¿qué haces?
Debiste marcharte del hotel a tu casa, y no ser yo la que acabase durmiendo en el suelo, con dos sábanas y una almohada, ante tal situación que parte el alma en dos. Te he perdonado tanto, tantísimo que ni siquiera sé si me queda más perdón para este amor; porque no sé si me quieres, o no; tal vez me veas como tu salvadora, como deseo para el cuerpo y los instintos, puede que solo sea para ti el hombro sobre el que reposar tus lágrimas cuando no puedes más.
Creo que va siendo hora de decirte adiós, de despedir al amor que vive dentro de mí, que es tiempo de dejar paso al desamor para poder vivir. Jamás imaginé que lo nuestro se viviría de esta forma, que implicaría este dolor.
No te quiero así, con tus desaires, desplantes y malos modos. No quiero un amor tóxico, y, desafortunadamente, es todo y lo único que me das.
Como puedes comprobar no soy la típica chica que ruega o pide un cambio para salvar un amor. No, no soy de esas; no creo que nadie deba mendigar por amor, al amor. Uno debe saber qué es lo correcto, y qué está mal. El amor lo muestra, y es una enseñanza propia, nadie puede ni debe abrirte los ojos a cómo debe ser el amor; el amor te trata bien, siempre, con amor.
Ninguna situación justifica una mala respuesta.
Siento que encuentres esta carta sobre la cama del hotel de siempre, perdón por no estar en la habitación, como puedes ver ni siquiera está mi maleta. Reservé la habitación con la única intención de dejar sobre la cama está carta de adiós, y lo hago con todo el amor que sentí por ti. Un amor que esta noche morirá en las calles de Madrid, sobre su asfalto quedará nuestra historia, donde nadie supo nunca de un amor que se escondía entre las cuatro paredes de una habitación de hotel. Un amor que jamás vio la luz, que nunca fue libre, al que, como verdugo, tú le impusiste una cadena que nunca lo dejó ser libre.
Adiós.
Noelia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión