«En otra época él hubiera tenido un entierro con muchísima gente»
Cuando José falleció, los aforos seguían limitados y los abrazos 'prohibidos', así que no pudieron homenajearle como merecía
José Melguizo sintió un flechazo por Pilar del Río con 17 años. «¿Dónde estaba esta niña tan bonica, que no la había visto?», dijo al verla. Se enamoraron perdidamente y vivieron una vida feliz. 'Hasta que la muerte nos separe', dijeron al casarse, y así fue. En mayo de 2020 él se fue, a los 90 años, no por covid, pero sí a consecuencia de él, asegura Pilar. Este 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, pondrá velas en su casa y rezará para recordar al amor de su vida.
Fue en febrero de aquel año cuando José empezó a notar que, al orinar, salía sangre. Le derivaron a Urología, pero la cita se la dieron para semanas después. La situación fue a peor y tuvo que volver al hospital. «Tenía un problema en la vejiga y había que limpiarlo, nada grave. Le mandaron a casa y dijeron que ya nos llamarían», recuerda ella. Justo entonces estalló la pandemia. Y la llamada nunca llegaba.
Durante los coletazos más duros del coronavirus, se pasaron los días acudiendo a Urgencias o recibiendo a los sanitarios en casa. El estado de salud de José fue empeorando a pasos agigantados. Cuando llegó la operación a finales de abril ya estaba demasiado débil, e incluso había empezado a tener delirios. Le intervinieron una segunda vez, pero José ya se estaba apagando. Falleció el 21 de mayo. «Si lo hubieran operado cuando tocaba quizá seguiría vivo. A los que tenían operaciones pendientes los abandonaron a su suerte», lamenta su mujer.
Sin los abrazos necesarios
En aquella época el límite de aforo en velatorios era de 15 personas en espacios cerrados, mientras que el funeral quedaba restringido a 35 asistentes, unos números muy insuficientes para una persona tan querida. «En otra época él hubiera tenido un entierro en Dílar con muchísima gente, todo el mundo lo quería. No se merecía una muerte así», apostilla su mujer.
Pilar recuerda la falta de abrazos y besos, estaban «aterrorizados» por si se contagiaban por covid. «Necesitaba el cariño de mi gente. Lo recuerdo muy triste, porque estábamos la familia justa y al llegar la noche se fueron del tanatorio. Fue todo muy solitario», lamenta. Al funeral acudieron algunos más, pero con mascarilla en todo momento y sin sentir ese abrazo que reconforta. «Algunos me hacían a lo lejos un gesto con la mano para darme el pésame», añade.
Brindar por él
El homenaje que él hubiera querido, sin duda, era que su gente se reuniese para charlar y reír. En cuanto la pandemia lo permitió, bastante tiempo después, así lo hicieron. Brindaron por él y lo siguen haciendo. Además, María José, una de las dos hijas de Pilar -con síndrome de Down- le recuerda a su madre el día 21 de cada mes que tiene que ir a misa. «Me dice que vaya porque es el día de papá. Nos ha dejado muy solicas», manifiesta la dilareña.
Para evitar el jaleo del camposanto durante el 1 de noviembre, la familia acudió hace unos días a limpiar el nicho de José y colocarle flores. Pilar aprovecha siempre que acude al cementerio de Dílar para hablarle a su marido. «Le digo que me espere, que llegado el día yo también estaré ahí, a su lado. Cuando vivía él solo quería que estuviéramos de la mano, así que llegado el momento nos la daremos para consolarnos y así estaremos, tan junticos», cuenta la dilareña. Como ella dice, lo echa «muncho» de menos. Este Día de Todos los Santos lo tendrá, si cabe, más presente aún.
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