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Hacer un voluntariado siempre había sido el sueño de Carolina de Damas y el pasado noviembre, por fin, pudo cumplirlo. A esta granadina, enfermera del Hospital Santa Ana de Motril, el gusanillo de la cooperación le picó hace tiempo, cuando vio que un barco hospital atracaba en Tenerife. Desde entonces, no paró de informarse. Así conoció Global Mercy, el buque hospital civil más grande del mundo y el primer hospital flotante construido expresamente para la organización humanitaria Mercy Ships. Sintió la llamada de África y, permiso concedido, se embarcó en la aventura de su vida.
Carolina no lo dudó. Después de que la organización, con sede en Texas, le dijera que había sido aceptada, viajó de Madrid a Bruselas, luego a Conakri y, por último, a Freetown, capital de Sierra Leona, su destino. Una vez allí, tocó un baile de autobús, barquito, otro barquito, otro autobús, coche... Fueron tres horas y media hasta llegar al buque. «Estaba muy nerviosa, pero aquel día éramos once nuevos. Curiosamente, no compartíamos nacionalidad ninguna», cuenta.
Fueron solo veinte días, pero qué veinte días. Cuando llegó, le asignaron un camarote; lo compartía con una chica de Dinamarca. Carolina no tardó en dar una vuelta de reconocimiento. «Aquello era una ciudad. Había un hotel incluso un colegio para los niños porque algunas familias van enteras al barco. La supervisora de quirófano, por ejemplo, llevaba allí nueve temporadas. Hay gente que deja toda su vida», dice, convencida de que ella repetirá.
Los primeros días, Carolina tenía tiempo para conocer la zona, pero vio que en un quirófano estaban operando y entró. Enfermeros, anestesista y cirujano estaban en plena acción. De este último solo hay un profesional por sala, «así que el enfermero cobra más protagonismo». «Ves la cirugía en primer plano y eso me gustó mucho», admite. Recuerda especialmente a una niña de ocho años que llegó con el brazo doblado y la mano pegada por una quemadura. «En España, vas al hospital y te hacen curas para que esto no pase. En África, las cocinas están en el exterior, las ollas sobre un fuego, y las quemaduras son habituales», explica.
El Global Mercy también trata hernias, deformaciones, labio leporino y cataratas, entre otras patologías. Solo en 2024, realizó 4.691 cirugías. También ofrece rehabilitación. De hecho, los fisioterapeutas «entran a veces a ver la cirugía para adecuar el tratamiento», que continúa en una especie de centro de atención primaria fuera del barco. «Entre el hospital y su pueblo perdido del mundo tiene que haber un punto medio», apunta Carolina; si no, las heridas se infectarían. Además, la organización forma a locales para que cuando el barco se vaya puedan seguir atendiendo a los pacientes.
Por si fuera poco, en este buque hospital, que en 2024 surcó los mares hasta Sierra Leona, el paciente siempre tiene un traductor a su lado, incluso en quirófano. La realidad es que el proyecto nace en América y «si los pacientes vienen de un poblado, tener a alguien de su país que hable su idioma les tranquiliza». Todos los voluntarios ponen de su parte para que la experiencia esté llena de empatía y solidaridad.
Carolina tiene claro que quiere volver. «La plaza llega tarde o temprano. Hasta los setenta años que nos jubilamos hay mucho tiempo», dice. Pronto pedirá otro permiso, aunque esta vez de casi cuatro meses. Quiere sumarse al África Mercy, el otro barco de Mercy Ships. Viajará a Madagascar en verano. «Vida solo hay una».
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