Diálogos con Gaviola
Relatos de verano ·
lázaro torregrosa
Lunes, 13 de julio 2020, 17:34
No me hagas esas preguntas, porque no sabré responderte. No me mires con esos ojos de gaviota recelosa porque yo estoy viendo lo mismo que tú, y no me lances esa escéptica mirada porque todo lo que presencias es real. Posada sobre la baranda del balcón me observa a través del cristal de la ventana, gira su cabeza hacia la avenida solitaria y me muestra su ojo de botón de fanfarria, luego hacia el mar y exhibe el otro con su contorno maquillado de rojo pastel, y vuelve a mirarme sin atreverse a decir nada, pero rogando una explicación. Tiene sus desconfiados ojos clavados en mí y yo no me atrevo a parpadear para no ahuyentarla, y así permanecemos largo rato; yo buscando una respuesta y ella esperándola.
Le extrañan las calles desiertas y los autos estacionados. Ni rastro de humanidad. Pero, ¡cómo le digo que la vida se ha detenido esta mañana!, ¡cómo le explico que la tierra sigue girando, girando y pariendo amaneceres, pero nuestro mundo está quieto!, como se para el mundo de las hormigas cuando barruntan tormenta.
La veo desaparecer entre los edificios del malecón con su vuelo fácil y presuntuoso, pero tras una docena de instantes regresa a la ventana y me vuelve a dirigir la misma mirada inquisidora, como decir: «Te he dado tiempo para que busques una explicación convincente».
Pero cómo decirle que la vida de ayer, ya no es la vida de hoy. Cómo explicarle que el de hoy es un planeta sin vida. Bueno…, la vida existe, pero es de reclusión forzosa que es como si no fuera vida, porque la esencia de la vida es la libertad del vuelo libre. Cómo aclararle que la ciudad es como un sabana desértica donde los suricatos están guarecidos por la amenaza de un depredador. Pero aquí el predador es un microbio invisible pero letal. Es un 'culi valis' traicionero convertido en pandemia que se propaga con mucha rapidez y ataca a los seres más indefensos de la manada.
Hoy me visita de nuevo y la desconfianza se ha tornado en recelo. Su mirada es menos incisiva pero igual de confusa. He de decirle que ahora no pueden dedicarse a aplicar su venganza favorita, no pueden bombardear objetivos humanos con sus gallinazas. Porque las gaviotas son aves capaces de aligerar el vientre en pleno vuelo.
Con su garganta desagradable y voz de cantaor trasnochado, me pregunta la causa de la desaparición de la gente, pero cómo le explico que todos están escondidos por mandato de la Dirigencia y por el miedo al microbio. Me interroga sobre el motivo de mi reclusión y el ánimo de mi rictus, y yo le quiero responder que una cosa es el 'Estado de Alarma' y otra el 'estado del alma'.
Me abandona, presumiendo de su vuelo majestuoso, con el mensaje en su pico y se posa en la cornisa de un edificio cercano, y desde aquí puedo verla discutir con sus congéneres, aletea y estira el cuello para enfatizar su mensaje, y puedo escuchar sus diálogos estridentes y la disparidad de criterios.
Pareciera ciencia ficción, donde un arma química hubiera eliminado toda rastro de vida humana sin afectar las edificaciones. Podría imaginarse que el planeta ha caducado sin remisión. Pero no, no está muerto porque las olas siguen jugando en la playa y la brisa bambolea las ramas de los árboles.
Todas las mañanas me visita a la misma hora con su impecable traje blanco, pero su altanería no oculta la confusión en sus ojos. Mira hacia la arboleda, mira hacia las olas y me mira a mí, y sé que pregunta por las criaturas. En el plasma de sus ojos puedo ver su extrañeza. Los humanos, aunque les embarullan su existencia, les aportan sustento, compañía y diversión.
El recelo va mutando en amistad. Me dice su nombre, con un estruendoso monosílabo, pero no logro entenderla, y me recreo en su impoluto vestido blanco con el chal gris sobre los hombros, en su largo pico amarillo adornado con un coqueto punto de carmín, y calza borceguís a juego con el pico. Su estampa es un lienzo de trazos simples de claroscuros, adornado con dos brochazos de azafrán y una mancha de carmín. Es un copo de nieve con toquilla de ceniza, dos flores de retama con una mariquita sobre una de ellas. Esta gaviota patiamarilla, de elegancia suma, es mi Gaviola.
La conmino a que disfrute de su vuelo pero manifiesta que, aunque tiene libertad para navegar, la desazón por la ausencia del ajetreo humano le impide disfrutar de su privilegio. Y así pasamos las semanas, ella me pregunta a mí y yo le pregunto a ella. Me traslada sus dudas pero yo no tengo certezas y no sé si logro consolarla. Con el diálogo telepático intentamos aportarnos respuestas y complacencias. Y así transcurren los días, ella me visita pero yo no puedo devolverle el detalle.
La nueva normalidad
Hoy por fin nos han permitido salir y la he visto por la calle, ya no tiene los ojos perplejos ni la mirada confusa. Me ha reconocido y la confianza ya es franqueza plena. Andaba sola por la acera con aire de suficiencia y dueña del territorio, y después se ha acercado a un grupo d personas esperando turno en la farmacia, para embeber humanidad aunque reproche el puntapié en la cola.
Tras varios días de ausencia, hoy me visita de nuevo y viene con un ojo sereno y el otro turbado. ¡Cómo le explico que le dicen 'desescalada'!, ¡cómo le aclaro que a la de ahora la llaman 'nueva normalidad'! Ideas de la Dirigencia por el ansia rimbombante de redefinir conceptos diáfanos con el afán de aturdir a la plebe.
Con una mirada sellamos el pacto de aferrarnos a la resiliencia de los seres vivos y nuestra capacidad de adaptación, para seguir compartiendo los días, y poder continuar disfrutando de la gresca de las olas con las rocas y el flirteo del aire con las flores.
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