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Los refugiados, en la playa. J. MARTÍN

Un refugio contra la guerra junto al mar

23 familias ucranianas convierten Calahonda en su hogar, aprenden españoly se adaptan a una nueva vida gracias a la ayuda de lafundación San Juan de Dios

Sábado, 17 de septiembre 2022, 23:58

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Encontrar la paz en un pueblo junto al mar. 23 familias ucranianas se han convertido en nuevos vecinos de Calahonda, un refugio lejos de la guerra donde tienen una oportunidad para rehacer su vida. Las 50 personas llenan el edificio, ubicado en la calle Biznaga, junto al hotel El embarcadero y el «corazón» del personal del centro, que depende de la fundación San Juan de Dios.

Una bandera ucraniana impresa en un folio blanco adorna uno de los balcones, en el interior un montón de dibujos infantiles presiden la entrada. Entre las inocentes pinturas de casas y tortugas llama la atención la acuarela de un tanque. Entre tanto verde y gris hay espacio para el azul y el amarillo del estandarte ucraniano. «Parece que no, pero los niños se dan cuenta de todo», comenta una de las empleadas del centro.

Las familias, todas jóvenes, llegaron en mayo. El periplo migratorio de muchos de ellos empezó antes, llevaban vagando incluso por Europa dos meses. Fueron recibidos en un centro de atención de Málaga y, desde ahí, derivados a la fundación.

Andrea Castillo, trabajadora social y coordinadora del hogar de acogida, cuenta que es la primera vez que la fundación se hace cargo en un centro de los refugiados de guerra. «Algunos llegaron en su propio coche, en autobús, tren o avión pasando por distintos países durante dos meses para llegar a Málaga y se los derivó de un centro de acogida de urgencia. Estamos llenos ahora mismo, el edificio se usaba para campamentos de niños con discapacidad y para personas mayores como respiro familiar. Además de también ser un lugar de vacaciones de familias en situación de vulnerabilidad por su estupenda ubicación. La orden vio la necesidad de disponer de un sitio para acoger las familias por el drama que estaban viviendo y es la primera vez que nos hacemos cargo de refugiados, es nuevo para nosotras», cuenta Andrea.

Siete personas, entre trabajadores sociales, educadores, integradores y traductores se encargan de garantizar el bienestar de los 50 residentes. El centro se ha reformado integralmente para adecuar las instalaciones a su nueva función: ser la casa de una gran familia.

Los refugiados ucranianos disponen de alojamiento, comida, clases de español y actividades lúdico deportivas para que les sea más llevadera la adaptación hasta poder depender por completo de sí mismos. «Poco a poco se adaptan a la zona, al pueblo. Queremos que cojan independencia y autonomía; que conozcan el idioma para valerse por sí mismos y que continúen aquí con su vida, una vida que será distinta pero en paz», explica Andrea.

Irina y su familia. Aparecen con Luba, una de las traductoras del centro. J. MARTÍN

«Bastantes de ellos han conseguido empleo temporal y en septiembre comienzan los niños el colegio», añade. Sin embargo, algunas familias que estuvieron acogidas en el centro decidieron volver a Ucrania. Sus plazas las ocuparon otros refugiados.

Para los trabajadores de la fundación, la acogida ha sido todo un reto. «Ha sido un cambio en nuestro trabajo donde se han tenido que formar nuevos equipos. Yo trabajaba con personas sin hogar y ahora lo hago con personas que vienen de vivir un situación traumática en medio de un conflicto fuerte y que hablan otro idioma completamente distinto. Es una satisfacción ver cómo se sienten en casa y aprenden a defenderse en español», señala.

Irina, de 37 años, su marido Vladimir, de 39, y sus dos hijos pequeños, Artem, de 9 años, y Nazar, con un año recién cumplido, llegaron a España el pasado 16 de marzo desde Jersón. Luba, la traductora, relata que toda la familia se ha quedado atrás, la ciudad fue invadida por los rusos y les cuesta tener contacto. Irina también ha dejado atrás a uno de sus hijos, de 18 años, que está en Alemania. «Decidimos venirnos a España porque mi niño estudió español en la escuela, había un colegio español en mi ciudad, y el clima nos gustaba», destaca.

Supieron que tenían que irse el 24 de febrero, cuando vieron pasar un misil justo por encima del tejado donde vivían. Vladimir era conductor de camión, aunque de profesión es marinero soldador. Ha encontrado trabajo en un invernadero y lamenta que no han podido acceder a un piso. «Se piden muchos requisitos, allí lo teníamos todo y ahora no tenemos nada», dice. Sus hijos han empezado en el colegio y confían en que se adapten y crezcan felices, lejos del murmullo y el destrozo de la guerra.

La orden ofrece acogida a nivel nacional. En Granada, donde está la casa fundacional, cuentan también con la residencia de mayores San Juan de Dios, un hogar para adultos con discapacidad, una residencia para personas con discapacidad, el colegio de educación especial san Rafael, el Centro de Atención Infantil Temprana en el recinto hospitalario, además del hospital san Rafael y el comedor social. A nivel cultural, disponen del archivo-museo San Juan de dios casa de los Pisa y el hospital San Juan de Dios, en restauración.

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