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Francisco Rivas, Trina Romero y Pedro Morales, supervivientes y vecinos, en la rambla de Albuñol.
Francisco Rivas, Trina Romero y Pedro Morales, supervivientes y vecinos, en la rambla de Albuñol. Javier Martín

Inundaciones en Granada

50 años de la riada mortal y sin piedad de Albuñol

Los vecinos de La Rábita recuerdan la 'nube' de octubre de 1973, una tragedia que causó decenas de muertos, cambió sus vidas y el devenir de todo un pueblo

Jueves, 19 de octubre 2023, 00:14

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En la Rábita hay mayores que todavía se esconden hasta que el cielo se abre. Hace 50 años que una lluvia inmisericorde segó la vida de más de 40 personas y causó la desaparición de otras decenas, aún indeterminadas. En el pueblo de Albuñol se habla de que aquella madrugada del 19 de octubre de 1973 la 'nube' se llevó al menos a 80 de sus vecinos.

Los regueros de cadáveres bajaban por las calles, se perdían en el mar o quedaban sepultados por el fango. Los rabiteños que hoy viven para contarlo se protegieron como pudieron. Pasaron horas encaramados a los tejados bajo el granizo o refugiados en lo alto de La Rábita, entre lápidas del cementerio, donde irían luego a visitar a los amigos que perdieron. Fue la noche más larga y más clara -por la tormenta mortal- que Abuñol recuerda. Un diluvio bíblico.

La crecida de la rambla, que recopila el agua de numerosos barrancos de la Sierra de la Contraviesa taponó el puente de la N-340 que discurría justo por encima del núcleo urbano. En la madrugada de ese viernes infame, la tromba había arrasado todo el pueblo.

Los animales, coches y camiones de gran tonelaje, arrastrados cuenca abajo, cegaron el puente sobre la rambla. El viaducto hizo de presa y provocó la inundación inmediata de una parte del pueblo cuando los muros de contención cedieron, reventaron por la presión. Las toneladas de sedimento se desviaron devastando todas las viviendas que encontraron a su paso, más de 100 de los barrios de Mochila y Santa Adela. En ese inmenso lodazal quedaron sepultadas personas y sus hogares, entre ellos una construcción de cinco plantas habitado por al menos unas 25 almas. Todas murieron, algunas de ellas agonicamente ahogadas por la riada que traspasaba las puertas de las viviendas a más de dos metros de altura.

Mismo lugar de La Rábita medio siglo después

Imagen después - 50 años de la riada mortal y sin piedad de Albuñol

La Rábita sepultada por el fango hace 50 años.

Imagen antes - 50 años de la riada mortal y sin piedad de Albuñol
Ricardo Martín y Javier Martín

En aquella larga madrugada del 19 de octubre no durmió nadie que tuviera consciencia de lo que pasaba. Los rayos no cesaban y la comunicación telefónica se cortó.

No había a quién pedirle ayuda, tampoco a Dios un milagro. En La Rábita y Albuñol, cada uno de los vecinos vivió su propio infierno en la tierra, unos en solitario –una soledad más pesada que nunca– y otros acompañados por el resto del pueblo, repartían el miedo con las personas con las que cada domingo compartían paz y banco en misa.

La playa sembrada de cuerpos

«Tengo muchos recuerdos y no se me olvidará absolutamente nada», dice con serenidad y sentimiento Pedro Morales, de 82 años. Él encontró el cuerpo de uno de los vecinos más conocidos de Albuñol, José 'El Castizo'. Su hijo y su nuera dejaron a sus dos nietos, uno de ellos un bebé de once meses, en casa de los abuelos y nunca volvieron a ver con vida a ninguno de los cuatro. El cuerpo del bebé ni siquiera lo encontraron. Morales fue quien halló al vecino. Se le heló sangre al reconocerlo de lejos.

«Avisé a los que estaban retirando cadáveres de la playa, lo conocí nada más verlo en el suelo. No me podré quitar nunca esa imagen de los ojos», lamenta. A la mujer de 'El Castizo' y a su otra nieta la encontraron en Málaga, en Torre del Mar. Hasta ahí las llevó la corriente. «Después de aquello intenté ayudar en lo que pude. No podía estarme quieto. Vi también como el agua engullía un bloque entero de pisos», explica.

«Avisé a los que estaban recogiendo cadáveres en la playa para que se lo llevaran. Lo reconocí de lejos y jamás lo olvidaré»

Pedro Morales

Vecino y superviviente

A sus 87 años, Trina Romero Vargas, que en 1973 tenía 37 primaveras, no ha olvidado tampoco cómo tuvo que bogar contra las olas para reunirse con sus niñas pequeñas. «Aquel día no estuvo la cosa muy fea, se puso fea por la noche. Estábamos viviendo temporalmente en casa de Paquita, mi vecina, mi casa estaba en obras y fuimos a cerrar las ventanas», relata.

Mismo lugar de la localidad medio siglo después.

Imagen después - 50 años de la riada mortal y sin piedad de Albuñol

Inmediaciones del paseo marítimo de La Rábita hace 50 años, al fondo se aprecian los ataúdes.

Imagen antes - 50 años de la riada mortal y sin piedad de Albuñol
Imagen de 1973 cedida por Francisco Rivas. Imagen actual: Javier Martín

«Mis niñas, tengo tres y una de ellas solo contaba con 13 meses, se habían quedado en la otra vivienda. Fue salir y no poder volver. Ya iba la calle llena de agua y el cielo estaba blanco, iluminado de tanto relámpago. Nos echaron una cuerda a mi y a mi marido. El agua nos llevaba y arrastraba las sillas y las mesas de la escuela», añade . «No quería dejar a mis hijas solas, estaban llorando agarradas a las ventanas y una madre es lo que tiene que hacer. Quería estar junto a ellas, aunque la muerte allí me encontrara», comenta son serenidad. En una de las ocasiones que las olas de las ramblas remitieron, sus vecinos y su familia se armaron de valor y agarraron a las pequeñas y salieron de su casa. «Logramos escaparnos para lo alto del cementerio y pasamos allí con otros vecinos esa noche infernal», manifiesta.

«Me agarré a una cuerda y regresé a la casa para sacar de allí a mis hijas. No las quería dejar solas aunque la muerte me encontrara»

Trina Romero

Vecina y superviviente

«Pude volver a casa pronto. Pero perdimos la finca, el pozo quedó enterrado y tuvieron que traer desde Madrid planos de la vega para establecer las lindes. Cuando llovía fuerte me subía con mi familia al cementerio por miedo y estuve medio año en Almería viviendo, me costó estar en La Rábita», sentencia.

Silencios que hablan solos

Trina ya tiene bisnietos y ha podido vivir muchas alegrías, aunque también penas desde entonces. Otras madres del pueblo no salieron airosas de aquel infortunio y a una de ellas el agua le arranco a sus hijos de las manos. José Francisco Rivas era un mozo de 18 años cuando la riada cambió su pueblo. Hoy suma 68 y centenares de fotos de aquellos días que han obsesionado y truncado la vida a muchos rabiteños.

Paco rememora con claridad cómo la rutina dio paso a una noche incierta y al evento más macabro del que ha sido nunca testigo. «Yo recuerdo que sembré tomates hasta oscurecer y puse los planteros yo mismo. Mi tío Plácido estaba en el invernadero de al lado y se asomaba para decirme, él era muy vanidoso, que había cogido mala tarde para plantar», explica. «Se hizo de noche y me recogí en la casa, antes uno se recogía pronto. Dentro de la desgracia tuvimos suerte de que pasara todo por la noche porque durante el día habrían estado todos los niños en el colegio y todo el mundo en la calle trabajando», reflexiona.

«Un vecino pasó a ver si había salido la rambla, mientras mi padre, que era agricultor miraba por la ventana, las cosas de los agricultores. No tardo ni cinco minutos en volver, venia corriendo, gritando que la rambla había salido y venía calle abajo. Se había partido el murallón. Tuvimos miedo», afirma. «Nosotros no pudimos salir de casa, pero nos subimos a la terraza, que tenía chapas de uralita. Fueron muchas horas, horrible, cayendo granizo sobre nuestras cabezas. Mi tíos vivían al lado y rompimos el tabique para estar todos juntos, queríamos estar los unos con los otros. Pensábamos que cada vez venía más agua y era que estaba todo lleno de sedimentos, de gente enterrada, de coches y subía el nivel de la riada», destaca.

«Mi padre no hablaba y yo hablaba menos. Temíamos encontrarnos a los vecinos en el lodazal que era nuestra casa»

Francisco Rivas

Vecino y superviviente

«La noche siguiente pasamos la velada con otros 20 en un cortijo. No durmió nadie acordándose de las pérdidas y el susto. Mi madre lloraba por un coche recién comprado, un Renault, en el que se habían dejado ahorros. Sentimos voces fuera de la finca, salimos y venían varias personas desde Granada que dejaron el coche en Órgiva y alquilaron arrieros para poder venirse en mulos a ver si la familia estaba bien. Trajeron pan. Fue una alegría, sentíamos la solidaridad de la gente», dice como algo positivo de esa catástrofe. «Se volcaron con nosotros trajeron alimentos por mar y tierra, los primeros llegaron desde Motril», añade.

Misma casa y misma calle 50 años después.

Imagen después - 50 años de la riada mortal y sin piedad de Albuñol

Imagen de La Rábita hace 50 años con camiones enterrados en el barro.

Imagen antes - 50 años de la riada mortal y sin piedad de Albuñol
Imagen de 1973 cedida por Francisco Rivas | Imagen actual: Javier Martín

El camino hasta recobrar la normalidad fue arduo y hay heridas que aún están por cerrar en esa memoria colectiva. «El pueblo tardó mucho en recuperarse, Las ayudas no llegaban. 5.000 duros recibieron algunas familias solo. Reconstruimos La Rábita a pulso», comenta. Los días después de la riada nadie hablaba. Qué decir ante aquel evento dantesco. «Mi padre no hablaba, pero es que yo hablaba menos. En la casa una de las habitaciones olía fatal, eran de unas medicinas que se habían corrompido, pero en mi calle había desaparecido una familia entera, pasaron calle abajo y no les habíamos encontrado. Mientras quitábamos barro y escombros temíamos que estuvieran en casa descomponiéndose. Fue muy duro», indica con la mirada perdida en las fotos. «Que saliéramos vivos una mayoría se lo debemos al alcalde Octavio López, que era muy apurado y reforzó el cauce de la rambla», sentencia.

Albuñol había sufrido varias riadas, la anterior más gorda en 1921 y, antes de la 'nube' de 1973, el agua se llevó a José Pardo, la víctima que le dio nombre al fenómeno y suceso de aquel año: 'la riada de José Pardo'. Albuñol se lamió las heridas como pudo y los invernaderos se extendieron, lejos de la vega, por bancales, colinas y la playa en un intento de resurgir del lodo con más fuerza. Hasta hace poco esos invernaderos ocupaban la orilla, plásticos que han sido el pan de muchas familias durante tiempos difíciles y que ahora se han quitado para que el municipio pueda mirar al futuro, al turismo.

Nadie, aunque sus supervivientes se marchen, olvidará jamás en el pueblo la tormenta de octubre de 1973, esa nube de la que hablan todos los vecinos y marcó la historia, la crónica negra del pueblo, y que se tradujo también en una visita de los Príncipes (Juan Carlos y Sofía) para calmar el dolor del pueblo. Las riadas fueron devastadoras para las provincias de Granada, Murcia y Almería. Las peores inundaciones del siglo XX.

Foto cedida por Francisco Rivas

Historias que son patrimonio del pueblo

Imagen de la silla donde aguantoó el matrimonio. Foto cedida por Francisco Rivas

Cada albuñolense y cada rabiteño que vivía hace 50 años, tiene una historia de aquella noche marcada a fuego. Sus descendientes también han asumido, como una herencia, las historias de sus padres hasta hacerlas suyas. A todas estas historias le siguen los relatos comunes que han pasado a formar parte del patrimonio inmaterial y también doloroso del pueblo, como la vivencia de aquel matrimonio que se salvó porque permanecieron al menos cuatro horas subidos a la misma silla y abrazados mientras su casa se desmoronaba.

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