El corsé
Relatos de verano ·
georgina pérez romero
Miércoles, 29 de julio 2020, 01:01
Josephine miraba absorta por la ventana del gran salón cómo caía la nieve formando un níveo y resplandeciente manto. Estaba tan aturdida que hasta el acto reflejo de pestañear le molestaba. Los adornos en su vestido de terciopelo azul habían dejado de brillar asustados por la sangre. Su respiración agitada y el crepitar maléfico del hogar eran lo único que rompían el silencio en aquella nocturna velada de Pascua.
Volvió la vista a la alfombra de la chimenea y observó aquel rostro que en otros tiempos la embelesaba. Sus ojos casi transparentes, de un azul intenso, la observaban inertes desde el suelo; el color oscuro de la muerte les hacían parecer aún más claros. Sus facciones casi perfectas le seguían pareciendo hermosas pese a que supiera que aquel joven era el ser más miserable de la tierra. ¿Le perdonaría su padre aquel desliz navideño? Él siempre le dijo que aquel tipo solo quería desposarla por su fortuna, y que una vez conseguida la abandonaría… Mejor viuda que abandonada, nadie abandona a una Callen.
Josephine se levantó del sofá, cogió las piernas inertes de aquel ser misógino y arrastró su cuerpo hasta el jardín. Le puso su corsé, complemento del demonio, cargado de piedras, y dejó caer el cadáver encorsetado en el estanque. Le parecía divertido que desapareciera gracias al invento que hacía parecer más hermosas a las mujeres con las que la engañaba. En ese momento se arrepintió de no haberle puesto más piedras que hicieran su pútrido cuerpo más voluminoso, tanto como aquellas jóvenes que tanto le gustaban.
Durante unos segundos lo vio hundirse junto con sus sueños y sus esperanzas; quizá pasado algún tiempo intentaría sacarlo para ver cómo le sentaba aquella cárcel submarina a su orgullo masculino. A ella, la cárcel de ladrillo en la que la había abandonado tantos meses no le había sentado bien, y se notaba más cansada, más envejecida y más melancólica. Sonrió cuando las burbujas terminaron de tragarse a su marido. Se había jurado que nunca más caería en sus mentiras y allí estaba, cumpliendo sus palabras y viendo cómo sus mentiras se hundían junto con su propósito de dejarla por otra...
Al cabo de unos minutos se giró para volver a casa y en la ventana del piso superior vio al señorito Tommy mirarla asustado. Suspiró profundamente cruzando el umbral de la puerta de la cocina, donde volvió a coger la pala para la nieve aún cubierta de sangre. Se perdió sigilosamente por las escaleras mientras su sombra, alentada por la luz de las velas, mostraba su verdadera forma en la pared de papel pintado… ¿Cuántas personas más cabrían en aquel estanque? Ya había perdido la cuenta.
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