Asomados al abismo de la droga
Nuestros solidarios | Proyecto hombre ·
«En dos horas me bebía una botella de vodka. Era enfermera, dejé de trabajar y pensé que ya no me quedaba nada por hacer»Carlos Morán
Granada
Lunes, 12 de octubre 2020, 00:25
Escuchar a un adicto es como asomarse a un acantilado escarpado. Da vértigo. Los tópicos y mentiras tipo 'yo controlo', 'lo dejo cuando quiera' o 'me estoy quitando' se disuelven cuando alguien que ha estado en el fondo del abismo cuenta lo que hay allí abajo, en la fosa profunda y oscura de la dependencia de las drogas.
«Me dio un brote psicótico por consumir marihuana. Escuchaba voces, imaginaba cosas y me las creía... Tenía 19 años. No podía descansar ni dormía nada. Entonces volví a escuchar voces de nuevo y cosas raras. Me asusté y me fui a dar vueltas en un autobús hasta que se hizo de día. Y como no podía aguantar más, llamé a mis padres y les conté lo que me pasaba. Porque ellos no lo sabían. Luego me llevaron al hospital y estuve ingresado en psiquiatría un mes». Es el testimonio real de uno de los pacientes de Proyecto Hombre de Granada –una entidad no gubernamental que cuenta con el apoyo económico de la Fundación la Caixa– y la demostración de lo cruel que puede ser la tiranía de una sustancia estupefaciente o de una actividad tan aparentemente venial como el juego. «Cumpli los quince años y entré en un salón de juego con unos amigos. Tuve la mala suerte de que me dejaron entrar. Llegaron los robos en casa. No paraba. Dejé casi en la ruina el negocio que tenía mi madre. Soñaba con el juego. Llegué a gastarme 12.000 euros en una semana. Y aquí estoy», cuenta otro de los usuarios de Proyecto Hombre al humorista Manuel Burke y el periodista Quique Peinado, que se colaron en la casa de rehabilitacion que la oenegé tiene mirando a Sierra Nevada para grabar un capítulo de su programa Radio Gaga.
Para Manuel Mingorance, médico, sacerdote y director de Proyecto Hombre en Granada, la visita de la pareja fue un paso más de la terapia. Todo suma para escalar las paredes del pozo de la adicción. «Era enfermera. Dejé de trabajar y pensé que ya lo había hecho todo en la vida, que no me quedaba nada por hacer. Yempecé a beber. En dos horas me bebía una botella de vodka. Me sentía sola».
Esto es lo que hay en lo más hondo de la sima.
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