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Un usuario de Fundación Purísima y una joven inmigrante muestran el producto de la jornada.

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Un usuario de Fundación Purísima y una joven inmigrante muestran el producto de la jornada. Pepe Marín
Día Internacional del Pan

El pan más integral se hace en Alfacar 

Inmigrantes en busca de una oportunidad como panaderos enseñan su nuevo oficio a personas con discapacidad intelectual

Inés Gallastegui

Granada

Martes, 14 de octubre 2025, 23:34

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En el pueblo del pan lo saben muy bien: a veces los ingredientes más humildes dan lugar al manjar más exquisito. Harina, agua, sal y levadura se transforman, manos y fuego mediante, en el alimento por excelencia. Y eso pasó este martes en Alfacar, en vísperas del Día Internacional del Pan, que se celebra mañana. Un puñado de personas con muchas ganas de aprender y un poco de ayuda consiguieron en solo una mañana los objetivos más elevados: inclusión, normalización, autonomía, igualdad de oportunidades...

Los 'ingredientes' se llaman Virtudes, Paquito, María, José y otros once nombres más, todos ellos usuarios de los centros ocupacionales de Alfacar y Granada de Hospitalarias-Fundación Purísima Concepción; pero también Mussa, Bouba y Mamadou, entre la docena de jóvenes africanos que llegaron a España en patera hace unos meses y quieren hacerse un sitio en nuestra sociedad con ayuda de la ONG Cesal y el programa Innovación Social en Oficios Tradicionales (ISOT). Los inmaculados uniformes blancos contrastan con sus pieles oscuras.

El maestro de ceremonias fue Francis Vílchez, propietario de un obrador y director del Centro de Formación La Zarina de Alfacar: «Me gusta mucho la parábola del hombre que solo comía altramuces: se sentía muy desgraciado, hasta que vio que detrás de él había otro que comía las cáscaras de sus altramuces». Una forma de explicar cómo personas que afrontan grandes obstáculos en la vida pueden ayudar a otras que arrastran dificultades aún mayores. «Queremos que se sientan útiles y empoderados, unos y otros», resume este experto alfacareño en pan, pasteles y helados con cinco generaciones de experiencia –por lo menos– en la familia.

Y así es: los jóvenes inmigrantes actúan como monitores en el taller de pan al que asisten en dos tandas –martes y miércoles– una treintena de personas con diversidad funcional. Algunas de ellas, del Centro de Día Ocupacional de Alfacar La Boronda, un nombre que alude a los trozos de masa justo antes de ser amasada: una promesa, una esperanza.

Virginia Caballero, su directora, está convencida de que fabricar pan artesanal hace milagros: «Aprender cómo se elabora un alimento cotidiano con nuestras propias manos provoca una mejor comprensión del proceso: mezcla de ingredientes, amasado, fermentación y cocción», subraya, sin olvidar las nociones de educación ambiental y educación para la salud y, sobre todo, el placer de crear algo rico.

Todo eso, antes de tener en cuenta que sus maestros son chicos y chicas llegados de muy lejos, que suplen sus dificultades con el castellano con paciencia y cariño al enseñarles a dar forma a la masa para hacer bollos, barras y salaíllas y colocarlos en bandejas untadas de aceite antes del penúltimo paso antes del horno, la fermentación.

Sabor y saber

La jornada, respaldada también por el Ayuntamiento de Alfacar, estuvo llena de sabor y de saber. Gabriel, padre de una de las usuarias del centro de día y panadero jubilado, explica que este paso previo a la cocción del pan fue inventado por los egipcios hace unos 6.000 años, seguramente por casualidad. Ahora, aquellas condiciones de temperatura y humedad que en el Nilo dieron lugar a los primeros panes con levadura –y por tanto con miga– se reproducen en una máquina en apenas unos minutos.

Los maestros Francis y Gabriel con una alumna y su diploma. Manos (negras y blancas) en la masa. Un alumno prueba la jayuya. Pepe Marín
Imagen principal - Los maestros Francis y Gabriel con una alumna y su diploma. Manos (negras y blancas) en la masa. Un alumno prueba la jayuya.
Imagen secundaria 1 - Los maestros Francis y Gabriel con una alumna y su diploma. Manos (negras y blancas) en la masa. Un alumno prueba la jayuya.
Imagen secundaria 2 - Los maestros Francis y Gabriel con una alumna y su diploma. Manos (negras y blancas) en la masa. Un alumno prueba la jayuya.

«A mí me gusta todo lo antiguo y me encanta hacer pan. Es mi primera vez», informa María, una enciclopedia andante. «Es estupendo. Me gustaría repetir», resalta José, que también forma parte del grupo de usuarios procedentes de la capital. «Este tipo de aprendizaje les va muy bien porque están haciendo un taller de vida independiente», apostilla una de las técnicas de La Purísima.

Los jóvenes africanos les aventajan en casi un mes de experiencia panadera: empezaron el curso en La Zarina el 16 de septiembre, en noviembre realizarán prácticas en obradores –en Alfacar hay más de cuarenta– y, una vez terminado el periodo de formación, buscarán trabajo por su cuenta, asesorados por Cesal. «Es un programa piloto para personas en riesgo de exclusión social y hemos elegido la panadería porque es un sector en el que falla el relevo generacional», subrayan Daina Jalil y Lucía Villarubia, de la ONG con sede en el Zaidín.

Moussa, maliense de 27 años, aprende rápido: a hacer pan y a hablar español. Lleva apenas un año en Europa y este oficio le gusta «muchísimo». «Hago este curso para cambiar mi vida y poder ayudar a mi familia en África», asegura. Bouba, compatriota de 23 años, y el senegalés Mamadou lo corroboran: «No están ayudando mucho. Ojalá podamos ser panaderos».

Mientras el pan se hornea, los alumnos hacen piruletas de pan con chocolate y Francis Vílchez les relata la historia de la salaílla, «un invento de Alfacar, digan lo que digan los imitadores»: eran los trozos de masa 'despistados' por las mujeres que ayudaban en las tahonas a cambio de una hogaza en los duros tiempos de la posguerra. «Se hacían con lo que había, aceite y sal o azúcar; salaíllas las saladas, jayuyas las dulces». Las primeras piezas salen del horno y el aroma inunda el local. La integración ha sido un éxito.

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