Nueve días de huelga de hambre en Maracena para pedir trabajo: «Mi situación es límite»
Avelino Gutiérrez lleva un año viviendo en la calle tras tener que cerrar sus dos bares por la pandemia
«Mi situación es límite», dice Avelino Gutiérrez, un vecino de Maracena de 58 años. Es el grito desesperado de un hombre que lo tuvo todo y, a día de hoy, no tiene nada. Tras perder su empleo por culpa de la pandemia, lleva casi un año viviendo en la calle. Lo que más le parte el corazón es no poder darle un techo a su hija pequeña cuando le toca cuidarla -tiene la custodia compartida con su expareja-. «Me tocaba tenerla desde este miércoles y por mi situación no se puede venir conmigo», lamenta. Su desesperación le ha llevado a iniciar una huelga de hambre en Maracena, su localidad natal. Lleva nueve días sin llevarse nada a la boca. «Voy a seguir así hasta que me den un trabajo», asegura.
Avelino ha trabajado toda su vida. Durante 25 años lo hizo en el sector de la construcción, llegando a tener 60 trabajadores a su cargo. La crisis de 2008 le pegó fuerte, como a tantos otros. Tuvo que dejarlo y reinventarse. Decidió arriesgar en la hostelería y no le fue nada mal. Abrió dos bares, el 20 d´Tapas, en el Zaidín, y 'La Rubita', en Pulianas. El nombre de este último era en honor a su hija Tania, su «razón para vivir», que en breve cumple nueve años. «Los dos negocios iban muy bien, pero llegó la pandemia. Me pilló con las cámaras recién cargadas y lo perdí todo. Eran casi 7.000 euros al mes de gastos entre el alquiler de los locales, factura de la luz, la cuota de autónomo… Inaguantable. Cuando me quedé sin dinero lo malvendí», recuerda.
Un año en la calle
Ahí comenzó su espiral de desgracias. Al no tener dinero para pagar el alquiler de su vivienda, tuvo que dejarla. «Mis caseros necesitaban el dinero y yo no quería dejarlos enganchados», admite. Estuvo cobrando la ayuda para parados de larga duración, pero se le acabó. Lleva viviendo en la calle casi un año. Un vecino le dejó una casa de aperos para que durmiera. Situada en un campo, en ella guardaba herramientas de labranza. Durante un tiempo fue su cobijo. «Antes estuve durmiendo en cajeros automáticos, el invierno fue muy duro», asegura.
«Con 58 años soy demasiado viejo para que me contraten y demasiado joven para jubilarme»
La semana pasada empezó a dormir en un banco enfrente del Ayuntamiento de Maracena. Allí ha instalado una pancarta que dice «Soy de Maracena pero vivo en la calle. No quiero limosna ni ayudas del Estado, quiero trabajo. Huelga de hambre». Lleva ya nueve días sin comer. Las primeras tres jornadas fueron las peores, e incluso llegó a desmayarse. «Después el cuerpo se acostumbra, pero es duro. He perdido cuatro kilos y medio, solo bebo agua», afirma. Seguirá así hasta conseguir un empleo. Dice que no tiene nada que perder.
Experiencia dilatada
Avelino puede trabajar «de cualquier cosa». Tiene experiencia de sobra en la construcción y conoce bien el oficio de la fontanería o la electricidad. En hostelería, más de lo mismo. Pero a pesar de su dilatada experiencia, el gran contratiempo es su edad. «Con 58 años soy demasiado viejo para que me contraten y demasiado joven para jubilarme. He buscado trabajo por todos lados, estuve a punto de irme a Madrid y me dijeron que por política de empresa no contrataban a mayores de 45», manifiesta.
Este ha sido el golpe más duro que ha sufrido. La crisis de 2008 fue complicada, pero la sorteó cambiando de profesión. Lo que vino después del confinamiento sí que lo arrolló por completo. «Ha sido tremendo, jamás lo hubiera imaginado. Siempre he estado económicamente bien, trabajando mucho. La vida me ha dado fuerte. Y lo que me queda», admite con lágrimas en los ojos.
Para colmo, su única posesión, un Renault Laguna, ardió hace dos semanas por un fallo eléctrico en el motor y fue directo al desguace. El fuego lo devoró entero, incluyendo su ropa y documentación importante que guardaba en su interior. El seguro que tenía contratado, el más básico, no cubría el incendio. «Han venido todas las desgracias juntas», lamenta Avelino, que no pierde la esperanza en empezar de nuevo. Solo necesita una salvación en forma de empleo.
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