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Disneyland Paris es el destino de muchos estudiantes de francés IDEAL

Cómo no aprender francés en cuatro meses

Lo que llevo en mi maleta ·

Yo estaba allí. El día que Lady Di sufrió el accidente de tráfico que le costó la vida, estaba en el atasco del Puente del Alma despidiéndome de París. Cuatro meses estudiando francés y no me enteré de nada

Sábado, 29 de agosto 2020

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¿Recuerdan la película de 'Midnight in Paris', de Woody Allen? Owen Wilson es un guionista al que una especie de hechizo le permite viajar al París de los años veinte y conoce a Picasso, a Gertrude Stein, a Scott Fitzgerald... Cuando viajé a París, en el verano de mi último curso de carrera, me compré una boina, un ejemplar de 'París era una fiesta' y una Moleskine. Me senté en una de esas mesas redonditas de la terraza de Le Deux Magots e invoqué a todos aquellos genios que habían vivido las calles por las que yo estaba paseando. El hechizo se rompió cuando llegó la factura, se me cortó el café 'au lait' y no escribí nada. A partir de ese día, me fui a buscar a las musas a los muelles del Sena.

Yo tenía veintidós años y mis referencias literarias de la Ciudad de la Luz no iban más allá de 'La Dama de las Camelias'. Conseguí trabajo en Disneyland Paris, en un restaurante de estilo victoriano al final de Main Street desde donde se asomaba el cañón de 'Space Mountain', una montaña rusa que, como en la novela de Julio Verne, viajaba a la Luna.

Mi primer día lo compartí con dos chicas noruegas, más altas que el Preisketolen y muy, muy rubias. El jefe nos dijo que solo había dos plazas en el comedor y una de nosotras iría desterrada directamente a la cocina. Me tocó a mí. Yo y mi metro cincuenta y tres empezamos a trabajar a las órdenes de un chico francés sordo que se esforzaba por explicarme con gestos cómo se limpiaba bien una lechuga. El idioma se me resistía, aunque creo que aprendí en lengua de signos los nombres de las verduras que había en aquella fría cocina. Y digo creo porque cada vez que signaba el nombre de algún vegetal, el chaval se partía de risa. «Tomate», por ejemplo. Las palmas de mis dos manos miran al frente, doblo ligeramente los nudillos, en una especie de postura de garra, y hago pequeños círculos con ellas, « pero...¿Por qué se ríe tanto este hombre?»

Llegaron noticias de España. ETA secuestró y asesinó dos días después a Miguel Ángel Blanco. El espíritu de Ermua unió también a los españoles al otro lado de los Pirineos. Nos reconocíamos en el autobús o por la calle por el lazo azul que en el trabajo no nos dejaron llevar. La política no entraba en el lugar «donde la magia se hace realidad».

Mientras encontraba un hueco para aprender francés, descubrí que Hemingway tenía razón. París era un fiestón a base de sangría en el piso de algún compatriota. Ya llevaba un mes en Francia y no me había hecho falta más idioma que el que traía de serie.

Como soy aplicada, me leí 'El Perfume' en francés y recuerdo aquellos días con olores. El de 'pain au chocolat' por las mañanas, el del queso del bufé donde comíamos los empleados y que compartía con híbridos de cuerpo de Mickey Mouse y cabeza humana. Mi París huele a tabaco y a café. A vino tinto, a bistrot y brasseries. A césped recién regado, a agua estancada y a ese olor a pis en el metro.

Mi última tarde en París fue la del 30 de agosto, Saint Germain des Prés, la plaza de la Concordia, los Campos Elíseos y la Torre Eiffel. Al volver a casa el Puente del Alma estaba cortado, había habido un accidente. El chófer subió la radio. La gente estaba muy alterada y volvió a pasar lo mismo en el autobús del aeropuerto. «Hablan tan rápido estos locutores», pensé. Cuando esperaba la maleta en Barajas, un monitor subtitulaba las noticias: «Lady Di y su amante han muerto en un accidente de tráfico en el Puente del Alma». Y yo estuve allí y no me enteré de nada.

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