Borrar
A la izquierda, Ana Belén con su hijo Pablo, de cuatro años. A la derecha, Tamara y Lucía, de seis años. Alfredo Aguilar

Aferrarse a la vida en Granada con 500 gramos de peso

Ana Belén y Tamara explican en el Día del Niño Prematuro cómo es dar a luz a bebés en el límite de la viabilidad para sobrevivir

Laura Velasco

Granada

Miércoles, 17 de noviembre 2021, 00:41

Comenta

Ana Belén nació de forma prematura. Su madre ya había perdido a tres bebés, así que fue una niña más que deseada. Ya de mayor, ella también dio a luz a un niño a las 26 semanas de gestación. Y luego está Tamara, que creyó tocar el cielo cuando le dijeron que esperaba gemelas. Llegaron al mundo con 500 gramos de peso. Una de ellas crece sana y feliz, la otra perdió la vida a los pocos días de nacer. Son dos historias de lucha, dos ejemplos de que aferrarse a la vida es posible aunque midan poco más que la palma de la mano. Hoy, 17 de noviembre, se homenajea a los que tienen prisa por nacer en el Día Mundial del Niño Prematuro.

Ana Belén posa con su hijo Pablo, que nació a las 26 semanas y pesó 600 gramos. Alfredo Aguilar

Ana Belén Titos

«El principio lo recuerdo muy feliz porque lo habían salvado»

Cuando Ana Belén Titos nació en Campotéjar hace 36 años a su madre le dijeron que sobrevivió de milagro. «Fui su primera hija. Antes, se le murió un bebé a los ocho meses de embarazo, otro a las 48 horas de nacer y otro a los pocos meses. La causa era que tenía la tensión alta», explica. Dos meses y medio después, salieron del hospital. Ana Belén creció sin ningún problema. Y cuando hace unos años decidió quedarse embarazada, la historia se repitió.

La prematuridad como tal no es genética, pero las causas que lo provocan sí pueden serlo, tal y como explica la ginecóloga Olga Ocón. Si una mujer tiene hipertensión y su hija también, ambas pueden tener embarazos de riesgo en este sentido. El de Ana Belén se complicó a las 20 semanas, con dolores de cabeza insoportables. Pablo, que había sido concebido por fecundación in vitro, nació a las 26 semanas y pesó 600 gramos. Su madre no pudo cogerlo en brazos hasta que pasó un mes.

Ana Belén con Pablo en brazos aún en el hospital. IDEAL

«El principio lo recuerdo muy feliz porque lo habían salvado, aunque tenía los pulmones inmaduros y necesitaba oxígeno y una sonda de alimentación. Solo pensaba que no lo cambiaría por nada del mundo. El problema vino a los 20 días de nacer, cuando le dio un sangrado, algo que le ocurre a los prematuros. Al reabsorberse se le quedaron quistes en el sistema psicomotor y además le atacó un virus. En la resonancia que le hicieron antes de abandonar el hospital detectaron las secuelas», explica la granadina.

Pablo, que ahora tiene cuatro años, sufre una parálisis cerebral que le impide andar y hablar, aunque lo entiende todo. Se expresa con gestos y murmullos, y ahora está aprendiendo a usar un aparato similar al que utilizaba el físico Stephen Hawking para comunicarse. «Él habla con los ojos, se propone metas y lucha para conseguirlas. Es un niño muy feliz», asegura su madre.

«Él habla con los ojos, se propone metas y lucha para conseguirlas. Es un niño muy feliz»

ANA BELÉN TITOS

A los tres años de su nacimiento, Ana Belén y Ángel, su marido, completaron el equipo con la llegada de Alicia. La pequeña, que nació a término, ha cumplido 10 meses y ya está dando sus primeros pasos. Y aunque Pablo precisa mucha terapia y atención, sus padres tienen cariño de sobra para repartir entre ambos.

Tamara, a la izquierda, con su hija Lucía, que cuando nació pesaba 500 gramos. Alfredo Aguilar

Tamara Vílchez

«Mi cuerpo me pedía dar a luz, podía tocar la cabeza de Marta»

El sueño de Tamara Vílchez era ser madre, costase lo que costase. Y vaya si le costó. El origen del caos reside en el virus del papiloma humano que contrajo años antes por el que tuvo que ser intervenida tres veces. La última conización cervical -técnica que extrae tejido anormal del cuello uterino- fue justo antes de quedarse embarazada. Y entonces le dieron la noticia que le cambió la vida: esperaba gemelas. «Era lo que siempre había querido. Fue una mezcla de alegría y miedo, porque el peso se multiplica y sería complicado para mi cuello del útero», asegura la granadina, de 39 años, que además es vicepresidenta de la Asociación de padres de niños prematuros de Granada (Pregran).

Lucía durante su estancia en el hospital. IDEAL

Desde el primer momento la directriz para Tamara fue clara: el reposo debía ser absoluto. Pese a cumplirlo, llegó la semana 22 de gestación y su cuerpo decidió que quería ponerse de parto. Para que hubiera posibilidad de que salieran adelante tenía que estar, al menos, de 25 semanas, así que por delante tenía los 21 días de mayor agonía de su vida. «Tenía que pasar más tiempo para que las niñas maduraran, así que había que retrasar las contracciones, pero mi cuerpo me pedía dar a luz, podía tocar la cabeza de Marta. Fue horrible, sin moverme nada, con las piernas en alto y dolores increíbles», admite.

Hasta que llegó la esperada semana 25 de gestación. Tamara no podía más y comenzó el parto por cesárea, ya que por vía vaginal podían sufrir daños. La obsesión de la madre era escuchar las voces de las pequeñas, y por eso recuerda con tanta emoción aquellos «gritos de rata» que llegaron al mundo con tres minutos de diferencia. Una sensación agridulce, puesto que no pudo tocarlas. «Tanto mi marido José Antonio como yo sentimos un vacío total», añade.

«El duelo lo dejas apartado y te centras en la niña que sale del hospital»

Tamara Vílchez

Lucía y Marta eran, pese a sus 500 gramos, de una fortaleza asombrosa. Fueron superando baches y más baches hasta que a los 13 días la historia se tiñó de negro. «Me estaba haciendo una analítica porque me dolía mucho la pierna cuando me dijeron que Marta había sufrido un derrame y estaba clínicamente muerta. Subí rápidamente, la desconectaron y me despedí de ella. A mí me estaba dando en ese momento una trombosis y tuvieron que ingresarme. No daban ni un duro por mí, pero Marta estaba para ayudarnos. Se fue para darnos luz», asegura.

Lucía salió del hospital el 4 de febrero de 2015, cuatro meses después de nacer. Una enfermera domiciliaria comenzó a atenderla en casa, y las medidas de precaución eran extremas. «Fue como una pandemia, mascarillas, gel desinfectante y nada de visitas», admite Tamara. Han pasado siete años desde entonces. La niña sufre, entre otras patologías, insuficiencia renal, displasia broncopulmonar, síndrome del intestino corto y Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). Puede sonar mal, pero lleva una vida totalmente normal. De hecho, a ella lo que le preocupa es decidir si de mayor será veterinaria o cantante.

Pero, sobre todo, Lucía le permitió a sus padres agarrarse a la felicidad de tenerla para superar la pérdida de Marta. «El duelo lo dejas apartado y te centras en la niña que sale del hospital», recalca la progenitora. Cuando la pequeña cumplió dos años, celebraron una fiesta con allegados por primera vez. Lucía cogió un globo y le preguntó a su madre: «Si tengo una gemela y es su día hoy también, ¿por qué no lo lanzamos al cielo?». Así lo hizo. Aquella fue la despedida que merecían. Y repiten la tradición cada año porque, según Tamara, es su forma de celebrar la vida.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

ideal Aferrarse a la vida en Granada con 500 gramos de peso