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Acordes inolvidables

Relato ·

Mercè Ocaña fernández

Martes, 28 de julio 2020, 00:40

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Aprendí a amar el cine gracias a ti, abuelo, y a disfrutarlo en pantalla grande también de tu mano, en esas innumerables sesiones que compartimos juntos, devorando historias filmadas desde la quietud de la sala oscura, acomodados en mullidas butacas, casi siempre en las primeras filas.

Fuiste mi faro en el mundo del Séptimo Arte, como el sabio Alfredo lo fue para el pequeño Salvatore en la magnífica 'Cinema Paradiso', una de tus películas favoritas.

Tu cinefilia no conocía límites y te apasionaba todo, desde la puesta en escena al vestuario, la forma de encuadrar el plano, los movimientos de cámara, el ritmo del montaje, los puntos de giro del guión. Pero lo que más llamaba tu atención fue siempre la música. «Escucha, escucha, qué increíble banda sonora, cómo realza las imágenes, cómo transmite las emociones, cierra los ojos y déjate llevar…».

Pero yo no cerraba los ojos; los abría más aún y me quedaba boquiabierto con los destellos que desprendía la pantalla y bien atento al audio que provenía de los altavoces, con todos sus efectos de sonido, el dolby surround, los temas instrumentales, la mezcla de todo ello con los diálogos de los personajes…

No perdíamos detalle ante la pantalla grande: era la experiencia cinematográfica total.

Nadie como tú para hacerme apreciar el sonido de los violines en 'Psicosis', que crean una atmósfera de terror sobrecogedora. «El film de Hitchcock no sería lo que es sin la orquesta de cuerdas de Bernard Herrmann. Él sabía lo que se hacía», remarcabas.

Otra de tus películas favoritas del bueno de Alfred era 'Recuerda', cuya banda sonora estaba a cargo del húngaro Miklós Rózsa. «La historia de amor entre Ingrid Bergman y Gregory Peck requiere de la sutileza envolvente y romántica de esa partitura…».

De John Barry, valoraste su trabajo en 'Memorias de África', que acompañó perfectamente las impresionantes imágenes aéreas de los paisajes de Kenya.

Para 'Chinatown', todo un clásico del cine negro, Jerry Goldsmith compuso una melodía melancólica y delicada, con toques de arpa y trompeta.

Más de una vez te encontré en la salita del tocadiscos, echando una siesta en el butacón, junto a la reja que da al huerto, a ritmo del ragtime de Scott Joplin, que hizo de 'El golpe' una de tus bandas sonoras de cabecera, y convirtió ese film en uno de los más populares de los setenta, con un inigualable tándem protagonista: Paul Newman y Robert Redford.

Pero de entre esos músicos de cine que acabo de mencionar, abuelo, hubo uno al que apreciaste por encima de todos y al que tuviste, además, la suerte de conocer y contar como amigo. Algún día tenemos que escribir nuestro propio guión: de cómo un joven alpujarreño coge su petate y se traslada al campamento de Viator –en Almería– a hacer la mili y, de forma azarosa y harto simpática, se encuentra de repente inmerso en los rodajes de los 'Spaguetti Western' –en pleno auge– que tenían lugar en el Desierto de Tabernas, a mediados de los años sesenta.

De cómo aquel jovenzuelo resuelto y alegre, alto y más bien flaco, llamado Paco, entró a formar parte del equipo de producción del mismísimo Sergio Leone y entabló amistad con un actor por entonces aún no muy conocido –más tarde llegaría a ser un peso pesado de Hollywood–, un tal Clint Eastwood. También se codeó con otros pistoleros del Lejano Oeste, como Lee Van Cleef, con quien compartió mesa y mantel, y varias anécdotas para ir contando luego a lo largo de los años, y que han hecho las delicias de nuestras sobremesas durante décadas y han poblado los álbumes familiares de entrañables fotografías. Ver para creer: y ahí estaban las pruebas, en papel Kodak y color sepia.

Tu rodaje favorito fue sin duda el de 'El bueno, el feo y el malo', aunque también te quedó buen sabor de boca de las anteriores a esa: 'Por un puñado de dólares' y 'La muerte tenía un precio'. A lo largo de esos tres años, tuviste ocasión de coincidir varias veces con el compositor que hizo grandes esos filmes con su música. Solías contar casi todas las navidades cómo durante una pausa del rodaje de 'Il buono, il brutto e il cattivo' te enseñó a tocar los acordes principales con la armónica. Y cómo desde ese momento jamás te separaste de ese pequeño instrumento de viento con que te obsequió y que guardas como oro en paño, como la reliquia que es.

Años más tarde, tuve ocasión de acompañarte al cine, a ver otras películas cuya partitura musical era también obra de aquel amigo tuyo, de los tiempos de la mili, como decías. Y así vimos con emoción y alegría 'La misión', 'Los intocables de Eliot Ness', 'Cinema Paradiso'…

Hoy vengo a visitarte, abuelo, para comunicarte una triste noticia; tu viejo amigo de juventud, aquel músico maravilloso por el que tú y yo amamos el cine, nos acaba de dejar: Ennio Morricone ha muerto esta mañana, en Roma. Observo en silencio tu reacción: apenas has pestañeado, ni me has mirado siquiera. Tu mirada sigue fija en la ventana, inmutable. Te sigo hablando un rato, te cuento trivialidades, algún cotilleo o noticia de actualidad, pero no obtengo ninguna respuesta de tu parte, nada que me haga pensar que en el fondo de esa mente tuya hay un resquicio de memoria viva y sana, que te haga reconocerme como tu nieto mayor y que te permita recordar que Morricone y tú tuvisteis un bonito encuentro a lo largo de vuestro camino de vida…

Llevo la armónica que él te regaló en el bolsillo de la chaqueta. Antes de irme, la saco y –supongo que preso de la tristeza y la nostalgia– la hago sonar:

La RE La RE La

Fa Sol Re…

Y, ahí sí, se obra un milagro: tu respuesta me llega en forma de silbido:

La RE La RE La

Fa Sol DO…

Y me parece ver en tu rostro arrugado, un atisbo de sonrisa

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