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Miguel, el campanero de la Torre de la Vela
«No te cansas de aprender de la Alhambra»

«No te cansas de aprender de la Alhambra»

Miguel, el campanero de la Torre de la Vela, que 'heredó' el oficio de su padre, se jubila 38 años después

Javier F. Barrera

Sábado, 2 de enero 2016, 01:19

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2016. Sábado 2 de enero. 7 de la mañana. Barrio del Zaidín. Hay días que son un ceremonial. Que te pesan las piernas. Que quieres pero no quieres. Que tan solo tienes que repetir todo lo que has aprendido a la perfección durante los últimos 38 años, una vez más. «Preparo la cuerda. Cojo una escalera. La apoyo en la espadaña. Me subo. Ato el extremo de la cuerda en el borlón de la campana de arriba y la preparo. Compruebo que el nudo aguanta. Estiro bien la cuerda y pruebo que suena bien cuando se tira. Ya está lista. Se podrá celebrar la tradición del Día de la Toma». Como siempre. Como desde hace 38 años bajo su responsabilidad. Como le enseñó su padre, de quien 'heredó' el cargo de campanero de la Torre de la Vela de la Alcazaba de la Alhambra.

Miguel Martínez Bazataquín (Granada, 1951), hijo de Miguel Martínez Vizcaíno, beberá a sorbos, lentamente, un café negro y bien cargado. Se ajustará el nudo de la corbata del uniforme oficial del Patronato de la Alhambra, que muestra como motivos los elegantes y coloridos azulejos que convierten la Alhambra en una obra de arte exquisita, y se pondrá el traje azulón que con líneas verdes a lo largo de la solapa y por la costura de la espalda otorgan elegancia para estar a la altura del lugar. Se colgará al cuello por última vez la acreditación y ajustará a su oreja derecha el pinganillo para, a continuación, sintonizar el canal de comunicaciones del Patronato de la Alhambra en su 'walki talki' negro.

Serán las nueve de la mañana y todo estará listo, preparado, pluscuamperfecto. Es entonces el día de la Toma de 2016 y también es el día en que Miguel se nos jubila. 38 años de campanero y de vigilante y 'de-lo-que-usted-mande' en el recinto monumental que conoce como la arrugada palma de su mano, que estrecha con fuerza después de darte un abrazo vigoroso, reconfortable, aunque sea la primera vez que nos hayamos visto en la vida. «Por eso será que me dicen todos aquí 'Miguelito el cariñoso'». Pues por eso que será.

Miguel cuenta que la campana de la Torre de la Vela se toca tres veces año. El 2 de enero, el Día de la Toma. Para Santa María de la Alhambra, el Sábado Santo. Y para la Virgen del Rosario, el 7 de octubre. Cada una de ellas tiene sus matices, sus peculiaridades.

Miguel explica la tradición de la Toma de Granada y la Torre de la Vela: «Las mujeres tocan la campana tres veces. Una para que le salga novio, otra para casarte y otra para ser feliz. El que tenga ya novio, pues para pedir un deseo. Yo por ejemplo pido 'pa' mi madre, que me viva muchos años».

¿Y se cumplen los deseos? ¿Qué ciencia tiene esto?

Pues de hecho, aquí en el Patronato de la Alhambra, hay dos compañeras mías que tocaron la campana y, efectivamente, les salió novio y ese mismo año se casaron. Y las compañeras me felicitaron. 'Es verdad esto de la campana', me dijeron. Algo tendrá el agua bendita cuando la bendicen.

Y sigue. «Vinieron de Barcelona unas catalanas, sigue recordando, y una de ellas me dijo que si era verdad y se cumplía la tradición vendría al año siguiente para felicitarme y darle las gracias a la campana. Pues ese mismo año le salió novio y se casó. Y vino al año siguiente y cumplió su palabra».

Debe ser cierta la tradición, porque, incluso, «algunas vienen con tantas ganas de encontrar novio y casarse que tiran con tanta fuerza de la cuerda de la campana que la rompen. Y otra vez a poner la cuerda».

El segundo día que suena la campana de la Torre de la Vela es el Sábado Santo. «Se toca a repique cuando la Virgen sale de la Iglesia Santa María de la Alhambra, es decir, a todo meter y todo el rato. Es sobre las 18 horas y tocas sin parar hasta que sale del Arco de las Granadas en la cima de la Cuesta Gomérez. Aproximadamente, te lo voy a decir, que no hay 'cohones' quien lo haga. Hasta los de la cofradía me dan la enhorabuena. Son tres horas dándole a la campana. Últimamente ya me tenía que poner unos guantes. Me hago mayor».

Y luego, de vuelta. «A retorno. Lo mismo, pero al revés. Desde la Puerta de las Granadas hasta que se encierra en Santa María. Sueles terminar a las dos de la mañana».

¿Qué se siente ahí arriba, en la Torre de la Vela, de madrugada, en Sábado Santo? Tiene que ser especial...

Los hombres también lloran, me confiesa (Y se me echa a llorar).

«Me he acordado de mi padre, de mi madre, de todos mis compañeros, de mi vida», trata de justificarse mientras se enjuaga los lagrimones que surten de unos ojos claros de un hombre que dice de él mismo: «Soy trigo limpio, por eso me quieren todos. Y yo que los voy a echar de menos», anuncia.

El tercer día es el 7 de octubre, para la Virgen del Rosario. «Vienen de la cofradía dos personas y les ayudo, pero son ellos los que tocan dos veces, por la mañana, que este año empezó a las once y media hasta la una de la tarde. Y por la tarde, de cinco hasta las seis».

Tantos años en la Alhambra han definido y curtido a Miguel. «La Alhambra es mi vida», reconoce y la describe con pocas palabras pero sentidas, de las que salen de dentro: «Me encanta mucho el Patio de los Leones, que es guapísimo. Bueno, todo es guapo, pero personalmente me gusta el Patio de los Leones y los Baños Reales y la Sala de las Camas, que es maravillosa. Está toda pintada. La restauraron, en oro, todos los colores perfectos. Se ha quedado preciosa». De repente enmudece. Reflexiona: «Mira que llevo años, ¿eh? Pues cada día que vienes encuentras algo, no te cansas de aprender de la Alhambra».

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