Los embajadores de la solidaridad
Esos cien granadinos que cada año salen de nuestras fronteras a veces corren riesgos para combatir la trata de humanos, crear escuelas y hospitales o ayudar a la educación de menores
Ángeles Peñalver
Jueves, 24 de diciembre 2015, 01:23
Las huellas que van dejando los granadinos por el mundo tienen nombre propio y uno es Carlos Allende, un joven que el pasado verano hizo cooperación en Colombia. «Siempre he estado un poco enamorado de Latinoamérica y he tenido ganas de conocer un continente tan único. La experiencia me ha servido para replantearme mi vida en lo que llamamos -de forma equívoca- el 'primer' mundo. Ahora curso un máster en Estudios Latinoamericanos en la UGR. La fundación Itaka-Escolapios me ofreció, en 2014, la posibilidad de irme de voluntariado y así empezó un año de formación».
«Ahora me queda otro año de asimilación. Pude irme gracias a una convocatoria de ayudas del Centro de Iniciativas de Cooperación al Desarrollo de la UGR. Allí vivía con la comunidad de escolapios en el colegio San José de Calasanz, en Bogotá, es una escuela que atiende a alumnos de estrato económico bajo con una labor fundamental», describe el joven. Carlos estuvo ayudando a los alumnos con dificultad en lengua española, ya que es Graduado en Filología Hispánica. En Colombia, agosto es lectivo y su horario era por la mañana clase y por la tarde actividades.
«Cooperaba en el Movimiento Calasanz y con un proyecto bellísimo, Educación Solidaria, que garantiza apoyo escolar a niños de colegios del barrio, que salen adelante gracias a voluntarios relacionados con los escolapios. Fue una oportunidad para compartir la vida, la fe y la misión en Bogotá, al igual que hago en Granada, y poder enriquecerme de todo lo diferente, de aquello que nos separa y nos hace especiales y también, por supuesto, compartir aquello que nos une y que nos hace sentir una familia repartida por el mundo», apostilla Allende.
Ignacio Merino
Isla Marajó (Brasil)
«Fuimos a ayudar y recibes mucho más de lo que das»
El médico Ignacio Merino es el delegado de la oenegé Haren Alde en Granada y el pasado mayo fue -junto a la también granadina Ana - a la isla de Marajó, en Para (Brasil), con una comunidad de misioneros agustinos recoletos, ya que él asistió al colegio Santo Tomás de Villanueva. «Marajó significa para mí hablar de encuentro con Dios, a través de nuestros hermanos de comunidades agustinianas, de los más necesitados, del amor que se tienen y la alegría. Desde nuestra llegada a Belem, todo fue hospitalidad... Luego pusimos rumbo a Breves, en la isla de Marajó, junto con el misionero Frei Juan Manuel, que nos explicó la realidad de ese pueblo», narra este vecino de Monachil.
«En nuestra tarea diaria, Ana iba a la escuela de Santa Mónica, en la que trabajan los frailes desde hace años, mejorando la realidad social del barrio. Yo iba al dispensario médico de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, en un barrio periférico de la ciudad con grandes necesidades. Ellas tienen, al igual que los frailes, una preciosa labor de llevar el amor de Dios a una realidad difícil».
Según Ignacio Merino, gracias a la ayuda de la parroquia los niños desayunan y comen todos los días, y reciben educación. «Gracias al tiempo que pasan en el centro se evaden de la prostitución, drogas y violencia».
«En el dispensario médico apreciamos las carencias, mediante la presencia de enfermedades raras en nuestra sociedad, como la lepra, la tuberculosis, la malaria y el dengue. Y la forma de tratarlas, con medicaciones que aquí hace años que dejaron de usarse y que llamativamente continúan funcionando con buena eficacia», describe el doctor. «Pudimos observar que mediante una donación mensual a una sola persona apadrinada pueden comer familias de hasta treinta miembros. Fuimos en parte con una mentalidad occidental en la que piensas que vas a ayudar y no te planteas que vas a recibir muchísimo más de lo que querías aportar».
María López
Madagascar
Una estudiante que empezó a cooperar desde la infancia
A 10.500 kilómetros de Brasil, la granadina María López del Amo estuvo el pasado verano en Madagascar, con la oenegé Agua de Coco. Estudiante de magisterio bilingüe, a sus 19 años atesora experiencia de voluntariado, ya que a los 13 años comenzó a colaborar en la fundación granadina. «Siempre he querido ir a Madagascar y este verano por fin hice mi sueño realidad. Quería ver si todo en lo que nos esforzamos a tanta distancia tiene la repercusión que creemos, y sí, puedo confirmarlo. Agua de Coco está haciendo un gran trabajo. Este viaje me ha enseñado más de lo que pensaba... Abres los ojos al mundo, aprendes que es importante estar unidos, valoras los pequeños detalles del día a día, te das cuenta que no importa cuán rico seas si no tienes con quién compartirlo... Ahora comprendo mucho mejor la frase de mi abuela, 'felicidad compartida, doble felicidad'. Allí pude trabajar con niños, jugando y haciendo de animadora, dando clases de idiomas, organizando bibliotecas, diseñando juegos.».
Ana Sánchez . Calor y Café
Kenia
22 guarderías, decenas de colegios, pozos y presas
También hasta África, pero a Kenia, se fue una delegación granadina de Calor y Café, con Ana Sánchez -la presidenta- a la cabeza, más siete cooperantes. José Javier García estuvo en Amakuriat, una región en la que una fina línea separa la vida de la muerte. Y su experiencia fue tan impactante que quiere seguir ayudando a obtener recursos para los proyectos de Salud, Agua y Educación de esa entidad, cuya central está en el barrio de La Cruz de Granada. «En los 19 años que llevamos trabajando en el norte de Kenia, hemos construido 22 guarderías y desde hace 10 años pagamos la comida de 34 guarderías, maestros y cocineros. En la zona del West Pokot no había hospitales, tampoco dispensarios, por eso apostamos por hacer dos, uno prestando mayor atención a los partos», narran desde la oenegé. 19 pozos, dos pequeñas presas y la dotación de forma experimental de depósitos de agua de 1.000 litros en 12 viviendas para recoger la lluvia son parte de su legado allí.
Chuku Maeso
Tailandia
«Presencié un caso real de tráfico de humanos»
La granadina Chuku Maeso, misionera de Cáritas, estuvo en Tailandia un año combatiendo la trata de personas. «Visité las comunidades, los campos de trabajo de los inmigrantes birmanos de la construcción y de la pesca y asistí a algunas reuniones con los líderes locales. Las mafias están intensificando y extendiendo su acción en conjunción con empleadores y funcionarios gubernamentales. Un problema que subyace es la falta de información sobre los derechos y los problemas de renovación de documentación para seguir siendo legales. Otro problema es que los niños que nacen fuera de los hospitales gubernamentales no son registrados, quedando ya desde su nacimiento fuera del sistema», explica.
Durante su estancia, Chuku tuvo la oportunidad de presenciar un caso real de tráfico de personas, donde unos ciudadanos bengalíes habían sido raptados en su país para meterlos en barcos de esclavos y luego venderlos a los empleadores de Tailandia y Malasia. «El primer grupo que se encontró en las selvas de Kuraburi era de 56 personas, pero se nos informó que había muchos más. Al día siguiente fueron rescatados 130 bengalíes más. Estuvimos tres días sin descanso tomando declaraciones a todos los afectados, además de darles comida, algo de aseo personal, ropa y calzado. La satisfacción ha sido que este grupo ha sido aceptado como víctimas de tráfico de personas y es la primera vez que ocurría en Tailandia», describe la misionera de Cáritas.
También a Jordania, en concreto a Aman, llegaron los lazos granadinos para paliar los estragos de la guerra civil que vive Siria -país vecino de los sirios- desde el año 2011. A través de Hala Jadidm, residente en Granada y presidenta de la oenegé Souriyat Sin Fronteras , se construyeron dos centros de rehabilitación en Aman. El Ayuntamiento de Granada aportó 10.000 euros para la clínica para personas con amputación que acogía a refugiados sirios. Según Hala, aquello sirvió, pero hoy esos recursos están repartidos en varios puntos.
Incluso en Europa son necesitados los voluntarios granadinos. Actualmente, el médico de familia Pablo Simón, que suele pasar consulta en Chauchina, colabora en el campo de refugiados de Lesvos (Grecia) con Médicos del Mundo, donde atiende a los que huyen de la guerra a través del frío y del miedo con un futuro incierto.
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