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«Da vergüenza España cuando estoy fuera»

«Da vergüenza España cuando estoy fuera»

A sus 33 años, David Bustamante presenta biografía. «Se está perdiendo lo de tirar el sujetador y es una pena»

francisco apaolaza

Martes, 27 de octubre 2015, 00:36

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Cuando David Bustamante (San Vicente de la Barquera, Cantabria, 1982) entra en el salón del hotel, el recinto comienza a parecerse al parqué de Wall Street en la primera crisis del petróleo. Los reporteros gritan sus crónicas, las reporteras buscan la cámara del teléfono con sus dedos atropellados por la urgencia y la ráfaga de fotos es violenta y larga, como una galerna. Cuatro minutos de reloj. Le gritan su nombre más de una vez por segundo.El cantante sonríe adrenalínico y se mueve con seguridad, como si se hubiera acostumbrado a todo ese bazar psicopático, como si no le importara ya. Surfear la ola terrible de la popularidad es su trabajo y le gusta. Lo malo viene después, en la habitación del hotel en una gira, cuando Igor, que es su hermano y su sombra, hace sus propios planes y entonces el hombre al que todos miran, al que todos llaman, al que disparan fotos y piden autógrafos, se queda sin compañía.«Lo que más miedo me da en la vida es estar solo. Me aterra. A veces estás en la habitación y ese silencio es trágico. Me gustaría que me hablaran hasta que me quedara dormido». Lo contó el pasado martes al presentar su biografía El sueño se hizo realidad, que acaba de publicar con Cúpula.

En las páginas del libro, «que trae muchas fotos para que sea entretenido», se cuenta la historia de cuando el sueño español dejó al sueño americano en pañales. David Bustamante cantaba en el andamio y las señoras de San Vicente de la Barquera se paraban en los bancos a escucharle como a un canario. «Yo no había salido del pueblo». Un amigo suyo pasaba las vacaciones en Denia y David le preguntaba «¿cómo es Denia?». Cuando conoció la planicie de Castilla, tan llana y tan seca para un cántabro, alucinó. El Santiago Bernabéu, las superficies comerciales en las que cuesta hasta encontrar las escaleras le llenaron los ojos.

Que superó las pruebas del cásting en la primera edición de OT lo saben hasta los gatos, pero para dibujar ese salto enorme de popularidad basta imaginarse que se fue a uno de esos macrocentros de Madrid a comprarse unas Nike y no le hicieron ni puñetero caso. A los quince días, entró en esa misma tienda a cantar en uno de aquellos pequeños conciertos que solían ofrecer fuera de la academia de OT. Y le recibió la mismísima directora.«Gracias por venir.Dinos lo que puedas necesitar». Le hubieran cerrado el comercio para él solo.«Dos semanas antes no me hacían ni caso. Pregunté a la directora si había venido alguien.Me daba vergüenza que no hubiera nadie en el concierto».Había 10.000 personas.

Ese instante definió todo lo que vino después: de obrero de la construcción a estrella de la canción en seis meses. Se puede llegar más lejos, pero no más rápido. Aunque hasta los mejores viajes tienen sus desventajas. La sombra del ascenso asomó cuando se fue a tomar un botellín al bar de los colegas, uno de esos con futbolín, y le miraron raro. Dejaron hasta de llamarle Tintín. «Me decían Bustamante. Fue muy difícil. Ahora ya le vuelven a llamar por su mote y su hija «puede jugar con los críos de los amigos», pero aún no se puede sentar a cenar porque lo calcinan a fotos. «No reniego de OT como no puedo renegar de mi madre».

¿Cómo ve la nueva política y los últimos años en España?

Es positivo que haya más opciones políticas. Se han hecho las cosas muy mal. Espero que venga alguien nuevo. Soplan vientos de cambio. Necesitamos gente nueva que no esté viciada, gente que trabaje y que no pida a los ciudadanos que lo hagamos todo mientras se dedican a robar. Da vergüenza España cuando estoy fuera.

¿Le han tirado muchos sujetadores?

Se está perdiendo lo de tirar el sujetador y es una pena. Ese tanga que volaba era rock and roll. Las fans son cada vez más civilizadas.

¿Qué es lo peor que le han dicho?

En las redes, donde la gente está más enfadada, nunca me han dicho nada malo. La gente es muy respetuosa. Confirmo la fuerza que tienen las abuelas en España cuando te cogen, te pellizcan, te aprietan el brazo... ¡Esas abuelas te placan! Algunas me han enseñado una foto mía que llevaban en la cartera con las de sus nietos.Estoy muy agradecido por eso. Me impresiona.

A Paula Echevarría la conoció en un hotel en una gira. La vio de espaldas y le bastó. «Dije Como le acompañe la cara, para mí». Y hasta hoy.De lo que ocurre en esa casa circulan todo tipo de rumores. «Por la mañana, despeinado, con mal aliento, todo el mundo tiene momentos malos. Pero nos queremos. Me fastidia que ataquen eso». Eligió a la guapa y eso se paga. Le han colgado el cartel de celoso por tener que ver a su mujer darse el lote con otros actores en la tele.«Cuando te casas con una actriz, sabes lo que hay. Si no te gusta, no mires. Pero por la noche, el pibón duerme conmigo».

«Somos un producto»

Bustamante es un tipo de charla desbordada y generosa y todos los afluentes de la conversación terminan en un mismo río. Se llama Daniela y la lleva al colegio en coche, la peina (con coleta arriba, trenza ladeada...) juega con ella a pintar y pasan juntos la mañana. «Soy un padre activo y divertido, pero cuando digo no, es no». El resto lo llena el deporte. Se mata con el crossfit (un entrenamiento durísimo derivado de la formación de soldados de las fuerzas especiales), aprendió a hacer mortales en parcour (que consiste en saltar obstáculos en entornos urbanos) y ahora está «loco por el golf» (y por el sushi). Juega a diario y está más fuerte que el vinagre. Se hace 70 flexiones sin despeinarse.

¿Qué es lo que más le ha decepcionado en todo este tiempo?

La industria no es tan bonita por dentro. Resulta muy fría, una cuestión de números, un mar de tiburones. Somos un producto.

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