Ellas pisan fuerte sobre la pista
El Club de Atletismo de Maracena aglutina a más de 60 mujeres de todas las edades
Eva Segura llega puntual a las pistas de atletismo de Maracena, como cada miércoles. Se reúne con otras muchas compañeras, a quienes saluda con cariño. También las abraza. Se contagia de energía y optimismo. De alegría y tranquilidad. «Este ratito es nuestro momento», comenta a su lado Estrella Márquez.
Tras un caluroso encuentro, un grupo compuesto por varias decenas de mujeres se sitúa en el punto de partida del recorrido y empieza a trotar. Zhor El Amrani, su coordinadora, observa cómo ocupan todas las filas. Echa la vista atrás en el tiempo y recuerda que hace algunos años eran apenas cinco las mujeres que formaban el grupo. Ahora son más de 60. La sudadera de tonos blancos y azulados que todas llevan les sirve como muestra de identidad. Las letras sobre su torso dejan claro que pertenecen al Club de Atletismo de Maracena.
Cada rostro guarda una historia. La de cada mujer que se entrega, durante un rato, a hacer deporte. Y de los malabares que muchas de ellas tienen que hacer para encontrar un hueco en el que poder entrenar durante la semana.
Estrella viene de un viaje de trabajo que ha tenido en Almería. Se pone las zapatillas y no pierde ni un segundo. Cuenta que practicaba atletismo cuando era una niña, aunque finalmente lo dejó. Lo retomó hace doce años, tras el nacimiento de su primer hijo, porque el crío era muy nervioso. «Es un tiempo que dedicamos exclusivamente a nosotras mismas», dice. La expresión de su rostro va acompañada de serenidad. Es la sensación con la que comienzan a hacer ejercicio.
Reconoce la dificultad con la que se encuentra muchas veces para combinarlo con su día a día. Reuniones de trabajo, congresos, imprevistos... que encaja de la forma que puede para llegar siempre a tiempo. Busca el equilibrio con su marido para atender los cuidados de sus hijos y encontrar un hueco. «Si uno quiere, saca tiempo de donde sea», admite sin ningún atisbo de duda.
«Es una vía de escape en la que una se llena de ilusión al entrenar con los niños», detalla Almudena, que no solo es entrenadora y compagina esta función con su trabajo, sino también campeona en distintas categorías. Tiene medalla de oro en 1500 y de plata en 3000.
El entrenamiento supone también para ella un espacio de terapia y desconexión. Es el tiempo en el que hablan de sí mismas y en el que encuentran un apoyo y un refugio incondicional. «El club está siempre para cuando una más lo necesita», destacan.
Esto último lo sabe bien Diana, que agarra con fuerza la mano de su hija Silvana, con la que va también a su cita con el atletismo. Perteneció al club hasta los 18 años. Mucho tiempo después, volvió. Atravesaba una mala racha y, como ella bien explica, «uno siempre vuelve a donde ha sido feliz».
La compañía, la forma en la que unas apoyan a las otras en los peores momentos y el buen ambiente que desprenden fue lo que la atrapó poco a poco. A ella y a otras tantas que la acompañan. Esto le permite desconectar y sentirse bien. No concibe nada mejor que compartir con su pequeña. Quiere que la niña también sea partícipe de todo lo bueno que allí viven, que se contagie de toda la fuerza que desprenden.
Todas las edades
Pero a las historias de quienes buscan terapia social y pretenden romper con su rutina, también se suma la de aquellas que son ejemplo de superación.
A sus 63 años, Isabel empezó a correr hace solo seis. Un problema de asma y la continua fatiga cuando salía a caminar con su marido hicieron que la mujer, con el apoyo de su hijo, se interesase en este mundillo. Su vida ha dado un giro de 180 grados desde entonces. «He cambiado las pastillas por las zapatillas», expresa. Lo cuenta con un orgull que se refleja en su cara. Le faltan palabras para expresar lo que significa para ella este momento. Cada día se alegra más de haber dado un paso que en su entorno acogieron con asombro y que para otros muchos, como Zhor, es toda una «motivación». «Muchos me decían que estaba loca», expresa Isabel. En el club de atletismo de Maracena no hay límites, tampoco presión. Solo un deseo de compartir tiempo juntas para sentar las bases de una amistad que las define a la perfección.
Compuesto por decenas de mujeres de todas las edades, el club es una especie de equipo que no deja de crecer . Y aquí, las diferencias generacionales, lejos de marcar distancia, ayudan a converger. «Ver que una persona corre con la misma entrega a sus 80 años es un impulso incomparable», señala Zhor acerca de una de sus compañeras. La entrenadora hace memoria y recuerda lo que este ámbito ha cambiado en los últimos años. Cuánto ha aumentado la presencia de mujeres en las pistas y en las propias carreras. Es partícipe de cómo unas se motivan a las otras. Ella misma ve que los grupos femeninos son cada vez más abundantes en el deporte, en los entrenamientos y en las carreras.
Un espejo
Junto a ella, Almudena piensa en el camino recorrido y le invade la gratificación. También piensa en todo lo que aún les queda por recorrer. Son la huella que otras tantas niñas siguen a su alrededor. Son conscientes de que su presencia en las pistas de atletismo empieza a entenderse como una referencia. «No hay nada comparable con que las niñas nos vean a nosotras como ejemplo de lo que quieren seguir», añade Almudena.
El gesto risueño que comparten antes de empezar a practicar se transforma, de repente. «Venga, hemos venido a entrenar», se escucha. Se contagian de concentración, miran el reloj para ajustar bien los tiempos de ejercicio. No quieren dejar escapar ni un minuto.
El grupo corre unido y desde sus puestos invitan a unirse a ellas. El club de atletismo de Maracena es un referente para otras muchas mujeres que ya se miran en este espejo.
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