El continuo triunfo invisible de la granadina Teresa Moya
La deportista herradureña se quedó ciega con 16 años, pero no dejó de practicar este deporte en el que compite y supera a compañeras que no tienen ausencia visual
Teresa Moya (La Herradura, 2002) tiene claro que le gusta la gimnasia rítmica. Es ciega desde hace cuatro años, pero su discapacidad visual no ha frenado su deseo de ponerse la malla y saltar al tapiz. Lo hacía cuando veía y lo hace ahora, en un continuo triunfo invisible en el que debe competir contra deportistas que no tienen ningún tipo de discapacidad por la ausencia de competiciones de gimnasia rítmica adaptada. «Todo lo tengo que practicar el triple de veces y hacerlo el triple de veces bien para asegurarme de que me va a salir sí o sí», resume.
Desde pequeña sabía que quería ser gimnasta. Creció en diferentes clubes de Almuñécar y La Herradura sin visión periférica, una alteración de nacimiento que en principio estaba estabilizada y no iba a derivar en una ceguera completa. Sin embargo, fue la primera de su familia en desarrollar una enfermedad genética que derivó en la pérdida de visión total y esta situación le llevó a replantearse su vida. «Fue un shock, no sabíamos que iba a perder la visión y no hubo una transición. Tuve que empezar a vivir de forma distinta y, aunque al principio paralicé mi vida, pronto decidí que no quería abandonar nada de lo que hacía en mi día a día», explica a IDEAL con detalle.
Tras asumir su situación, habló con Aida Díaz, su entrenadora, y entre las dos salvaron esa temporada como pudieron. «Modificamos el montaje de ese año de tal forma que pudiera salir al tapiz y hacer algo en condiciones y que se viera reflejado el trabajo que estaba haciendo, que no es el nivel que tengo hoy, ya que salgo al tapiz y no se me nota la diferencia con otras niñas», asegura mientras completa el ejercicio que IDEAL le reclama para tomar imágenes con mucha más soltura y solvencia que el resto de sus compañeras. La percepción no es casual, ya que en la Copa 7 Estrellas de la Comunidad de Madrid, la competición que da acceso al nivel nacional, se quedó la quinta de 45 participantes.
Entrena tres horas y media durante cinco días a la semana y, reconoce, tiene que memorizar al milímetro cualquier ejercicio que realice, ya que no cuenta con el margen de error que sí tienen sus otras compañeras. «Cada cosa que hago la tengo que perfeccionar para que sea exacta. Si un aparato no cae donde lo tengo calculado, no lo recojo. Salgo al tapiz con un ejercicio con el que no puedo cometer fallos que otras competidoras se pueden permitir», refleja.
Tras terminar Bachillerato decidió marcharse a Madrid a estudiar el doble grado de Derecho y Periodismo, una formación que en este curso académico ha complementado con estudios en Psicología. La marcha a la capital le supuso una transición a nivel deportivo que no fue sencilla. «Suponía empezar de nuevo con entrenadoras nuevas. Me angustiaba porque pensaba que no me iban a aceptar en ningún sitio y cuando empecé a escribir a los clubes me fueron rechazando uno tras otro porque estaban llenos. Me sentía inferior y tuve que trabajar muchísimo para aprender que no era culpa mía lo que estaba pasando y asumir que tener una discapacidad no me hacía menos válida que el resto», expresa. En ese camino se cruzó Rítmica Elegance, un club que acababa de abrir sus piernas. «Pensé que no me podrían decir que no por el tema de las plazas, pero desde el primer momento estuvieron encantados de acogerme, me citaron para conocer las instalaciones, me encontré muy a gusto con mis compañeras, que ahora son mis amigas, y fue muy bien», relata.
En esta temporada, el ejercicio que está realizando es con mazas. El elemento que se tiene que utilizar lo marca la Federación en cada curso y para la próxima temporada le espera la cuerda, uno de los que resultan más complicados junto a la cinta por el poco peso que tienen y la dificultad para manejarlas sin que se genere un nudo. «Tengo que tener mucha propiocepción y conocimiento de lo que me rodea porque cuando llegas a las competiciones hay mucho ruido, gente, el pabellón es distinto y todo se complica muchísimo», analiza.
Su marcha a Madrid no ha provocado que se haya olvidado de Granada. «Soy herradureña de pura cepa y que nadie diga lo contrario», comenta entre risas. «No creo que haya nadie en Madrid con quien trato que no conozca La Herradura», asegura la deportista, que se desplaza hasta la costa granadina cada vez que los estudios y la competición lo permiten. En Almuñécar, además, forma parte del grupo de interpretación Elenco Teatro, con el que procura ensayar y hacer obras.
«Quiero ser una más»
«La mayor adaptación siempre es psicológica. Llegas con muchos prejuicios y miedos porque piensas que vas a ser una carga, pero lo que he pedido en el deporte y en el resto de mi vida es que no hagan una diferencia conmigo. Quiero ser una más», añade Teresa Moya, convencida de que sus mejores ejercicios están todavía por llegar.
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