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La zambra granaína, del Sacromonte a la Humanidad

La zambra granaína, del Sacromonte a la Humanidad

IDEAL se mete en las entrañas de una cueva sacromontana para contar, mirando por las entretelas, cómo surge cada noche el duende del flamenco al estilo de Granada, propuesto a la Unesco como Patrimonio Cultural

Jorge Pastor

Granada

Sábado, 18 de mayo 2019

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A las ocho de la tarde, con la noche recién entrada en el Sacromonte, Juan Andrés Maya cierra las puertas. Dentro de la Cueva de la Rocío, ciento veinte turistas sentados en sillas de enea se disponen a disfrutar del espectáculo de los gitanos bailando, cantando y tocando. Bienvenidos, señoras y señores, a la zambra de 'Graná'. Dentro se oyen las palmas; fuera, la Alhambra ya está iluminada. Lo llaman magia.

Vídeo. Así se vive la zambra desde dentro. Studiosur

Dentro de un año, se cumplirán 180 desde que el fragüero Antonio Torcuato Martín, 'El Cujón', en 1840, se inventara en un bajo de la plaza del Humilladero –después lo trasladaría al Sacromonte– un espectáculo flamenco, basado en la boda gitana, al gusto de aquellos viajeros románticos franceses e ingleses que, exactamente igual que hoy japoneses, coreanos o rusos, acudían atraídos por el poder hipnótico de la Alhambra. Una fecha redonda que Granada no quiere que pase desapercibida. La ciudad ya ha aprobado en pleno una declaración institucional para instar a la Unesco que declare la zambra Patrimonio Cultural Inmaterial y ha iniciado un largo y complejo procedimiento que, si todo va bien, debería culminar con éxito a finales de 2021.

Nos adentramos en las entretelas de la mítica Cueva de la Rocío, como podíamos haberlo hecho en la de los Tarantos, la Venta del Gallo o María La Canastera, para ver cómo se 'cuece' una zambra, para hablar con los flamencos antes de darle al tacón, para escuchar las conversaciones del público y para comprobar que, lejos de prejuicios y miradas distorsionadas (y estereotipadas), allí básicamente se hace arte. Un arte que sigue entusiasmando a propios y sobre todo a extraños, y un arte que lleva dos siglos generando empleo y riqueza en el Sacromonte.

Juan Andrés, el empresario

Vídeo. Es un afamado bailaor, perteneciente a la estirpe flamenca de los Maya, toda una institución en Granada. También es el director de la Cueva de la Rocío. Dirige un equipo de unos cuarenta profesionales. Jorge Pastor

«A estas alturas todo el mundo sabe mucho de flamenco y con la calidad no se puede especular», espeta Juan Andrés Maya, director de la Cueva de la Rocío. Maya es, además de un afamado bailaor, uno de los responsables de que la zambra de Granada siga siendo una referencia cultural y turística, un binomio inseparable. En la Cueva de la Rocío mantiene dos cuadros artísticos, uno con bailes autóctonos del Sacromonte, centrado en la boda gitana, y otro que Juan Andrés llama 'de atracción', basado en un flamenco más formado. Ellos son los encargados de ofrecer todos los días hasta cuatro funciones de una hora.

Entre flamencos y demás personal (mantenimiento, camareros, cocina...), la Cueva de la Rocío da empleo a unas cuarenta personas. Juan Andrés lo tiene claro: el nivel de excelencia hay que llevarlo al extremo. «La gente exige lo mejor». Lo mejor respecto a los espectáculos y los mejor respecto a los platos que se sirven en las mesas. «Todo ello sin perder la esencia», agrega. Juan Andrés Maya se siente orgulloso de los buenos resultados de la Cueva de la Rocío, «consecuencia de todo el trabajo de la familia», y de no haber perdido su vínculo con Granada. «Yo sólo quiero que la gente se vaya contenta de mi casa», insiste. Una casa por la que han pasado en los últimos años Michelle Obama, Dolce y Gabanna, Alejandro Fernández y, años atrás, Lola Flores o la eterna Ava Gardner.

La zambra no sería la zambra sin turistas. Está en su origen y acuden todos los días. Por cientos

Más allá de las personalidades y el glamour, una de las críticas con menos sentido hacia la zambra es que, alejada del purismo, está pensada para los que visitan Granada. La zambra no sería la zambra sin turistas. Está en su origen y acuden todos los días. Por cientos. Por eso, Juan Andrés Maya no pierde el optimismo respecto al futuro. «Tenemos la Alhambra y el Sacromonte, y eso no falla». De hecho, los niveles de ocupación de la Cueva de la Rocío, y del resto de zambras, no han parado de crecer en los últimos años, en sintonía con esas cifras récord de viajeros que está registrando Granada.

Juan Andrés Maya considera que las administraciones deben «mimar el Sacromonte y cuidarlo como si fuera un bebé». Una implicación que, bajo su punto de vista, también deben tener las nuevas generaciones. «Si siguen como nosotros, el Sacromonte será puntero en el flamenco». «Aquí no se hacen tonterías; aquí se baila por derecho».

Los camerinos, las cocinas, el público

A las seis de la tarde, dos horas antes de la primera actuación, el cocinero Andrés Villegas ya está pelando 'papas' y preparando cacerolas para el menú de la noche. La previsión es de unos cincuenta comensales sólo para la cena. «Sumando todo el día –comenta Andrés Villegas– podemos llegar perfectamente hasta los doscientos servicios». Para ello Andrés cuenta con la ayuda de dos currantas natas, que se llaman Sandra y Ana, y una trayectoria de diecinueve años entre los fogones. Los mismos que han transcurrido desde que se marchó desde su Venezuela del alma, donde trabajaba como ingeniero geólogo. Para hoy, salmorejo, gazpacho, habitas 'baby' con jamón y secreto a la parrilla, entre otras exquisiteces de una carta que combina la cocina más tradicional y autóctona con algunos platos internacionales al gusto de los extranjeros. «Nada de pasta y esas cosas», aclara Juan Andrés.

El público

Vídeo. Las cuatro zambras granadinas reciben cada año decenas de miles de turistas de distintas nacionalidades. Más del 30% son visitantes asiáticos, sobre todo, japoneses. En algunas funciones entran casi cien personas. Al final, los bailaores los invitan a participar en la fiesta. Pepe Marín

Los primeros clientes llegan pasadas las siete. El Padrino, uno de los muchos de la familia Maya que está empleado en la Cueva de la Rocío, es el encargado de recibirlos y comprobar que, en efecto, sus nombres figuran en el estadillo de reservas. «Llegan con tiempo, siéntense en la terraza y, mientras tanto, se toman una cerveza», les comenta el Padrino. Las cañas, fresquitas y espumosas, con su tapita de croquetas al estilo de la mama, no tardan en llegar. Las trae Tomás, otro de los Maya, que no para de moverse, de arriba abajo y de abajo arriba, transportando vasos, fregando, barriendo y atendiendo las mesas en perfecto inglés. «Are you Japanese?», le pregunta a una oriental. «No, I'm from Taiwan», le responde la oriental mientras toma el primer sorbo de una copita de vino blanco. «Siempre hay un punto de improvisación en cada servicio –asegura Tomás sin mucho tiempo para atender a los periodistas– pero lo pasamos bien».

Mercedes Morón, la bailaora

Vídeo. Es una experimentada bailaora de Morón de la Frontera (Sevilla). De ahí su nombre. Al igual que el resto de profesionales que conforman las zambras, cuidan al detalle maquillaje, vestuario y puesta en escena. Pepe Marín

La primera bailaora en arribar a la Cueva de la Rocío es Mercedes de Morón. Aún faltan tres cuartos de hora para que empiece el show. Atiende a la prensa mientras se retoca delante del espejo. «Me gusta venir con tiempo para arreglarme tranquilica y salir en condiciones al escenario». Y es que la puesta en escena es fundamental. «Cuantos más colores, mejor; llevamos las cabezas muy bien arregladas, con muchas flores», explica. «Delantales, lunares, brillos... no hemos de olvidar que estamos interpretando una boda», agrega la de Morón. El maquillaje también tiene que ser perfecto para mitigar los reflejos de los focos y «porque la imagen es básica». Respecto a la forma de bailar, al tratarse de un casamiento al estilo calé, «se hacen tangos, se hacen alegrías y se hacen por bulerías». «No es como un tablao –refiere– donde la gente está a una distancia, sentada en una mesa cenando o bebiendo, sino que están a nuestro lado, sintiendo toda la pasión que le transmite el bailaor».

El camerino de los chicos es contiguo al de las chicas. La medianera deja escuchar las guitarras. Julián Fernández 'calienta dedos'. Tendrá que tocar y darlo todo durante las próximas cuatro horas. Realmente Julián ensaya todo el día, desde que se levanta.

Julián Fernández, el tocaor

Vídeo. La guitarra clásica es uno de los instrumentos básicos en los cuadros artísticos que actúan en las zambras. Lo dan todo en los espectáculos, pero también dedican muchas horas a ensayar. Después es habitual verlos en eventos flamencos de primer nivel acompañando a grandes cantaores y bailaores. Pepe Marín

«El toque en una zambra tiene que ser muy flamenco y muy gitano». Desde hace dos años tiene el honor de rasguear las cuerdas de un instrumento fabricado por el gran José López Bellido. «Un honor», refiere el bueno de Julián, ya repeinado y ataviado de riguroso negro gitano –camisa, chaleco, pantalón, zapatos...– y corbata de topos. Julián siempre había anhelado tener una López Bellido «porque el sonido es de una calidad espectacular; de lo mejor», recalca. «Estuve mucho tiempo ahorrando para conseguirla». Risas.

Fuera también se escucha la flauta travesera de Eloy Heredia, otro de los grandes que oficia en la Cueva de la Rocío. Está sentado junto a Juan Andrés Maya en la puerta de la cueva, por donde tiene que pasar todo el mundo. «Somos como hermanos», afirma cuando faltan tan sólo quince minutos para que se obre el duende de la zambra. Eloy, que también es productor flamenco, echa una mano con la tecnología. Que no haya ningún fallo en el juego de luces, un elemento básico para generar una atmósfera única.

Mientras tanto, Juan Andrés, metido ahora en mil aventuras televisivas –los Maya es una de las sagas habituales en el programa de 'Los Gipsy Kings' en Cuatro–, no pierde detalle de nada. Lo supervisa todo. «Con la calidad no se especula», repite a modo de mantra. «Hay que estar pendiente de que las niñas estén bien arregladas; siempre indico a cantaores, tocaores y bailaores en qué fallaron la noche anterior». «No podemos dejar las cosas de un día para otro; si hay detalles que no me gustan, los arreglo».

La zambra no vive un mal momento en Granada. Todo lo contrario. Hay cuatro grandes por las que pasan a diario miles de visitantes: Los Tarantos, Cueva de la Rocío, María la Canastera y Venta el Gallo. Se estima que sólo en la Cueva de la Rocío estuvieron en 2018 más de 20.000 personas. Estamos hablando de una potente 'industria', la primera cultural datada en Granada y sustentada por una manifestación artística tan arraigada como el flamenco. No hay que obviar un dato importantísimo. El turismo cultural supone la principal motivación para el 63% de los viajeros que eligieron la provincia el año pasado, un porcentaje que se eleva hasta el 80% si ponemos el foco en la capital.

Los grandes referentes del flamenco en Granada, como el maestro Curro Albaicín, nunca han ocultado su desazón por la pérdida de peso de la zambra en eventos como el Festival Internacional de Música y Danza. «Me parece triste que el Festival se inaugurara en 1952 con una zambra y ahora se hayan olvidado de programarlo, ni se habla de él», lamenta. Por todo ello, considera que ahora «es el momento de colocar este arte donde realmente se merece».

Curro Albaicín, historia de la zambra

Vídeo. Es uno de los grandes referentes del flamenco no sólo en Granada, sino en toda Andalucía. Ha desarrollado un importante trabajo de documentación de la zambra. Es una de las personalidades de Granada que están empujando para que el baile y el canto autóctono del Sacromonte sea declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad. Jorge Pastor

Comienza el espectáculo

Faltan cinco minutos para empezar la función. Bailaores y músicos, con semblante ya concentrado, apuran pitillos y confidencias. También bromas y risas. Los autobuses que traen a los turistas desde los hoteles hace un rato que llegaron. El patio de la Cueva de la Rocío se puebla en pocos minutos. Japoneses, búlgaros, americanos, asiáticos... una Torre de Babel. Algunos se asoman a la barandilla para ver la Alhambra y sentir la brisa vivificante del río Darro, que baja escaso de caudal. Apenas transitan coches por esa senda del flamenco que se llama Camino del Sacromonte. Si acaso alguna 'vespinillo'. Otros se adentran ya en las entrañas de las cuevas para observar las decenas de fotografías que cuelgan de las paredes. Personajes ilustres. Reyes, emperadores, actrices de Hollywood y del spaguetti western, folclóricas y folcróricos. Personajes ilustres que, al igual que ellos, disfrutaron en algún momento de sus vidas de la liturgia de la zambra.

También una oportunidad de oro para hacerse selfies. Solos o en pareja. El respetable va tomando asiento en las sillas de enea dispuestas en hileras de sesenta, mientras los camareros van anotando las consumiciones que servirán cuando llegue el descanso, mediada la hora. Se impone la sangría y las bebidas espirituosas. Nada recio. Aforo lleno. Ciento veinte almas.

Ocho en punto. Juan Andrés Maya, ya maqueado, cierra los portalones negros de la cueva. Se encienden los focos. Prevalecen azules, verdes y rosas. ¿Quién dijo purismo? Suenan los primeros acordes. Comienza la representación simbólica de la boga gitana. La alboreá. Soleá por bulerías. Palmas y guitarras. Mercedes de Morón, de blanco, y La Paquera, de negro con rosas rojas estampadas, salen a escena y clavan sus ojos en el infinito. No son ellas. Son bailaoras. Bailaoras de una zambra gitana en el Sacromonte. Detrás, los casaderos, representados en esta ocasión por Rocío Vargas y Carlos Mariano, dispuestos para el rito. Él y ella, ella y él, son los protagonistas de gran parte de una ceremonia que está perfectamente corografiada, pero que conserva un punto de espontaneidad y dos de tensión que propician una conexión casi inmediata con los espectadores, que tienen la percepción de estar viviendo algo tradicional, pero también algo excepcional.

Todo sucede a menos de un metro. Tan cerca que, por momentos, cuando el taconeo se vuelve vertiginoso, se puede escuchar la respiración entrecortada, casi jadeante, de Mercedes, de la Paquera, de Rocío, de Estela, de Coral... de todas las bailaoras de otra noche de embrujo en las cuevas del Sacromonte. Unos lo llaman magia. Otros duende. Ese «poder misterioso que todos sienten y que ningún filósofo explica», que dijo Federico.

Superada la prueba del pañuelo, llega el episodio de la cachuchá. El novio pide perdón a los padres de la novia por haberla raptado. Es cuando se produce uno de los 'pasajes' más identificables de la zambra. La que se conoce como la 'rueda a los novios'. Giros, giros y más giros. Después viene 'la mosca', que marca el punto final de las nupcias. El remate picante. Con coplas subidas de tono, según manda la tradición. Y con ese movimiento tan característico en que las gitanas levantan con fuerza una pierna para girarla en sentido contrario y gritar «¡mosca!», «¡mosca!», «¡mosca!» Una de ellas se mete dentro del círculo con movimientos de vientre al compás del 'tan, tan, tarantan, tran'. Por último, lo habitual es que el espectáculo se prolongue con otros palos como los tangos de Graná.

Una hora de zambra que todo el mundo vive con intensidad. Como John, un estadouniodense que es la primera vez que visita Granada y España. «Ha ido mucho más allá de lo que me habían comentado y de las expectativas», comenta en un inglés con acento sureño. «Conocía el flamenco, pero esto lo ha superado», recalca. Una sensación parecida a la de Luz Mery, de Colombia. «Ha sido increíble; me ha encantado cómo a las bailaoras se le iba transformando el rostro en la medida que iban entrando en una especie de trance». «Ya sé lo que es el duende», afirma. Vladimir, de Bulgaria, habla de una vivencia «maravillosa». «Todos muy guapos». Una estética también ensalzada por Ichiro, de Japón: «Me ha apasionado; si los japoneses quieren ver flamenco, tienen que venir aquí».

Los pasos que hay que dar para que la zambra se convierta en Patrimonio Cultural de la Humanidad

La meta está clara. El camino, también. Los pasos que deberá dar Granada a partir de ahora vienen perfectamente establecidos por la normativa de la Unesco. Apunten una fecha: finales de 2021. La comisión técnica creada por el Ayuntamiento deberá completar un procedimiento administrativo que, en todo caso, deberá ser validado por la Unesco. El cronograma empezó en marzo, cuando se inició el proceso

Primer año.  Lo primero es que la Junta presente su primer borrador de la candidatura ante el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Después el Ministerio también presentará la propuesta ante el Grupo I de Patrimonio Mundial e Inmaterial, que hará sus comentarios y aportaciones en función de los criterios acordados por el Consejo de Patrimonio Histórico. Acto seguido el Ministerio propondrá la incorporación de las anotaciones técnicas realizadas por el referido Grupo I a la Junta de Andalucía para su revisión. A continuación la Junta requerirá que la zambra se incluya en la Lista Representativa ante el Consejo de Patrimonio Histórico para su aprobación. El Ministerio debe recibir el expediente para remitirlo a la Secretaría de la Unesco.

Segundo año. El 31 de marzo del año que viene es la fecha límite en que las proposiciones de inscripción deben estar en poder de la Secretaría de la Unesco. Demorarse significa esperar al siguiente ciclo. Esta Secretaría tiene que haber finalizado su trabajo de tramitación para el 30 de junio de 2020. Si falta documentación, se invitará al Estado parte –en este caso España– a que la complete. En este supuesto, España tendrá hasta el 30 de septiembre. Entre diciembre y mayo de 2021 las propuestas son analizadas por el Órgano Subsidiario.

Tercer año. Entre abril y junio se convoca la reunión de examen por parte de este Órgano Subsidiario. Cuatro semanas antes de la convocatoria del Comité, la Secretaría de la Unesco transmite los informes a los miembros, que también se pondrán a disposición de los Estados para su consulta. Y en noviembre de 2021, por fin, el Comité de la Unesco evalúa y adopta sus decisiones.

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