La verdadera historia del granadino entre los últimos de Filipinas
Fue uno de los supervivientes de la defensa de Baler, el único granadino que allí combatió, sin lugar a dudas, un héroe anónimo de la Historia de España
Juan A. Díaz Sánchez
GRANADA
Viernes, 1 de marzo 2019
Seguramente que, a sus veintiún años, Eufemio Sánchez Martínez, natural de la Puebla de Don Fadrique (Granada), jamás había oído hablar de Baler, a lo mejor, ni siquiera del archipiélago conformado por las islas Filipinas; como mucho, sabía que eso era una colonia española desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, este poblato, debido a su origen humilde, hijo de jornaleros, −ni él ni su familia, sobre todo sus padres Ildefonso y Gabina, pudieron pagar las dos mil pesetas que cobraba el Ministerio de Guerra para librar a los jóvenes reclutas de ir a la misma− tuvo la oportunidad de viajar, obligatoriamente, hasta allí y conocerla. Más le hubiera valido no haberla conocido.
A mediados del s. XIX, EE.UU. hizo varias ofertas de compra a España por la isla de Cuba, pero, evidentemente, la vieja metrópoli las rechazó. La joven nación americana sentía la necesidad de expandirse, tenía la ambición necesaria y poseía los medios materiales y militares precisos para ello. Por lo tanto, ante la negativa española de finiquitar las últimas colonias que le quedaban, las cuales no eran ya más que un mero recuerdo testimonial de aquel Imperio en el que «nunca se ponía el sol», EE.UU. pasaría a la acción financiando a los movimientos insurreccionales que pretendían la independencia de la colonia con respecto a la metrópoli, es decir, en el caso que nos ocupa: la independencia de Filipinas respecto a España.
Por consiguiente, en 1886, Datto Utto lideró un levantamiento contra las autoridades españolas en Filipinas, aprovechando las más que evidentes deficiencias que presentaba la administración colonial española, la inestabilidad política que había en la España del momento y el apoyo financiero estadounidense. Dicho movimiento insurreccional fue sofocado por el Capitán General de Filipinas, el General Terrero Perinat.
En la última década del s. XIX, el nacionalismo filipino fue creciendo de forma exponencial. Los más exaltados, acaudillados por Andrés Bonifacio, fundan el Katipunan (Suprema y Venerable Asociación de los Hijos del Pueblo). Ello provocó que, en 1896, se produjera la revolución tagala, la cual cogió 'con el paso cambiado' al gobierno metropolitano español por lo que, hasta en tres ocasiones, hubo de relevar al mando militar que se hacía cargo a la Capitanía General de Filipinas. Finalmente, en la última quincena de 1897 se firmó el pacto de 'Biak-na-Bató', provocando que el general filipino Emilio Aguinaldo emprendiera el camino del exilio a la colonia inglesa de Hong-Kong.
Las hostilidades entre España y EE.UU. llegaron hasta tal punto que, a causa del hundimiento del acorazado norteamericano 'Maine' por una explosión fortuita, en el puerto de La Habana (Cuba), los estadounidenses declararon la guerra a los españoles en marzo de 1898. El primero de mayo de ese mismo año, la escuadra norteamericana, al mando del comodoro Dewey, aniquiló a la española en Cavite (Filipinas). El general Aguinaldo regresó a Filipinas y fue aclamado como generalísimo con el apoyo estadounidense. El gobierno español, desesperado, envió a Manila al General Diego de los Ríos con la misión de negociar la liberación de nueve mil prisioneros españoles.
No obstante la guerra en Filipinas no estalló de una forma homogénea, precisamente, una de las zonas en la que más tarde estalló fue en Baler –ese sitio del que nuestro ilustre poblato nunca había oído hablar−, un pueblo situado al noreste de Filipinas, en la actual provincia de Aurora, que abarcaba parte de la costa oriental de Luzón: «…está situado cerca del mar, sobre un recodo, al sur de la ensenada o bahía de su nombre, distante de la playa unos 1.000 metros. (…) Como todas las poblaciones filipinas, de vida puramente rural y escaso número de habitantes, reducíase a la iglesia rectoral; (…) y alguna casa de tablas y argamasa», así nos lo describe Martín Cerezo en su 'Diario de operaciones' editado en 1904.
El 21 de septiembre de 1897, llegó a Baler, que solamente estaba guarecido por un cabo y cuatro guardias civiles, el refuerzo solicitado por el Capitán López Irizarri (Comandante Político-Militar del Distrito de El Príncipe), consistente en cincuenta hombres, que iban al mando del Teniente José Mota. Dicho destacamento fue hostigado por los rebeldes filipinos (tagalos) en la noche del 5 al 6 de octubre y el propio teniente se suicidó. Tras estos sucesos, el mando militar envió a una compañía de cien hombres, al mando del Capitán Roldán, para recuperar Baler y auxiliar a lo que quedaba de la guarnición española que se había refugiado en la iglesia. Esta compañía estaría en Baler hasta febrero de 1898 fecha en la que fue relevada.
Transcurridos dos meses y medio de la firma del pacto de 'Biak-na-Bató', llegaba a Baler, en un barco de vapor, el 'Compañía de Filipinas', un relevo proveniente de Manila compuesto por cincuenta hombres. Éste se puso al mando del capitán Enrique de las Morenas, natural de Chiclana de la Frontera, que fue nombrado Comandante Político-Militar del Distrito en sustitución del Capitán Roldán que regresaba a la Península; los Tenientes Juan Zayas y Saturnino Martín Cerezo, el Teniente Médico Rogelio Vigil de Quiñones y Alfaro, uno de los más ilustres héroes de Baler –y que sería merecedor de recibir la Cruz Laureada de San Fernando a título póstumo−, y el sacerdote franciscano Fray Cándido Gómez Carreño. En total, el destacamento contaba con 55 hombres pertenecientes al Batallón Expedicionario de Cazadores nº 2. Siguiendo el artículo publicado en IDEAL por César Girón: «Eufemio fue listado para el reemplazo de 1896, no se incorporó hasta el 29 de septiembre de 1897, con ocasión del agravamiento de los acontecimientos en ultramar, llegando a Filipinas en enero de 1898, a la provincia del Príncipe».
Ante la incapacidad del destacamento español para enfrentarse a los tagalos a 'campo abierto', el Capitán de las Morenas determina refugiarse en el interior de la iglesia, un edificio resistente donde poder hacerse fuertes. En palabras del investigador Leguineche podemos hacernos una idea gracias a la descripción que éste nos hace en su obra: «…sus muros de metro y medio, sus 30 metros de longitud y 10 de anchura, sus seis ventanas, dos en la parte sur sobre la fachada principal, una orientada hacia el sur y otra hacia el oeste».
La vida en el interior de aquel fuerte en el que habían convertido a la iglesia fue muy dura. Pronto, debido a la escasez de víveres y, por ende, a la mala alimentación que los hombres recibían, las enfermedades no tardaron en aparecer: beriberi y disentería. Enfermedades que, gracias a los conocimientos médicos del Teniente Vigil de Quiñones, no rindieron la plaza antes de que lo hicieran las armas enemigas. Sin embargo, para finales de año, a causa de ellas, ya habían fallecido el Capellán, el Capitán de las Morenas y el Teniente Zayas. Por lo tanto, el destacamento español quedó al mando del Teniente Martín Cerezo.
A comienzos de 1899, el Capitán español Olmedo Calvo, vestido de paisano, mediante toque de parlamento, se entrevista con Martín Cerezo y le entrega un documento firmado por el General de los Ríos, datado en Manila a primero de febrero de 1899: «Habiéndose firmado el Tratado de Paz entre España y los EE.UU. y habiendo sido cedida la soberanía de estas Islas a la última nación citada, se servirá Ud. evacuar la plaza, trayéndose el armamento, municiones y las arcas del tesoro, ciñéndose a las instrucciones verbales que de mi orden le dará el Capitán de Infantería D. Miguel de Olmedo Calvo. Dios guarde a Ud. muchos años. Manila, 1 de febrero de 1899. Diego de los Ríos». Pero Martín Cerezo desconfía –piensa que puede ser una trampa−, hace caso omiso a la orden y no la acata. La moral de la tropa estaba muy baja, minada por las deserciones, la escasez de posibilidades, el hambre y la enfermedad.
Martín Cerezo se reunió con Vigil de Quiñones y los dos tenientes decidieron celebrar un parlamento con el objeto de rendir la plaza, por lo que mandaron izar la bandera blanca en el torreón de la iglesia. Dicho parlamento fue celebrado entre el Teniente español Martín Cerezo y el Teniente Coronel filipino Simón Tersón, con el cual negoció la rendición de la plaza en unas muy honrosas condiciones.
El día dos de junio de 1899, con honor y gloria para el ejército español, se puso fin al sitio de Baler, después de 337 días de asedio filipino y heroica resistencia española. Los soldados españoles llegaron a Manila el 6 de julio y el 29 del mismo mes embarcaron en el vapor 'Alicante' rumbo a España, atracando éste en el puerto de Barcelona el primero de septiembre. Y así se puso fin al Imperio Español, que comenzara cuatro siglos atrás, aquel en el que nunca se ponía el sol. Aquí tuvo lugar la heroica gesta, digna del más bello cantar, de los héroes de Baler, 'Los últimos de Filipinas' como en España se les llamó.
Eufemio fue uno de los supervivientes de la defensa de Baler, el único granadino que allí combatió, sin lugar a dudas, un héroe anónimo de la Historia de España. Fue destacado por el Teniente Martín Cerezo como «un tirador de buena puntería y disciplina». Al regresar a España, el Ministerio de Guerra premió los servicios militares de los treinta y un soldados supervivientes, que había defendido Baler, con la Cruz de Plata al Mérito Militar, la cual llevaba unida una pensión mensual vitalicia de siete pesetas y media (lo que vendría a equivaler a 32'34 euros mensuales para 2019). En la mayoría de los casos –no podemos saber si fue el de nuestro biografiado, suponemos que sí− los héroes de Baler fueron recibidos con todo tipo de agasajos en sus respectivas localidades donde se les ofreció un puesto de trabajo subalterno: guardia municipal, sereno, ordenanza, alguacil, cartero…
Eufemio no cogió empleo cuando se le ofrecieron y siguió dedicándose a su oficio: la agricultura y el pastoreo de ovejas. Se casó y tuvo ocho hijos, de los que le sobrevivieron cuatro. Aunque vivía con su familia en un cortijo, por tal de dar instrucción a sus hijos se mudó a la Puebla de Don Fadrique. La Guerra Civil le sorprendió a cargo de un cortijo; los milicianos del Frente Popular fueron hasta allí para capturar a los señoritos; Eufemio estaba muy enfermo, pero no les dio ninguna pista de su paradero y amenazaron con llevárselo. Al final, lo dejaron. Sus tres hijos varones sirvieron en el ejército republicano y uno de ellos terminó en un campo de concentración de Teruel. Eufemio falleció días antes de terminar la Guerra Civil a los casi 62 años de edad puesto que le faltaron tres días para haberlos cumplido.
Hace 120 años, Granada y su provincia contrajeron una deuda de reconocimiento y gratitud con este soldado heroico –nunca es tarde si la dicha es buena, reza un viejo refrán castellano−, con este patriota ejemplar, con uno de los héroes de Baler: Eufemio Sánchez Martínez, el último granadino de Filipinas.
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