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El único cuadro de Goya que hay en GranadaEn el año 1757 llegaba a Granada un chavea que se llamaba Francisco Saavedra y Sangronis. Calzaba once años, procedía de Sevilla y tenía muchas ganas de estudiar y prosperar. Por ello, por conseguir las metas más altas para Francisco, su familia lo matriculó en una de las principales 'universidades privadas' del siglo XVIII, la Abadía del Sacromonte, el más prestigioso colegio de Teología y Juristas de España –no tardó en ampliar sus enseñanzas a Derecho, Historia y Lenguas Orientales–. Francisco estuvo seis años en la Abadía y, en efecto, a la vuelta de unos años se convirtió nada más y nada menos que en ministro de Hacienda y secretario de Estado, entre otros cargos de relevancia, en la corte del rey Fernando VII 'el Deseado'. Su retrato cuelga hoy día en la tercera sala del Museo de la Abadía del Sacromonte. Y no es un retrato cualquiera. Está pintado por Francisco de Goya y Lucientes. Es la única obra del maestro de Fuendetodos en la provincia de Granada y una de las pocas que hay en toda la comunidad andaluza. Una verdadera joya.
¿Y por qué Goya? Pues básicamente por tres motivos. El primero, por la relevancia del personaje en sí; el segundo, por el prestigio de la institución; y el tercero, porque cuando Goya pintó a Francisco Saavedra, en 1798, su prestigio ya era mayúsculo. Tanto es así que don Francisco hizo dos versiones muy parecidas de este mismo lienzo, una para la Courtauld Gallery de Londres y otra para la Abadía del Sacromonte. Esta última no tiene firma en apariencia –posiblemente está oculta debajo de la cartela que ocupa la franja inferior–, pero los expertos le atribuyen su autoría a Goya por analogía con su 'primo hermano' londinense.
1757 El ministro Francisco Saavedra fue amigo de Goya y alumno de la Abadía del Sacromonte entre 1757, cuando tenía once años, y 1763.
1798 La Abadía del Sacromonte encargó el cuadro a Goya mediante una carta rubricada por Pablo Andeyro. El retrato de Francisco Saavedra llegó en octubre de 1798.
Lourdes Blanca, codirectora del Taller de Restauración de la Diócesis de Granada , explica que «el encargo a Goya lo realizó el cabildo de la Abadía mediante una carta rubricada por Pablo Andeyro». «La obra llegó a Granada procedente del taller de Goya en Madrid en octubre de 1798, según se informa en las actas», manifiesta Lourdes Blanca, quien considera que este Goya es, sin lugar a dudas, uno de los grandes referentes patrimoniales de la Abadía «por tratarse del más reputado pintor nacional e internacional del siglo XVIII y por su extraordinaria factura». Francisco Saavedra se halla escoltado en el Museo por otros dos óleos relevantes. Uno de José Marcelo Contreras del abogado y catedrático Aureliano Fernández, que también se licenció en la Abadía, y otro del Papa León XIII de Gómez Moreno.
Francisco Saavedra y Sangronis (1746-1789). Procedente de una familia con posibles de Sevilla, ingresó como alumno de la Abadía del Sacromonte en 1757, con tan solo once años. Permaneció en sus aulas hasta 1763. Gracias a su sólida formación y a su carrera militar, ocupó altas responsabilidades en la corte de Fernando VII, donde fue ministro y secretario de Estado. Cuando Goya lo retrató, tenía 52 años.
Goya pinta a Francisco Saavedra detrás de una mesa donde se observan varios papeles y un tintero, que se considera un símbolo de laboriosidad.
Saavedra, tocado con peluca blanca, viste el uniforme de capitán general con casaca azul oscuro, pantalones rojos y medias de seda. También porta la medalla de la Real Orden de Carlos III.
El fondo es neutro, con tonos grisáceos, donde apenas se observa ninguna referencia espacial, aunque se intuye una chimenea clásica.
Compositivamente, Francisco de Goya logra el dinamismo mediante la cabeza, girada hacia la derecha en posición de tres cuartos, y las piernas inclinadas en sentido contrario. Pinta los ojos de negro.
Extiende un brazo sobre su rodilla derecha y apoya la otra mano sobre la mesa. Una pose que muestra la personalidad del retratado y su preocupación de contribuir a la mejora del país desde la ideología de la ilustración.
La luz, que cae desde la izquierda, destaca la cabeza y las manos. Un fuerte golpe luminoso sobre las rodillas las trae al primer término, rompiendo la monotonía con la proyección de la sombra.
La Abadía del Sacromonte ponía cartelas en la franja inferior en todos los cuadros de sus alumnos ilustres, donde informaba de los cargos de los retratados. Es probable que la firma de Goya esté debajo. Los expertos apuntan a la autoría del artista aragonés por asimilación por otro similar que pintó para la Courtauld Gallery de Londres.
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Pero esta pintura de Francisco Saavedra, de casi dos metros de alto –incluido marco– por 1,40 de ancho, no lleva en esta ubicación desde que entró por la puerta de la Abadía. Realmente se encuentra ahí desde 2010. Anteriormente estuvo expuesto en la sala de reuniones capitulares y en el salón de actos del colegio.
Lourdes Blanca
Codirectora del Taller de Restauración de la Diócesis
Entre 1985 y 1991 se perdió su pista. ¿Qué sucedió? Lo cuentan los periódicos de la época. El 17 de mayo de 1985, durante la madrugada, robaron en la Abadía. Los ladrones, especializados en obras de arte y con perfecto conocimiento de las dependencias de la Abadía, hicieron un agujero en la parte trasera del edificio, arrancaron el Goya y lo enrollaron, lo que le causó importantes desperfectos.Pero, afortunadamente, la historia tuvo un final feliz. En abril de 1991 el Goya fue depositado en el Museo del Prado por un desconocido que alegaba el interés de donarlo –un Goya robado no tiene mucho recorrido en el mercado–. Y allí, en el Prado, estuvo tres meses, hasta que se devolvió a la Abadía del Sacromonte.
En ese momento, debido a los importantes daños ocasionados durante el hurto, se hizo un reentelado de urgencia por parte de un canónigo. Fue entre 2010 y 2012 cuando se llevó a cabo la intervención de mayor envergadura por parte del Instituto de Patrimonio Cultural de España. Los restauradores trabajaron en el soporte y en la colocación de un bastidor con sistema de tensores metálicos. «La intervención fue general, ya que también se efectuó una limpieza de toda la suciedad superficial y la reintegración tanto de la capa de preparación como la pictórica», comenta Lourdes Blanca. Se acometió con técnica invisible, de tal forma que el espectador no aprecia diferencias entre ninguna zona. El aspecto es uniforme.
Centrémonos ahora en la escena que reproduce Goya. Francisco Saavedra tenía por entonces cincuenta y dos años. Aparece tras una mesa donde se aprecian diversos papeles y un tintero, símbolo de laboriosidad. Está sentado en un sillón dorado con tapicería verde. Muestra peluca blanca y viste casaca azul oscuro, pantalones rojos y medias de seda –es decir, el uniforme de gala de capitán general– con medalla de la Real Orden de Carlos III. El fondo es neutro, con tonos grisáceos, donde apenas se observa ninguna referencia espacial, aunque se intuye una chimenea clásica. Goya lo pintó de cuerpo entero, como un hombre delgado, de cejas pobladas y ojos oscuros.
Compositivamente, según se describe en las fichas de la Abadía, Goya «logra el dinamismo mediante su cabeza, girada hacia la derecha en posición de tres cuartos y piernas inclinadas en sentido contrario». Extiende un brazo sobre su rodilla derecha y apoya la otra mano sobre la mesa. Se percibe «la personalidad de un político interesado por sacar a su país del estado en el que se encontraba, siguiendo la ideología de la ilustración».
«La huella de Francisco de Goya está patente», según Lourdes Blanca, quien subraya la labor de investigación realizada por el historiador Emilio Orozco, que centra algunos de sus artículos en este cuadro. La luz, que cae desde la izquierda, destaca la cabeza y las manos. Un fuerte golpe luminoso sobre las rodillas las trae al primer término, rompiendo la monotonía con la proyección de la sombra. «Está pintado en muchas zonas nada más que restregando el color sin pastosidad alguna», asegura Blanca. También son 'marca de la casa' los grises que empleaba Goya en esta etapa.
Respecto a la posibilidad de que la autoría fuera de Esteve, el copista oficial de Goya, conviene recordar, comenta Blanca, que don Francisco acostumbraba a repetir muchos de sus retratos, en referencia al análogo de Francisco Saavedra que hay en Londres. «Unas veces lo hacía variando algún pormenor y otras con leves alteraciones». «Repeticiones que hacía con su ligereza habitual, sin cuidar de su perfección, y casi siempre de memoria o a partir de un único boceto». Otro de los argumentos a favor de la paternidad de Goya es la alta representación institucional de Francisco Saavedra, «a lo que hay que sumar la amistad de este con el propio Goya».
La Abadía del Sacromonte, tan cercana y tan alejada de Granada, guarda verdaderos tesoros entre sus muros centenarios. Tesoros muchas veces desconocidos –o poco conocidos–. Como un cuadro de Francisco Saavedra pintado por un tal Francisco de Goya y Lucientes.
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