El último sombrerero de Granada
Tradición ·
Miguel Ángel de la Rosa, que acaba de restaurar cuatro sombreros de Manuel de Falla, mantiene vivo un oficio en extinción por la crisis y la competencia del producto 'low cost' importado de países como Polonia o ChequiaMiguel Ángel de la Rosa Restoy apura su café en el Oliver. Aún faltan cinco minutos para abrir su negocio en la calle Capuchinas. No es un negocio cualquiera: Miguel Ángel regenta la última sombrerería de Granada. «Esto que yo sea el último no deja de ser algo accidental; la cuestión de fondo es que el devenir de los tiempos está provocando la desaparición de oficios tradicionales como el mío», le comenta al periodista de IDEAL, que también remata su descafeinado mientras le escucha con atención.
Miguel Ángel es de esas personas que hablan pausado y mirando a los ojos. Transmite seguridad y confianza. También sabiduría, aunque le sonroje cualquier suerte de halago. A las diez en punto, con puntualidad 'granaína' –que también existe–, ya está el buen hombre levantando la persiana de su tienda, Miroc. Todo un emblema de ese comercio tradicional que aguanta como puede las dentelladas de la crisis y la competencia de la mercadería barata que viene de fuera de España.
No tarda en llegar el primer cliente. Un gaditano, de Jerez de la Frontera para más señas, de visita en Granada porque aquí viven sus hijos. El señor lo tiene claro. Un sombrero de la talla sesenta que no sea muy caro, «que los pierdo cada dos por tres». Tras convenir que «no sea muy caro» significa menos de setenta euros, Miguel Ángel y el señor de Jerez de la Frontera no tardan en entenderse. Le gusta uno blanco. «Puede lavarlo sin miedo, pero suba el ala, cuélguelo en la alcachofa de la ducha y vuelva a bajar el ala». Una clase práctica de mantenimiento 'sombreril' que el señor de Jerez de la Frontera agradece con entusiasmo.
Así comienza la jornada de Miguel Ángel de la Rosa. Por las mañanas despacha en su establecimiento y por las tardes trabaja en su taller de Las Gabias. Allí, embutido en su bata azul, sigue fabricando y arreglando sombreros, aunque aclara que la producción en serie tuvo que cerrarla hace cinco años. «Era imposible competir con la oferta de bajo coste proveniente de la importación».
Y no hablamos solo de China. Hablamos también de Europa. La ley italiana, por ejemplo, permite a sus distribuidores textiles que cualquier mercancía lleve la prestigiosa marca 'made in Italy' con tan sólo incorporar un tres por ciento de producto local –exactamente igual que sucede con el aceite de oliva–. También Chequia y Polonia, donde sus industriales tienen que soportar unos gastos de producción sensiblemente inferiores a los de España –sobre todo en mano de obra–. «Por mucho que quisiéramos seguir adelante, no había manera», lamenta.
«Que yo sea el último es algo accidental;el problema es la desaparición de los oficios artesanales»
Miguel Ángel de la Rosa es la tercera generación de la casa Miroc. Todo empezó con su abuelo Ramón, que nació en 1903. «Él era curtidor en la calle Seco de Lucena, y como el trabajillo era tan 'agradable', limpiar pieles con agua y cal –ironiza–, aceptó un empleo que le ofrecieron en una sombrerería de la calle Solares, en el Realejo». Don Ramón no tardó mucho tiempo en hacerse encargado de la sección de peletería y tampoco tardó mucho tiempo en lograr que su hijo, Miguel, entrara como aprendiz. «Mi padre empezó en esto con dieciséis años y como tenía una habilidad manual natural, a los dieciocho lo fichó Sombreros Marín, a los diecinueve ya era oficial y a los veintiuno se hizo encargado». Fue en 1964 cuando fundó Miroc –el acrónimo de Miguel de la Rosa Contreras–.
«Yo llevo en esto desde que aprendí a hablar», asegura Miguel Ángel de la Rosa, continuador de la saga, aunque preocupado por el futuro de la actividad al no tener descendencia. «Los padres de aquella época hacían partícipes del negocio a sus vástagos como si se tratara de una dinastía; así fue cómo me inicié». Miguel Ángel estaba junto a su progenitor veranos, fines de semana y fiestas de guardar haciendo todo lo que se podía hacer en una sombrerería, «sin cobrar, por supuesto», apostilla entre risas.
Y también le acompañaba en todos los viajes que hacía por España visitando ferias y proveedores. Así fue cómo aprendió la profesión y el conocimiento de un sector venido a menos «desde el momento en que la elegancia formal se convirtió en un símbolo de la opresión social». «Se ha perdido la educación en la vestimenta», lamenta. «Odio la palabra chándal», apostilla en el único momento de la entrevista que deja de ser políticamente correcto y se atisba un punto de cabreo. Un cabreo existencial.
Ahora su principal preocupación es que haya jóvenes en Granada para seguir tirando del carro. «Lo ideal es que hubiera nueve o diez chavales aprendiendo el oficio», dice. Por lo pronto él mismo ejerce ocasionalmente de maestro. «Esto es interesante y con proyección;el sombrero nunca pasará de moda», sentencia.
Los cuatro mandamientos del sombrerero
Según Miguel Ángel de la Rosa, una de las claves para entender la subsistencia de Miroc durante tantísimo tiempo –más de un siglo– es que su padre nunca fue un empresario, sino un sombrerero. «La gente vio que lo hacía bien y montó una fábrica que sacó a la familia de la miseria». Pero hay otros factores que convirtieron a Miroc en un referente en Granada. El primero de los cuatro mandamientos de la Ley del Sombrerero dice que el sombrero está por encima de las cosas, incluso por encima de la rentabilidad. El segundo, no ofrecer nunca nada de lo que te avergüences. El tercero, que el trato sea tan exquisito que todo el mundo quiera volver a tu casa. Y el cuarto no olvidar nunca ninguno de los tres anteriores.
Miguel Ángel de la Rosa se niega en rotundo a mencionar algún personaje ilustre que lleve un Miroc –y debe de haber unos cuantos– . «Todos son igual de selectos». Un empeño por la excelencia que también le ha llevado a aceptar encargos de tanta relevancia como la restauración de los sombreros de Manuel de Falla que obran en poder del Ayuntamiento, y que se guardan en el carmen del compositor en la calle Antequeruela.
Entre ellos, alguno de enorme relevancia como el que Falla compró en 1914 en París con motivo de uno de los momentos más relevantes en la carrera del autor de 'El sombrero de tres picos', el estreno de 'La vida breve' en ese marco incomparable que era el Teatro Nacional de la Ópera Comique.
Todos los focos estaban puestos en don Manuel ese día. Y don Manuel, que era un tipo alopécico y elegante –cuentan que también un tanto coqueto–, se fue a una de las mejores sombrererías de París, la situada en el número 18 del Bulevar de los Italianos, para hacerse con un sombrero de copa a la altura de tan magno evento. Y así lo hizo. En el interior, una chapa metálica donde se podían leer la 'M' y la 'F' de Manuel de Falla, unas iniciales que servían para identificar a su ínclito propietario y para que no se confundiera su chistera en los guardarropas de copetines, veladas, conciertos y óperas.
Pues bien, este sombrero es una de las cuatro piezas remozadas por De la Rosa por encargo del consistorio granadino, todas con una antigüedad superior al siglo. Patrimonio que tiene trascendencia por quién era su dueño, pero también porque se vincula a momentos biográficos de especial significado para Manuel de Falla, que vivió en Granada entre 1919 y 1939, cuando tomó la decisión de exiliarse a Argentina.
En su casa de la Antequeruela, muy cerca de la Alhambra, escribió algunas de sus composiciones más celebérrimas como 'El amor brujo' y 'El retablo de Maese Pedro'. Y en Granada entabló una estrechísima amistad con Federico García Lorca, Fernando de los Ríos y Hermenegildo Lanz. En muchas de las fotos que Falla comparte con ellos sale con alguno de los sombreros que Miguel Ángel de la Rosa ha dejado como nuevos después de tres meses de intensa faena utilizando procedimientos artesanales, con hormas de madera para las formas, conservando los materiales originales y reponiendo los tejidos degradados –algunos de ellos muy delicados–.
«El sombrero entró en crisis cuando la elegancia formal se convirtió en un símbolo de opresión social»
Además de la chistera adquirida por Falla en París, terminada en seda brillante, con catorce centímetros de copa y ala de media caña, De la Rosa ha actuado en uno de fieltro flexible comprado por Falla en los míticos Almacenes El Siglo, de Barcelona, con motivo de la visita que realizó a la ciudad condal por su cincuenta cumpleaños a finales de 1926.
Canotier de paja
También ha 'restañado' un canotier realizado en paja natural italiana sin teñir y acabado en lacado con resina vegetal. Las estampaciones dicen que fue fabricado por la sombrerería 'Roberto', situada en el Zacatín. Por aquel entonces, en el primer tercio del siglo XX, había diez negocios de este ramo en Granada entre los que existía una fuerte competencia por la clientela. Tanto es así que el gremio era uno de los principales anunciantes de los diarios de la época. Por último, De la Rosa ha rehabilitado un panamá de uso más doméstico y del que no se ha podido extraer más información adicional que la correspondiente al propio modelo.
¿En qué ha consistido la restauración? La edad de los sombreros y el estado de conservación obligó a un trabajo intermedio consistente en recuperar las propiedades de los materiales. Para ello, Miguel Ángel de la Rosa llevó a cabo un proceso de rehidratación y devolución de la flexibilidad de los elementos accesorios. Una vez que los sombreros estaban en condiciones de ser manipulados sin riesgo de daños, se realizó una documentación de las formas y el aspecto originales. Para ello usó material fotográfico existente en el Archivo Manuel de Falla. Por último, analizó las trazas distinguiéndolas de los vestigios dejados por la utilización o por las condiciones inadecuadas de mantenimiento y limpieza.
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