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Una tumba con forma de botella de vino en Granada | Vino del vino

El secreto de la 'tumba del vino' de Granada

En el cementerio de El Marchal, en Granada, hay una lápida en forma de enorme botella de vino de mármol. Una obra de arte realizada por un reputado artista internacional que guarda, en su cosecha, la historia de una saga familiar

Miércoles, 6 de febrero 2019

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Torcuato dejó de creer en Dios el día que murió su madre. Ella, Primitiva, era muy joven; él acababa de nacer. Su padre, Rafael, cumplió a rajatabla los dos últimos deseos de su querida Primitiva: «dame un beso» y «cásate con mi hermana». María nunca ocultó su identidad a Torcuato, que siempre la llamó «mi tía», aunque la quiso como a una madre. 62 años después, Torcuato visita con frecuencia la tierra que comparten Primitiva, María y Rafael en el cementerio de El Marchal, un pequeño pueblo de Granada. «Venir aquí no es problema, el problema es que te traigan», dice entre carcajadas, mientras abre la cancela del camposanto. El hombre, de manos rudas y corazón descubierto, saluda con una ternura brutal a otros familiares y amigos que ya fallecieron. «Por la noche, todos estos se vienen a la tumba de mis padres, ¡a beber juntos!»

La tumba destaca sobre un hermoso horizonte de montañas marrones y azules cielo que se mezclan con el verde pradera. Aunque, claro, la tumba destaca aquí y destacaría sobre cualquier otro lienzo. La lápida es una enorme botella de vino esculpida en mármol, una auténtica obra de arte, una isla en pleno océano; una estridencia genial. «Yo no creo en Dios. Mi padre tampoco creía. Pero quería tener algo que quedara para la vida, para todas las vidas. Y entonces surgió esto».

Torcuato Huertas vino al mundo para amar el vino. Un amor que le vino de su padre y del padre de su padre. Un amor que vino amargo, al nacer, pero que con el tiempo se vino dulce. Un tiempo que vino sobre lágrimas, sudor y pena, que hoy sostiene sus cimientos sobre una botella de vino. Y como todas las botellas de vino, conviene conocer lo que hay dentro para entender su sabor. Su aroma. Su credo.

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La casa

Vídeo. Torcuato nos recibe en su casa y nos cuenta su historia R. L. P.

Al final de la calle San Bonifacio, en El Marchal, vive Torcuato Huertas. Su casa es un templo de puertas abiertas, siempre dispuesta a recibir a un nuevo amigo con el que compartir un rato de cháchara. En la fachada, sobre la puerta, hay un retrato de su familia realizado sobre una pieza de cerámica de Fajalauza. «Para no olvidar las raíces», dice. Torcuato está sentado en su sillón favorito, en la cocina, cerca de la chimenea. «Casi puedo verlo ahí -señala un sofá que tiene enfrente-, siempre sonriendo, hablando con la gente de nuestro vino... Pero ya no está, mi padre ya no está».

Su casa podría ser una casa más del pueblo de no ser por el vino. El vino la ha transformado por completo. En la planta de arriba, subiendo unas escalerillas que se esconden en el patio interior, están las cubas donde trabaja las uvas para conseguir el caldo. Y abajo, detrás del garaje, una bodega repleta de botellas perfectamente etiquetadas: 'Purulio', 'Jaral' y 'Minotaureo'. «Mis niños».

«Siempre habíamos hecho un vino blanco que era la hostia. Todo el mundo se queda sorprendido cuando lo prueba, es distinto a todos los demás vinos. Cuando nos presentábamos a las catas, siempre se quedaba el primero. Fuimos los primeros de la comarca que empezamos con los 'vinos nuevos', los vinos naturales. Lo del vino nos viene porque mi abuelo hacía un mosto, pero perdía la fuerza conforme pasaba el tiempo. Entonces, durante muchos años, me propuse mejorarlo. Es que -suspira, en un plural mayestático- nuestra relación con el vino, con la uva, es muy intensa...»

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Francia a escondidas

Al cumplir 14 años, Torcuato emigró a Francia con sus padres. Ellos consiguieron salir, meses antes, pese a las dificultades de la época. «La familia estaba señalada como 'roja', por lo que hizo mi tío durante la guerra. A mi tío lo mataron. Por lo que cuentan, era bueno, noble y valiente, siempre punta de lanza. Y en la guerra no se calló. El caso es que mi padre tuvo que pedir ayuda a un Guardia Civil de Colomera para que les dejaran viajar». Torcuato salió de noche, a escondidas, porque él, a diferencia de sus padres, no tenía ningún contrato laboral. «Ahora hay gente que viene a España como fuimos nosotros a Francia. Las personas tenemos mala memoria, olvidamos pronto todo y creemos que siempre ha sido así. Yo me fui como esa gente que viene, a escondidas, de noche, viajando durante varios días muy duros».

«Ahora hay gente que viene a España como fuimos nosotros a Francia. Las personas tenemos mala memoria, olvidamos pronto todo y creemos que siempre ha sido así»

En Camarga, una región natural al sur de Francia, en el delta del Ródano, había mosquitos. «Había tantos mosquitos que los podías coger cerrando el puño en el aire. Tantos, que abrir una puerta era peligroso. Y picaban, siempre picaban...» Allí, Torcuato, Rafael y María trabajaron recogiendo uvas de mesa, espárragos y manzanas. «Aquellos primeros años, mi madre y yo currábamos mucho, pero mi padre se dejaba la vida. Recuerdo a la patrona golpeándole en la espalda con un sarmiento. Y, de vez en cuando, venían auténticas mareas del río, que dejaban el cuerpo helado, paralizado, pero había que seguir. Se trabajaba a destajo».

Siguieron yendo a vendimiar a Francia durante muchos años. «Salíamos agachados, con una postura imposible. Recogíamos 2.000 kilos de uva al día. Se ganaba dinero, pero era duro». El dinero, al menos, tuvo un objetivo claro desde el principio. Desde su primera salida clandestina con 14 años. «El objetivo era juntar dinero para pagar unas tierras que mi abuelo tenía arrendadas a los Rodríguez-Acosta, que eran los dueños del pueblo. Queríamos comprarlas. Queríamos trabajarlas para hacer vino».

Torcuato pasea por una de sus viñas en Purullena T. H.

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Los incrédulos y el vino

Cuando compraron las tierras, Torcuato y Rafael abrieron una nueva forma de entender el vino. «Queríamos mejorar lo que hacía mi abuelo. Compré unas barricas que nunca habían entrado en la comarca y la gente se reía de nosotros. ¿Para qué compras eso? ¡Estás loco! Y me decían lo que teníamos que hacer. Cuando echaron uvas, como eran racimos más chicos, volvieron a reírse. Pero mi padre y yo creímos en ese vino y mira cómo ha terminado...»

¿Cómo ha terminado? Torcuato produce al año unas diez mil botellas de vino natural. «Y natural es natural, no lleva absolutamente nada artificial. ¡Nada!», grita. Diez mil botellas que se venden antes de llegar a la bodega. Botellas que se pueden encontrar en restaurantes -algunos muy conocidos, con más de una Estrella Michelin- de todo el mundo. «Algo que no hubiera conseguidos sin la ayuda de la bodega de 'Barranco Oscuro', que se están desviviendo por conseguir que el vino natural de Granada se conozca y triunfe».

Junto a sus barricas R. L. P.

«Poco antes de que falleciera mi padre, entre 2014 y 2015, fuimos a una feria del vino en Barcelona... Y el vino lo reventó. Había unas 60 bodegas de vinos naturales y pusieron nuestro Purulio (vino blanco) por las nubes. Fue un espectáculo». Desde entonces, en los últimos meses de vida de Rafael, gente de todo el mundo se presentaba en su casa en busca del vino: alemanes, canadienses, americanos, suecos, italianos, brasileños... «Recuerdo cuando vinieron los primeros japoneses, que son muy educados y se inclinaban con unas reverencias que te hacían sentir enorme. Mi padre alucinaba con lo que estábamos consiguiendo».

Y, claro, también vinieron de Francia. «¿Tú sabes qué satisfacción más grande sentí cuando los franceses venían a comprar el vino que hacíamos aquí? ¿Imaginas lo que sentimos, después de tantos años dejándonos la vida en Francia? ¿Camarga, los mosquitos, el reúma, el frío? ¿Quién nos iba a decir a nosotros que el fruto del trabajo iba a ser tan hermoso?»

La tropa de curiosos que orillaba las puertas de su casa trajo -y sigue llevando- muchas amistades nuevas a Torcuato. Entre ellas, la de Pepe Yagües. «Había probado nuestro vino en el restaurante Churrasco, en Guadix. Por cierto, que si quieres comer una buena carne de caza, no te lo pienses, Rafael del Churrasco es un artista. En fin, que Rafael le dijo donde podía encontrarme para conseguir más vino. Él y su familia vinieron a casa varias veces y una vez me dijo que era escultor».

-¡Eres un artista! -exclamó Torcuato.

-¡No, hombre, el artista eres tú! -respondió Pepe.

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Pepe Yagües

«Fue una cosa curiosa», anuncia Pepe conforme sorbe un café en pleno centro de Granada. «Unos clientes alemanes vinieron a Murcia y decidimos llevárnoslos a Guadix. Y allí, en un restaurante, se quedaron muertos de lo bueno que estaba el vino blanco que nos habían puesto. Nos pareció tan maravilloso a todos que preguntamos por el tipo que hacía el vino. El dueño del restaurante, que resultó ser amigo de Torcuato, nos dijo dónde encontrarlo. Por cierto, que hace una carne de caza espectacular...»

Pepe Yagües (1968, Molina de Segura) es un artista de prestigio internacional. La modernidad de su obra escultórica, acompañada por una puesta en escena llamativa -una vez organizó una exposición en la que había que entrar desnudo-, le han puesto en numerosas ocasiones en el foco de la actualidad cultural de España. Ha recibido numerosos premios de Grabado y participado en centenares de exposiciones individuales y colectivas por todo el globo. Yagües empezó sus estudios de Bellas Artes en la Universidad de Granada (1988-1990), carrera que terminó en Valencia. Aunque como su mujer, la artista Carmen Baena, es natural de Belerda de Guadix, su vinculación con Granada sigue muy presente.

El artista murciano, Pepe Yagües, en Granada J. E. C.

«El primer día que fuimos a casa de Torcuato casi no salimos de allí. Sólo queríamos comprar más vino, para nosotros y para ofrecer a nuestros clientes alemanes cuando vinieran. Pero al final pasamos un velada magnífica». Visitas que repitieron periódicamente, hasta que llegaron a forjar una amistad. «Cuando por fin me preguntó a qué me dedicaba me respondió gritando, porque él siempre habla muy fuerte, ¡artista! A lo que yo le dijo que no, que el artista era él».

Pepe y Carmen conocieron a su padre. «Estaba en sus últimos días, siempre al lado de la chimenea de la cocina». Al fin, Torcuato le llamó por teléfono: «Me dijo que acababa de enterrar a su padre. Que él no era una persona muy religiosa y que quería hacer algo especial de sus padres. Un busto o una escultura, dijo. Luego me contó que la noche antes de morir, lo último que pidió fue una copa de su vino. Le di vueltas a la historia y apareció: ¿por qué no una botella?»

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La botella de mármol

«¿Qué quieres que haga cuando mueras?» Le preguntó Torcuato a su padre. «Mientras viva, respondió, no quiero nada, después haz lo que quieras pero no me lleves flores. Yo quería algo especial y me acordé de mi amigo Pepe. Sabía que él podía hacer algo... Pero no me esperaba algo tan grande». Por supuesto, no sabía nada de la obra de Pepe Yagües. De hecho, después de hablar con él, lo buscó en Internet y descubrió que «no era un artista cualquiera». «Me propuso una idea -recuerda-, una botella de vino, con la única imagen que tenemos de mi padre y mi madre grabados».

Y así es la botella, esculpida en mármol emperador de Alicante, «para que se asemeje al tono de una botella de vino tinto», detalla Yagües, con el relieve en cobre. «Técnicamente, es una matriz calcográfica trabajada al repujado. Un mes de trabajo». Mirando de frente la botella, los rostros de unos -eternamente- jóvenes Rafael y Primitiva. Por detrás, sus manos se buscan en la vida eterna. Al lado de la botella, un grabado más, el de la tumba de María.

La obra aún no está terminada, Pepe Yagües tiene una última idea para la botella de mármol: «Quiero hacerle un agujero. Vaciarla. Para que Torcuato, en vez de llevarle flores, que por lo visto no le gustaban a su padre, pueda ir allí y echarle una copa de vino. Vino de verdad. Ellos son del vino».

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El brindis

Torcuato abraza la botella de sus padres con sonoras palmadas que retumban entre sus carcajadas en el corazón del cementerio de El Marchal. «¡Mírales, qué guapos!» La lluvia cae con fuerza, dejando un fino manto de agua en la lápida. Su rostro se refleja sobre las letras que ahora añora: Primitiva Tomás Travé 1930 – 1956. Rafael Huertas Ruiz, 1929 – 2015. «Lo dieron todo por mí. Lo hicieron todo por mí... Mi padre y yo apostamos por una cosa que ha triunfado. Y no es un tema de dinero. Es otra cosa. Es el rato que hemos pasado juntos, la gente que viene a buscar nuestro vino, los sentimientos de todas nuestras vidas», termina.

Antes de despedirse, Torcuato mira al campo que tanto ama, a sus viñas. «Ahora nos vamos a sentar a tomar un vino. Ahora vamos a charlar. Que todo el que pasa por mi casa, al final, ya es parte de todo esto. Parte del vino». Y entonces, sólo entonces, una boca es capaz de entender a qué sabe el Purulio. A qué sabe, de verdad, la tumba del vino.

Imagen. Las imágene4s de la 'tumba del vino', en El Marchal

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