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Dezcallar (derecha), observa algunas de las piezas. PEPE MARÍN

Tres siglos de la historia bereber a través de las joyas de Jorge Dezcallar

El diplomático muestra su colección de aderezos para mujeres en el Corral del Carbón durante los próximos seis meses

Jueves, 13 de junio 2024, 00:25

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Es una exposición de largo recorrido, pero que hay que ver cuanto antes. El diplomático Jorge Dezcallar –en su día director del Centro Nacional de Inteligencia– inauguró ayer en Granada, acompañado de un buen número de representantes institucionales, una exposición que muestra su impresionante colección de aderezos femeninos de origen bereber, o amazigh, atesorados durante su etapa como embajador en Marruecos, fundamentalmente. En la planta baja del Corral del Carbón se exhiben en torno a 200 piezas, cada una con su historia, que abarcan tres siglos –finales del XIX, todo el siglo XX y comienzos del siglo XXI–, y que, pese a ser objetos inanimados, permiten al visitante 'rellenar los huecos' y darles vida en los ojos de las mujeres que los portaron. La exposición ha sido organizada por la Fundación El Legado Andalusí, y permanecerá abierta durante los próximos seis meses.

Los amazighs habitan desde tiempos inmemoriales en la orilla sur del Mediterráneo, en todo el Magreb. La extensión de su área de influencia se ha delimitado entre el oasis de Siwa, en Egipto, al este, y el Océano Atlántico al oeste, y entre la costa Mediterránea al norte y el desierto del Sáhara y la cuenca del Níger al sur. Son pueblos que siempre, de uno u otro modo, han mantenido contactos con los habitantes de la península ibérica. Estos contactos fueron especialmente intensos durante el período andalusí. En Granada, el componente amazigh fue particularmente importante, por ejemplo, durante el siglo XI, momento en el que una dinastía bereber, procedente de la actual Argelia, los ziríes, gobernaron la que sería la última taifa, trasladando su capital desde Madinat Ilbira a la actual ciudad de Granada, y dotándola de numerosas estructuras que aún hoy pueden observarse.

Los ziríes eran bereberes procedentes de la actual Argelia

Uno de los elementos más visibles de estos pueblos es la joyería. Sus principales portadoras son las mujeres, que las lucen no solo en momentos especiales de sus vidas, sino también de manera habitual en sus labores cotidianas, adquiriendo las joyas numerosas funciones: además de adornar, tienen una utilidad práctica en cuanto que sus vestidos tradicionales carecen de botones u otros broches, ofrecen información sobre la identidad de quien las porta, tienen un valor protector (alejan el mal y atraen el bien), y también son un modo de invertir los ahorros, de manera que pueden venderse en momentos de necesidad.

Tal y como afirmó el diplomático en el acto de presentación, «esta colección es fruto de la pasión. Ha ido creciendo a lo largo del tiempo, durante mi experiencia profesional en el Ministerio de Exteriores, y cuando tuve el honor de ser embajador ante el reino de Marruecos. En aquella etapa, tuve la ocasión de entrar en contacto con un mundo muy desconocido para muchos españoles, cual es el de los amazigh».

Tres aderezos completos coronan la muestra. P. M.

Dicho esto, Dezcallar aseguró que nunca le interesaron particularmente las joyas; sin embargo, le deslumbró la belleza salvaje de las piezas que utilizan como adornos étnicos las mujeres de la región. «Las pastoras que se pueden encontrar en los altos riscos del Rif o del Atlas, y cuya labor es cuidar rebaños de cabras, o aquellas que trabajan el campo, sin mecanización, en condiciones muy duras, portan joyas sencillas, porque aparte de la plata no tienen otros materiales preciosos, como el oro o las piedras, que se pueden encontrar en las joyerías de Fez o Marrakech».

La belleza de lo natural

Comenta el diplomático que, sin embargo, «estas joyas aportan la belleza de lo natural, y me cautivaron. Usándolas, las mujeres buscan acrecentar su atractivo, pero también tienen la utilidad de identificar a su portadora. Observándolas, quien forma parte de la cultura amazigh puede saber a qué tribu pertenece cada mujer, a qué familia, qué estatus social tiene, de dónde procede, si está casada, si ha sido madre o si ha tenido un hijo varón». Además, en un entorno donde la actividad bancaria no existe, para ellas es el equivalente a tener dinero bajo el colchón.

La visión de las piezas expuestas hace pensar, en primer lugar, en el peso de estas. Las hay ligeras, pendientes voluminosos pero realizados en una labor que no requiere una gran cantidad de material, carentes de piedras. Incluso, como curiosidad, hay unas ligeras fíbulas de bronce exógenas al periodo donde se enmarca el resto, de época romana. Pero muchas de las piezas son collares, cinturones y pulseras que pesan varios kilos, algo que sirve para calibrar cuán orgullosas de portarlas debieron estar las mujeres que las exhibieron. Las piezas situadas a la entrada son especialmente hermosas y coloridas. Una de ellas es un collar de coral de gran tamaño, procedente del país Yebala, propio de las novias judías. Al fondo de la sala, hay tres maniquíes de torso que muestran sus aderezos completos, incluyendo sombreros donde las piedras se insertan en artesanías de cuero, pendientes y collares, pertenecientes a las regiones Anti-Atlas y Sous, Rif y Jbel Bani y Guelmin. Más allá del interés etnográfico de la colección, desde el punto de vista artístico, las joyas de Dezcallar son un fresco de la vida diaria, muy distinta a como la vivimos aquí.

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