Torres Bermejas: los 'misterios' de una fortificación cerrada a cal y canto

Las Torres Bermejas, a medio camino entre la Alcazaba de la Alhambra y el Palacio de Babataubín, con aspecto vetusto y sobrio se asoman desde la colina del Mauror sobre el Realejo, escudriñando las callejuelas que lo rodean. Visible desde casi cualquier punto de la parte llana de la ciudad, su perfil se suma al de la Fundación Rodríguez Acosta y al Hotel Alhambra Palace, formando el sky line más auténtico de Granada.

Cerradas a cal y canto casi desde su origen, es uno de los recintos que más ha suscitado la imaginación de los granadinos, precisamente por ese aislamiento que se contrapone a su presencia casi permanente en el paisaje. Según la tradición historiográfica de Granada, su origen es antiquísimo, anterior incluso a la propia ciudad y a la Alhambra; está relacionado con la mítica Garnata al-Yahud (Granada de los Judíos) y es una fortaleza misteriosa por haber sido prisión, mal conocida por todos los eruditos que se acercaron a ella. Tanto es así que el propio Manuel Gómez Moreno, en su famosa guía de Granada, confunde algunas de sus dependencias.

El conjunto de las Torres Bermejas está formado por tres torres principales y una barrera artillera, además de un foso. Su nombre viene precisamente de la preeminencia de las torres sobre el resto de elementos y el color rojizo de sus muros. La de mayores dimensiones es la central, que llamamos Torre del Homenaje, y otras dos menores al norte y sur respectivamente, con un recinto interior formado por un patio de armas acotado hacia el lado de la ciudad por una barrera artillera, desde la que sobresale un baluarte de planta semicircular. Por el callejón Niño del Royo existió una cava o foso que las defendía por el flanco oriental, hoy día apenas reconocible tras la apertura del camino, donde se encontraba el antiguo cementerio islámico de la Sabika.

En Torres Bermejas se ha pretendido ver el origen de una fortaleza fenicia, romana o Alto Medieval (siglo VIII-IX d.C.) porque el aspecto antiguo de sus muros y la imposibilidad de estudiarla a fondo contrastaba con otras construcciones mejor conservadas, intuyendo erróneamente que era anterior a todas las demás. Lo cierto es que, si despejamos todas las incógnitas que la arqueología ha puesto sobre la mesa, no se puede demostrar ni que el castillo del Mauror tenga un origen en al Antigüedad, en los siglos más oscuros de la Edad Media, ni que existan en sus muros lápidas hebreas de un supuesto cementerio de la Granada judía.

Los trabajos arqueológicos promovidos por el Patronato de la Alhambra y Generalife en 2011 y más recientemente con objeto de su restauración no dejan lugar a dudas: las construcciones más antiguas no pueden llevarse más allá del siglo XI d.C. y formarían parte del recinto amurallado de la medina a modo de gran torre con un pequeño recinto que defendía una de las coronaciones importantes de la ciudad. Luego, en época nazarí fue mejorada y reformada, con la construcción de la torre del extremo norte y su conexión con la alcazaba de la Alhambra, para defender la Bab al-Handac, que era la que se encontraba donde hoy día está la Puerta de las Granadas.

Pero su estructura y aspecto actual es producto de la acción de los castellanos tras la conquista. Realmente es una fortaleza mandada construir por los Reyes Católicos a finales del siglo XV sobre los restos de una fortificación nazarí y formaba parte de un proyecto más amplio en el que se diseñó un circuito defensivo que desde la Alhambra se cierne sobre toda la ciudad de Granada. Lo primero que se hizo fue adaptar el antiguo castillo islámico, demoliendo aquellas partes que eran innecesarias, y a partir de la primavera de 1492 se empezó a excavar el foso y construir la barrera artillera con su baluarte. Las obras continuaron hasta 1498, momento en el que se edificaron las caballerizas y se mejoró el adarve que las unía a la Alhambra.

Pero la obra no llegó a finalizarse y a principios del siglo XVI, en 1505, el Conde de Tendilla se quejaba a Hernando de Zafra para que intercediese ante el rey Fernando, de que aún no se había construido el aljibe ni se había concluido el foso, de forma que se mermaba mucho su capacidad como fortaleza. Su función era la de albergar una numerosa guarnición, con artillería para defender y defenderse de la ciudad de Granada, por esas fechas esencialmente islámica. A lo largo del siglo XVI se hicieron importantes reformas, especialmente en la torre principal, utilizando para ello las losas y bordillos de las tumbas árabes del cementerio de la Sabika.

Esto ha llamado siempre la atención de los que se acercaban a las torres y erróneamente pensaron que podrían ser lápidas del cementerio judío, cuya existencia aún no se ha podido demostrar. Durante el siglo XVII y todo el siglo XVIII el acuartelamiento entró en una clara decadencia que lo llevó casi al abandono, convirtiéndose en refugio de gente sin recursos ni escrúpulos, en una zona marginal de la ciudad. Se expoliaron sus muros, arrancando los materiales de construcción para su venta, y las antiguas dependencias militares fueron ocupadas por varias familias, construyendo dos hornos de jarras en su interior y un pudridero de estiércol. A finales del siglo se volvió a recuperar para el Estado y se hizo un proyecto para convertirlas en prisión militar, uso que mantuvo hasta el final de sus días, si bien durante la Segunda República, temporalmente sirvió de cárcel de mujeres.

En 1960 el Patronato de la Alhambra se hizo cargo de su protección y conservación, incorporándolas de nuevo al conjunto monumental e iniciando un largo proceso de recuperación que permite reinterpretar Torres Bermejas en su contexto urbano.