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Uno de los desenterradores saca los restos de Pedro Antonio de Alarcón, el 30 de abril de 2001, en Madrid TORCUATO FANDILA

La segunda muerte de Pedro Antonio de Alarcón

Los restos del ilustre escritor y periodista accitano salieron de Madrid el 30 de abril de 2001, en un acto emotivo que terminó en la Catedral de la Encarnación

Sábado, 10 de abril 2021, 01:05

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Pedro Antonio nació dos veces. La primera fue en Guadix, en la calle Largacha, el 10 de marzo de 1833. «Orgulloso, y se lo digo a todo el mundo, de ser hijo de Guadix», escribiría más tarde. La segunda vez que nació fue precisamente por no morir, en Madrid, en 1854. Tenía 21 años y una pistola apuntaba directamente a su cabeza. Heriberto García de Quevedo, descendiente de Francisco de Quevedo, le retó a duelo por sus palabras contra la reina Isabel II. ¡PUM! El accitano disparó primero. Falló. Heriberto tenía un tiro limpio y certero, entre ceja y ceja, pero vaciló como si intuyera que aquella era una de esas vidas llamadas a cambiar nuestra forma de leer el mundo. ¡PUM! La bala salió disparada y Pedro Antonio abrió los ojos y vio como el arma apuntaba al cielo y se sintió vivo y respiró hondo y escuchó cómo Quevedo le perdonaba la vida; nos regalaba su vida. Allí nació por segunda vez el escritor, el periodista, el corresponsal de guerra, el político, el sillón hache de la RAE, el viajero, el testigo de una era: Pedro Antonio de Alarcón y Ariza.

Pedro Antonio de Alarcón sobrevivió a un duelo a muerte con 21 años. Aquello le cambió la vida

Una vida así, tan emocionante y literaria, no podía terminar de cualquier manera. Por eso, Pedro Antonio murió dos veces. La primera fue el 19 de julio de 1891, en la calle Atocha de Madrid. Fue enterrado en una tumba sin nombre, la número 2–752, en el cementerio de la Sacramental de San Justo, en el patio de Santa Gertrudis. Al parecer, en sus últimos días de vida, en plena depresión tras sufrir un ictus que le dejó medio cuerpo paralizado, pidió que le enterraran en una sepultura anónima. Ciento diez años más tarde, el 30 de abril de 2001, Pedro Antonio escuchó sobre la tierra el susurro de José Luis Hernández Pérez, el entonces alcalde de Guadix: «Maestro, vámonos para el pueblo que se nos hace tarde, allí estará usted tranquilo, escuchando las campanas de la Catedral que tanto le gustaba oír». Estaba empezando su segunda muerte. La muerte en su casa.

Imagen principal - La segunda muerte de Pedro Antonio de Alarcón
Imagen secundaria 1 - La segunda muerte de Pedro Antonio de Alarcón
Imagen secundaria 2 - La segunda muerte de Pedro Antonio de Alarcón

Hace 20 años, una comitiva granadina viajó a Madrid para recuperar los restos de Alarcón y traerlos al cementerio de Guadix, donde siguen estando. Una decisión sustentada por una carta que el escritor envió a su hermano en la que decía «Guadix es mi cuna y será, si Dios quiere, mi sepulcro». Texto que luce en letras doradas en su lápida del camposanto accitano. «Fue una jornada tensa que nos marcaría con una sensación extraña, entre la incertidumbre y la alegría», describe Hernández aquella mañana en el cementerio de Madrid. El desenterrador pasó horas y horas excavando sin encontrar nada, generando un nerviosismo silencioso en la comitiva accitana. Además del equipo de Hernández, allí estaban los periodistas Tico Medina y Rosa María Mateo, tomando buena letra de cada instante. «Al cementerio no se va a sembrar alegría, sino llanto. Pero aquello era una historia de vida en un paisaje de muerte», relataría sobre el papel Medina. «Nosotros no somos nada, sólo quedan nuestras obras y nuestro recuerdo en los que nos quieren, pero ese recuerdo se olvida. Sólo perdura el nombre de los grandes hombres», dijo Mateo.

Tico Medina, Hernández y Rosa María Mateo atienden a los medios. T. F.

Alterados ante la impotencia del desenterrador, que no encontraba al ilustre Alarcón, Hernández le pidió que descansara un rato para leer un discurso que había preparado y que «lo mismo convencía al maestro para salir». «Querido Pedro Antonio, usted se viene, nos vamos a Guadix. ¿Sabe, maestro? Allí tenemos un parque con su nombre, una calle, una urbanización y un instituto de enseñanza (…) Usted ha sido orgullo para muchas generaciones de accitanos. Sus paisanos le queremos y, cuando hablamos de usted, lo hacemos con admiración (…) La vida de Guadix está impregnada y rezuma 'alarconismo'». Al terminar el discurso, la pala volvió a la tarea y, a los pocos minutos, el desenterrador paró de golpe y señaló con el dedo al suelo: «Aquí está el pájaro», avisó.

«Querido Pedro Antonio, usted se viene, nos vamos a Guadix»

José Luis Hernández

«Apareció con las botas puestas –recuerda Hernández–. El cráneo y todos los huesos envueltos en la mortaja, en perfecto estado. Todo él en su ataúd, protegido por el cinc que le envolvía». Admirados y conscientes de estar viviendo un momento histórico, allí estaban Miguel Valentín Alarcón, nieto del escritor, Antonio Herrera, José Luis Martín Recuerda, Puri Delgado, Miguel Pedraza, Sonia Soria, Jorge Pastor, Joaquín Valverde, José Andrés, Antonio Lara y los tres hermanos García de los Reyes. Habían cumplido la misión y ahora ponían rumbo al hogar: Guadix.

Dos de mayo

El dos de mayo de 2001, los restos de Pedro Antonio de Alarcón recorrieron las calles de Guadix a paso lento, custodiados por los motoristas de la policía local. Las campanas de la Catedral le dieron la bienvenida y, a las ocho y media de la tarde, comenzó puntual el acto oficial, nada más cruzar el escritor el arco de la Plaza de las Palomas. En el acto participaron Tico Medina, Carlos Asenjo y el escritor granadino Antonio Enrique, que compartió su emoción: «Hoy no hay triunfo mundano que festejar, sólo la gloria de tenerte, el júbilo de tenerte entre nosotros, de guardar con infinito amor los despojos del que en vida mereció las mayores alabanzas y también el sinsabor del olvido y el silencio». El propio José Luis Hernández, como alcalde, también dedicó un sentido discurso al hijo pródigo: «Ya pasará todas las Nochebuenas aquí con nosotros, con los suyos (…) El otro día, en Madrid, aunque tardamos en encontrarle y la espera se hizo tensa, usted estaba ahí tranquilo, sereno, porque confiaba que llegaríamos (…) A los jóvenes les pido que se empapen de 'alarconismo' como ejemplo a seguir, y esto significa que se empapen de inconformismo, de búsqueda de la verdad, de sueños por realizar, de metas por alcanzar, de idealismo por desarrollar, de espíritu rebelde, de lucha infatigable y, sobre todo, de honradez».

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Unos días más tarde, un grupo de expertos advirtió al consistorio accitano de que los restos de Alarcón tendrían una vida efímera si no se trataban con extraordinario cuidado. Así fue como los huesos llegaron hasta la Facultad de Medicina, al laboratorio de Miguel Botella, catedrático de Antropología Física de la Universidad de Granada, y popularmente conocido como 'el detective de los huesos'. «Tras el lifting integral que lo conservarían más de seiscientos años –termina emocionado Hernández–, le dijimos adiós y le dejamos descansar en su reluciente tumba del cementerio accitano, al cobijo de los suyos, de sus padres y hermanos». Pedro Antonio de Alarcón había muerto por segunda vez. Esta vez, ahora sí, en casa. Y allí lleva veinte años en paz.

Las suelas perdidas y la caja abandonada

Las botas, recién encontradas.

Una de los detalles que más impresionó al equipo de José Luis Hernández, alcalde de Guadix en 2001, al encontrar los restos de Pedro Antonio de Alarcón en el cementerio de Madrid fueron sus botas. «Fue impresionante verlas. Tenía una bota más desgastada que la otra, porque cojeaba», explica, veinte años después. «Al igual que los huesos se llevaron al laboratorio de Miguel Botella –sigue–, las botas se entregaron al Museo Arqueológico de Granada para que alguien las cuidara y conservara... Pero se perdieron. Por más que pregunto por las botas, no sé dónde están. Quiero que las botas aparezcan».

Isidro Toro, director del Museo Arqueológico de Granada, asegura que «las botas no están en el museo» y lamenta que, cada cierto tiempo, «vuelva la polémica por las botas». «Se hizo una búsqueda exhaustiva hace cinco años y nada. No hay documento de entrada, ni de salida, ni de registro, ni nada de nada; solo la palabra de José Luis Hernández. Ni siquiera la gente que había entonces recuerda que entraran aquí. Aquí no hay nada».

Por otro lado, también hay controversia por la caja en la que se encontró a Pedro Antonio de Alarcón, en Madrid. «Nos trajimos parte de esa caja a Granada y tampoco se sabe donde está», asegura Hernández. Existen unas fotografías tomadas el 21 de julio de 2018, en el seminario de Guadix, en las que se observa el estado de abandono de la caja bajo un papel en el que se lee «tierra, restos, féretro. Pedro Antonio de Alarcón».

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