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Mirada. Ruth Obermayer, en su taller de Monachil. Ramón L. Pérez

Ruth Obermayer, de Múnich a construir violines en Granada

Una emigrante del arte ·

En su taller de Monachil se reparan muchos instrumentos cada año, pero ella solo construye cuatro, que ya han adquirido justa fama internacional

José Antonio Muñoz

Granada

Sábado, 21 de mayo 2022, 01:02

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Ruth Obermayer nació en Múnich, en el seno de una familia de músicos. Con apenas 13 años, supo que iba a dedicarse a construir violines. «Soy así, me implico personalmente y llego hasta el final en todo lo que hago», dice sonriendo. Antes, había estudiado violín, porque también asegura que la música es su particular medicina. Recuerda perfectamente el día que entró por primera vez en el taller de un luthier: «Era lo que cualquier persona espera de un constructor de violines, es decir, mayor, de barba blanca, con un delantal lleno de serrín... Nos dejó usar la gubia, y me quedé maravillado por ese trabajo. Mi padre me tomó en serio, y me dejó hacer prácticas en vacaciones con un luthier de Múnich. Allí me hice mis primeros instrumentos de trabajo, e hice mis primeros trabajando cepillando o puliendo piezas».

Como el estudio musical del instrumento, la construcción de violines requiere una práctica constante. La diferencia entre ambos cometidos, según Obermayer, es que «mientras el arte del intérprete se desvanece, el nuestro queda, lo cual supone una gran responsabilidad, y para mí, es mucho más satisfactorio». En Alemania, los constructores de violines cuentan con una escuela oficial en Mittenwald, en el sur de Austria. Es curioso, además, que en museo de instrumentos de Füssen, muy cerca de Mittenwald, hay instrumentos construidos por un tal Wolf. Tras una visita realizada hace unos años a dicho museo, la constructora averiguó que Wolf es la germanización del apellido López, perteneciente a una familia de constructores de instrumentos andaluces sefardíes. «Para mí fue como cerrar un círculo. En realidad, ambas tradiciones de creación de instrumentos están fuertemente unidas», afirma Obermayer.

Una tierra de talentos

Cuando completó su formación en Alemania con el maestro Wolfgang Loeffler, Ruth y su marido quisieron cambiar de aires. Abrieron el mapa, y tras pensarlo mucho, eligieron Granada para establecerse. «A mí me gusta la montaña, y a mi marido el mar. Vimos que aquí podíamos disfrutar de ambos entornos», recuerda. Pero también tuvo que ver en esa decisión el hecho de que en Granada hay mucho talento musical. «Además de los grandes músicos que periódicamente salen de los conservatorios, el carácter y la disposición de la gente es muy buena», dice.

La luthier cepilla el cuerpo de un violín. R. L. P.

Llegó en 2004, pensando en tomarse su primer año de estancia con tranquilidad, viajando un poco y conociendo el sur de España, pero su fama y la amistad de algunos intérpretes por entonces en Granada no le dejaron. No tenía, a priori, la idea de independizarse y abrir un taller propio, pero las circunstancias le empujaron a hacerlo. «Fue curioso: aún no habíamos terminado de descargar el camión de la mudanza cuando tocaron a la puerta. Mi amiga Lucía, que tocaba por entonces en la Orquesta Ciudad de Granada, le había hablado de mí a una chica. Esta averiguó dónde vivía y vino para que le encerara el arco», recuerda. «¡No tuve ni un momento de respiro!», dice entre risas.

El primer instrumento que construyó en Granada no fue un violín, sino una viola. También hace chelos y violas da gamba, aunque la inmensa mayoría de sus encargos son de violines. Emplea en la construcción de cada uno de ellos unas 240 horas, y aunque a veces piensa que quizá podría crear algunos más, solo hace cuatro al año. Por ello, tiene lista de espera. Construyó o reparó los primeros violines que usó, por ejemplo, María Dueñas –«tiene una familia maravillosa, son todos un encanto», recuerda– y también ha reparado el chelo de Guillermo Pastrana, uno de los solistas más acreditados del continente europeo. Ha vendido instrumentos en América, Europa y Asia, y cada año, pasa dos semanas en Angola, en África, enviada por la embajada de España en aquel país, en una escuela de música situada en una pequeña ciudad, donde repara los instrumentos de los jóvenes intérpretes. «En África hay mucho interés por la música, lo que más faltan son profesores», comenta.

El mundo de la construcción de instrumentos de cuerda frotada es complejo, y aunque no es común ver a una mujer en esta esfera dominada habitualmente por hombres, ella siente que su trabajo es su mejor carta de presentación. También asegura que es preciso tener cuidado, porque hay todo tipo de trampas, desde quienes compran instrumentos 'precocinados' en blanco y luego simplemente los barnizan, vendiéndolos a precio de oro, hasta quienes hacen pasar por artesanos a instrumentos fabricados en serie. «En cada instrumento que fabrico va una parte de mí, por eso me encargo también de su mantenimiento posterior, siempre que es posible, y lo incluyo en el precio», afirma. Aveces, ha tenido que arreglar desastres, como violines en los que se han sentado o que se han caído por una escalera. En este último caso, estuvo trabajando en él durante cuatro años. Un reto que solo una vocación como la suya, inquebrantable, fue capaz de superar.

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Ruth Obermayer, de Múnich a construir violines en Granada