Música clásica
Cuando Roberto tocó el piano de Falla en GranadaEl joven granadino Roberto Prados interpreta en el Pleyel centenario de don Manuel 'Ondine', de Ravel, una de las piezas con la que obtuvo el tercer premio en el prestigioso Concurso Internacional de Piano de Ibiza
Tras sus estancias en París y Madrid, Manuel de Falla decidió establecer definitivamente su residencia a comienzos de 1922 en el número 11 de la calle Antequeruela Alta, desde donde se veía toda Granada. Uno de los primeros enseres que entró en su casa, hace cien años, fue un maravilloso piano de la marca Pleyel donde componía durante dos o tres horas diarias. Ahí, pulsando esas teclas de marfil, terminó obras tan emblemáticas como 'El sombrero de tres picos' o 'Los homenajes' y también empezó 'La Atlántida' que finalizaría su discípulo Ernesto Halffter en 1960.
Nueve de la mañana del día que acabó el verano de 2023. Un joven de prominente cabello rizado, que viste camisa blanca, pantalón vaquero y zapatillas deportivas, llega al Carmen de Falla, sube por las ceñidas escaleras que conducen hasta la primera planta, se sienta en la misma silla que lo hacía don Manuel y levanta la tapa del Pleyel, perfectamente afinado por José María Leonés, una institución en Granada. Se remanga lentamente, inhala y exhala con el temple de un torero y empieza a tocar 'Ondine', uno de los movimientos de la suite 'Gaspard de la Nuit' de Maurice Ravel, considerada una de las obras más difíciles a las que se tiene que enfrentar un pianista. Las notas del Pleyel centenario lo inundan todo.
El joven del prominente pelo ensortijado se llama Roberto Prados, nació en Granada hace 23 años y 'Ondine' de Ravel es una de las piezas que interpretó el pasado 4 de septiembre para llevarse el tercer premio del Concurso Internacional de Piano de Ibiza, uno de los más importantes del mundo para menores de treinta y cinco años al que acuden los ganadores de certámenes tan prestigiosos como el Chaikovski, el Rubenstein o el de Leeds –de esas competiciones salen los solistas que luego oiremos en las más grandes orquestas–. Pues bien, Roberto se llevó un merecidísimo bronce, con el 'handicap' de que el sorteo le jugó la mala faena de que tuvo que oficiar el primero de los cuarenta participantes. «Dicen que el primero está gafado», apostilla entre risas Ambrosio Valero, maestro de Roberto desde hace quince años.
Este galardón en Ibiza es el principal hito en la emergente carrera de un chiquillo que iba para futbolista, pero cuyo destino cambió cuando su tío Alejandro le regaló un piano eléctrico con siete años. «Mi padre, Roberto Prados, jugó en el Granada y tenía la ilusión de que yo siguiera su camino, pero a mí lo que me atraía era esto», recuerda. «Abandoné la posición de defensa central –bromea– para ser yo todo el equipo delante del teclado».
Según cuenta el propio Roberto, la primera persona que le animó a dedicarse a la música fue su maestra ConchiRamos en el colegio del Sagrado Corazón de Alhendín. Luego entró en la Escuela Rusa de Granada donde aprendió de Tamara Romadina y después, ya sí, sus progenitores, Roberto y Victoria, tuvieron claro que el chiquillo no era de balones, sino de partituras. «Ambro, te lo confiamos», le dijeron a Ambrosio Valero. Y Ambrosio es hoy día uno de los tipos más felices porque su pupilo Roberto apunta a lo más alto y, además, siguiendo sus pasos. Él también fue tercero en el Concurso Internacional de Piano de Ibiza.
Máxima calificaciones
Roberto Prados, que ha finalizado con las máximas calificaciones los estudios del Grado de Música en el Real Conservatorio Superior de Granada, compareció en el evento ibicenco después de un riguroso proceso selectivo. No se puede presentar cualquiera; un comité hace una exigente criba en función de cartas de recomendación –los avales son fundamentales en este procedimiento–. Acto seguido todos los aspirantes tienen que abordar el mismo repertorio, un preludio de Bach, una sonata y un tercer tema libre. Roberto apostó por 'Ondine' de Ravel, toda una declaración de intenciones. A continuación los expertos deliberan. Y por último, se lee el fallo en una gala que el bueno de Roberto nunca olvidará.
Roberto estudia nueve horas diarias y su sueño es tocar en el Carnegie Hall de Nueva York
«Para ser muy bueno en este oficio –asegura Ambrosio Valero– tienes que tener una cabeza privilegiada y un corazón enorme, como el de Roberto». También afán por prosperar y un gran espíritu de sacrificio. Roberto estudia nueve horas diarias desde que tenía clarísimo que 'esto era lo suyo'. Y así lo seguirá haciendo para hacer realidad algunos de sus sueños: actuar en el Carnegie Hall de Nueva York o en el Musik de Viena, donde todas las navidades se celebra el mítico Concierto de Año Nuevo con 'La marcha Radedzky' de Johann Strauss padre y 'El Danubio Azul' de Johann Strauss hijo.
Mientras tanto, mientras todos esos anhelos se hacen realidad, Roberto Prados seguirá siendo un chavea enamorado de su profesión, que estudia con denuedo para seguir progresando y que un día que acabó el verano de 2023 tuvo la enorme fortuna de sentarse ante el piano de Falla para tocar 'Ondine' de Ravel.
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