El rey Pocho ha muerto, larga vida al último rey de Lanjarón

La primera vez que Pocho Guimaraes murió fue hace dos años, cuando unos agentes de la Guardia Civil derribaron la puerta de su casa porque estaban preocupados. «¡Pero qué pasa!», exclamó el artista guineano, tumbado en su cama. Resulta que había perdido el móvil y su familia no conseguía dar con él, así que los vecinos del pueblo removieron cielo y tierra para encontrarle. «Y yo allí tumbado, medio en pelotas, gritando ¡estoy vivo, estoy vivo!». Pocho reía y reía contando esta historia, en el salón de su casa, en Lanjarón. Es bonito que lo primero que recuerdes de alguien sea el sonido de su risa: una carcajada carrasposa, gutural y tan honda como una calada que anida para siempre. Pocho murió el viernes, por segunda y última vez.

Pocho tenía amigos en todo el mundo, pero los últimos tomaban café en la Alpujarra. Su abuelo fue el último rey de Malabo -la palabra correcta era 'botuku', algo así como 'jefe con poder'- y por eso a él le decían Rey Pocho. «¡Anda, anda! ¡Que de majestad no tengo nada!», respondía cuando le hacían una simpática reverencia. Su nombre completo, que aborrecía, era Plácido Bienvenido Guimaraes Malabo Moatariobo. Tenía 74 años. Hablaba cinco idiomas. Fue profesor en la Complutense. Trabajó como actor a las órdenes de Pedro Almodóvar y Antonio Mercero. «Soy un peregrino incansable», decía. Pero, por encima de todas las cosas, fue un artista. Sus hermosos tapices se han expuesto en museos de todo el mundo, realizados con una técnica milenaria que él mismo se encargó de transmitir de viva voz.

Pocho murió por un problema respiratorio, el pasado 28 de febrero, día de Andalucía. Su historia formó parte de un especial titulado 'La Alpujarra, paraíso de artistas', en el que IDEAL reunió a personas de distintas orígenes y disciplinas que habían convertido la región en su hogar, su musa y su taller. Un reportaje que ganó la 38 edición del Premio Andalucía de Periodismo. Cuando se enteró, su alegría atravesó la línea de teléfono con una risa cómplice y orgullosa. Siempre le recordaremos.

Sentado en el sillón de su casa, rodeado de humo, ceniza y fotos antiguas, Pocho dejaba ver su identidad más secreta: la del hombre que se sabía anciano, la del tipo que pasaba horas vestido con ropas viejas mientras trabajaba sin parar en la siguiente obra. Pero al salir por la puerta, siempre se colocaba un poncho largo y gris, botas altas y un sombrero de ala ancha. Entonces recorría las calles de Lanjarón con aires de Morgan Freeman en 'Robin Hood'. Y uno sabía que, aunque él lo negara, Pocho era el rey.

El rey Pocho ha muerto.

Larga vida al rey.

Descanse en paz.

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