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Cristina Megía, ante la instalación 'Canon', formada por 69 obras. RAMÓN L. PÉREZ

La perfección de la forma está en el pincel de Cristina Megía

La artista, granadina de adopción, muestra en Condes de Gabia más de 150 obras que aúnan un gran dominio del dibujo y capacidad para recrear espacios

Domingo, 14 de enero 2024, 23:27

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El mundo de Cristina Megía, nacida manchega de Valdepeñas e hija adoptiva de Granada desde los albores del siglo, no cabe en una sala de exposiciones. Por eso, las 150 obras que integran la muestra 'De carne y piedra', que permanecerá abierta hasta el próximo domingo 21 en el Palacio de los Condes de Gabia saben a tan poco, aun siendo muchas en términos absolutos. Formada en Sevilla, pasó por República Dominicana como voluntaria para luego ser una de las 'elegidas' de la Fundación Antonio Gala, donde estuvo durante un año.

«Esta exposición incluye mi trabajo durante los últimos seis años», explica la artista. Su anterior muestra individual fue 'El espectador. Obras de museo' en el Palacio de la Madraza. En ella estaban algunos de los bocetos cuyo resultado final se puede observar ahora. El título de la exposición tiene, según su autora, múltiples interpretaciones, pero el objetivo final de esta es el ser humano, y el arte como su huella. La piedra es el suelo, la tierra, el paisaje, y la cultura. «Toda nuestra historia es material», señala Cristina Megía. «Si la hemos podido escribir es por lo que nos han legado nuestros antepasados, en barro, en piedra... Gracias a esas piedras pusimos negro sobre blanco nuestra historia en el siglo XIX».

Otra conexión fundamental entre título y materia es la instalación denominada 'Canon', que ocupa uno de los espacios de la sala, crecida poco a poco, obra tras obra, de las cuatro o cinco iniciales hasta las 69 que finalmente la integran, repartidas entre tres lienzos de pared en forma de 'u'. En ellas hay desde figuras clásicas hasta muñecas hinchables, pasando por imágenes religiosas, exvotos precolombinos y la 'Venus de Willendorf', obsesión del cardenal Voiello de Sorrentino. «Con 'Canon' he hecho una representación del ser humano, que ha existido siempre, al margen de los museos o el mercado del arte. El ser humano se representa y crea, al margen del momento histórico», afirma.

Utilidad

Llegó a Granada para ser útil a su hermana en la intendencia, y pasó algunos años difíciles hasta que terminó encontrando su sitio. Un recorrido por 'De carne y piedra' revela, además de una técnica de dibujo depuradísima –ya saben, si no sabes dibujar, no eres pintor– un universo interior muy particular, el mismo que se refleja también en los textos del libro –es mucho más que un catálogo– que han coeditado la Diputación Provincial y el ya prestigioso sello granadino Sonámbulos. Un universo que empezó a crecer muy pronto, cuando en su localidad natal mostró su primer óleo a quien quería que empezara pintando con ceras blandas.

Las dudas sobre si debía o no ser pintora contra viento y marea se resolvieron tras su paso por la Fundación Antonio Gala. Siempre tuvo los ojos abiertos al mundo, porque, aunque es muy hogareña, también es una apasionada de los viajes. De hecho, en la exposición se recrean espacios de ciudades como Edimburgo –la National Gallery de la capital escocesa es otra de las protagonistas– que comparten espacio con paisajes imposibles y estampas de la vecina Sierra Nevada. Habitaciones vacías con influencias 'hopperianas', naturalezas muertas, bodegones inspirados por Sánchez Cotán... Todo cabe en una muestra realizada al óleo con una técnica depuradísima, que, damos fe, crea un fuerte impacto en quien la contempla. «Siempre pinto al óleo, sobre lienzo», comenta. «El lápiz, el boceto, queda debajo». En cuanto a los formatos, manda el pequeño y el mediano, y se mezcla el realismo –no hiperrealismo, donde a veces la han colocado, aclara– con cierto surrealismo de influencia 'magrittiana'.

Un grupo de visitantes, ante una vitrina con bocetos. R. L. P.

Las distintas series adquieren, por derecho propio, una luz distinta en cada caso. Los retratos del altillo, donde se mezclan modelos conocidos y desconocidos, solo tienen que mirar al espectador para captar inmediatamente la atención. El cuidado en la delineación –a pesar de que Megía diga que no utiliza referencias geométricas concretas– parece fruto de un puntero láser. En cuanto al proceso de construcción de las imágenes, muchas parten de fotografías. Años ha, realizadas con una cámara analógica; hoy, con una digital pequeñita. «Cada foto me aporta más información que un esbozo realizado en un cuaderno; por eso, las prefiero», comenta.

Esas imágenes, revisadas una y otra vez, van tomando, como ella dice, cuerpo en su cabeza, creciendo, y acaban, en algunos casos, reveladas en papel y colgadas en las paredes de su estudio. En varias vitrinas repartidas por la muestra se pueden ver fotos de trabajos puntuales y cómo estas van originando los bocetos que abren la puerta a la plasmación en el caballete, frente al cual tiene un sillón en el que se sienta, a veces durante horas según confiesa, a observar su trabajo.

Aunque pueda parecer mentira, quien se acerque a ver la exposición –y comprar alguna obra quizá, todas están a la venta– va a acompañar a la autora en un viaje extraño, casi onírico, a lo más profundo del acto creativo.

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