Las Pasiegas, la historia humana que está más allá de una plaza
Investigación ·
Este espacio urbano testimonia con su nombre la presencia en Granada de las amas de cría llegadas del norteJosé Antonio Muñoz
Granada
Viernes, 30 de diciembre 2022, 10:20
A los pies de la Catedral de Granada, concebida como un mirador privilegiado del arco de triunfo que sirve como portada al templo, muy fría en invierno y un oasis en verano, se encuentra la plaza de las Pasiegas. Un espacio urbano con una historia singular, que la profesora titular de Filosofía Moral e integrante de la Unidad de Excelencia FiloLab de la Universidad de Granada, Ester Massó, ha puesto de manifiesto en una investigación que relaciona a las primitivas amas de cría llegadas del norte con la actualidad de la lactancia materna, pendiente de obtener un necesario reconocimiento –equiparable al de la dieta mediterránea– por sus muchos beneficios para la salud de los bebés.
Tal y como recuerda la profesora Massó, el nombre de Pasiegas proviene de las mujeres que ofrecían sus servicios como amas de cría, oriundas de los Valles Pasiegos cántabros. «Estas mujeres nacían y crecían en comunidades aisladas, sin contaminación externa, por lo que se creía que la leche que producían era particularmente pura y buena, al igual que ocurría con la que se extraía de las vacas que se criaban allí». Esa pretendida pureza también se extendía a lo religioso: Cantabria fue, prácticamente, el único territorio no 'contaminado' por la presencia musulmana en la Península Ibérica. Y dado que los primeros beneficiarios de las pasiegas en tanto su papel de amas de cría fueron los miembros de la realeza, esa pureza de sangre, esa ausencia de tacha en su linaje, se convirtió en un valor determinante para que se las escogiera.
Disfrutar de un ama de cría pasiega era un lujo del que se presumía en determinados ambientes
No eran las pasiegas unas empleadas de hogar más. En una época en que –como hoy– las conductas de la monarquía –quienes las escogieron primero como amas de cría de sus hijos– eran rápidamente copiadas por cortesanos y quienes aspiraban a convertirse en tales emulando a los reyes, el disponer de una nodriza pasiega era un lujo del que se presumía en determinados ambientes. Ocupaban, pues, un lugar preeminente dentro de la estructura del servicio en las casas acomodadas. Se las cuidaba para que pudieran cumplir de forma adecuada con su función, y la propia naturaleza de su oficio las convertía, en muchos casos, en empleadas no permanentes, que regresaban a su tierra con el dinero ganado, a reencontrarse con los suyos. «Muchas tenían sus propios hijos», dice Massó, «y se decía que estos, los que sobrevivieran, deberían contar al menos con un mes de vida para que se las contratara». Esta acotación es importante, porque la mortalidad infantil en el siglo XIX y principios del XX era muy elevada entre las clases humildes. «Normalmente, este era el momento en que hacían el camino hacia Granada y otras ciudades, dejando a sus bebés al cuidado de familiares o vecinas, para aprovechar el periodo en que se las consideraba más fértiles en su producción de leche», añade.
Requisitos
En una sociedad tan patriarcal como aquella en que se insertaron, los requisitos que debían cumplir las amas de cría pasiegas eran bastante estrictos. «El control sobre ellas y sus cuerpos era práctica común. Debían tener el pecho de una forma determinada, estar casadas, contar con poco más de veinte años, haber tenido ya hijos, e incluso poseer un certificado de buena conducta y observancia religiosa, que normalmente emitía el párroco de su pueblo», comenta la profesora.
«Había, además, una indumentaria por la que se las reconocía, que era la tradicional de su zona, pero con algunos añadidos suntuarios, como los pendientes y collares de coral y plata». Su camino desde localidades como Selaya o Pisueña, las especiales circunstancias de este y sus condiciones de vida, han dado lugar a estudios tan interesantes como los realizados por María Jesús Fuente en torno a las relaciones epistolares que estas llegaban a mantener con el tiempo con quienes fueron sus 'clientes', los pequeños que amamantaron. A menudo, en el caso de los hijos de reyes, se confiaban a ellas antes que a sus propios padres, ya que estos andaban siempre en otras preocupaciones y actividades, propias de su condición. «Cuando dejaban de dar leche, se convertían en 'amas secas', término muy descriptivo para designar su nueva condición de ayas o niñeras», dice Ester Massó.
Estas relaciones tan particulares aparecen en obras literarias como 'Filomeno a mi pesar', de Torrente Ballester. También Federico García Lorca hace referencia a las amas de cría en su conferencia 'Las nanas infantiles', donde las reivindica como transmisoras de la tradición oral del cuento, el romance y la canción.
La contratación oficial venía precedida de un examen, desde 1914, a cargo de la Gota de Leche
El procedimiento de contratación de las pasiegas partía del conocimiento oral de las circunstancias del contrato, que se transmitían unas a otras. En las casas de 'buen pasar', la llegada de una ama de cría cuando había recién nacidos era una buena noticia, ya que una leche materna considerada de calidad garantizaba el crecimiento sano del retoño. Era, precisamente, en la plaza de las Pasiegas donde, los domingos, estas se exponían al escrutinio de las señoras, para evaluar su incorporación al 'cuerpo de casa'. En algunos casos, se hacían test 'in situ' para probar la calidad del producto. La contratación oficial venía precedida de un examen médico y fisiológico de este a cargo de la Gota de Leche, en Granada concretamente desde su inauguración en 1914. «Con este examen se distinguía la buena de la mala leche, aunque hoy ya es sabido que no existe tal cosa, la leche de madre es siempre la óptima para su criatura, salvo en rarísimos casos», añade la profesora de la UGR. Lo de la 'mala leche', expresión que ha permanecido hasta nuestros días para designar el mal carácter, viene de la creencia, común en el pasado, de que la leche que se mamaba influía podía llegar a influir en el carácter de la persona. «En algunas culturas, se mantiene aún hoy la convicción de que mamar del mismo pecho genera un vínculo de parentesco, de tal manera que se proscribe, por ejemplo, el matrimonio entre 'hermanos de leche'», señala Massó.
Actualidad
La investigadora, de origen alicantino, comenzó a interesarse por el valor patrimonial de la lactancia materna a raíz de trabar contacto con Cándida Cabrera, representante de la asociación Mamilactancia, quien le contó que la primera Fiesta de la Lactancia celebrada en Granada en 2004 tuvo lugar, precisamente, en la misma plaza donde llegaban las amas de cría del norte. Luego, por cuestiones de logística, se trasladó al Parque García Lorca. «En esta plaza de las Pasiegas, además del patrimonio material, monumental, hay otro inmaterial: el que se desprende de la historia de estas mujeres. La ONU declaró en 2016 la lactancia materna como un derecho humano, y me pareció algo mágico que en un mismo espacio confluyeran estas dos dimensiones: la histórica y la actualidad de quienes reivindican en público su derecho a dar el pecho, y defienden una práctica que, por otro lado, ha demostrado sus múltiples beneficios, a pesar de no ser apoyada ni fomentada de manera efectiva», asegura Massó.
Los 'bancos de leche materna' de que disponen algunos hospitales se mantienen gracias al apoyo desinteresado de unas mujeres a las que no se dan facilidades, ya que son ellas mismas quienes deben llevar la leche donada al centro sanitario en muchas ocasiones. Las tasas de lactancia decrecen cada año, sobre todo en países desarrollados, porque los permisos de maternidad son cortos, especialmente en el caso de España, y conciliar trabajo remunerado con la dedicación que la lactancia materna requiere no es fácil. Por ello, junto a la reivindicación de que se coloque en la plaza una placa conmemorativa que recuerde la labor de estas mujeres, que en su día salvaron con su leche la vida de tantos bebés, está la de una mejor consideración social e incluso antropológica de una actividad que aporta salud y bienestar.
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