Un padre y una hija, abrazados para la eternidad en Montefrío
Él rodea con los brazos a ella, que siglos después mantiene las manos juntas en actitud de oración
Fíjese en la foto de la derecha. Usted está viendo dos esqueletos. Uno encima de otro. Pero detrás de este cúmulo de huesos hay una historia de amor. La historia de amor más maravillosa que se puede contar: la de un padre y una hija, la de cualquier padre y cualquier hija. No se sabe cuál fue la causa de su muerte, pero el estudio antropológico realizado por Marina Trani Sánchez, investigadora predoctoral de la Universidad de Granada, aporta detalles muy interesantes sobre cómo fue la vida de estos dos vecinos de Montefrío, cuyos cuerpos se hallaron en el transcurso de la primera de las seis campañas del Proyecto General de Investigación 'Villa Fortificada y Castillo de Montefrío' que dirigen Juan Manuel Ríos y Alberto García. Los resultados han trascendido ahora.
«Sin haber realizado análisis de adn, no es precisa la interpretación, pero por la disposición podríamos estar ante un caso de vínculo sanguíneo», dice Trani Sánchez. «Por la determinación de la edad –él entre cuarenta y cincuenta años y ella, entre seis y ocho–, quizá fuera paterno filial», valora.
Pero la sencilla observación de la imagen aporta información que, más allá de las interpretaciones científicas, araña el alma. Ambos están bocarriba con el cráneo girado hacia el este, pero se aprecia cómo el adulto abraza a la menor, que mantiene sus brazos flexionados y cruzados sobre el pecho, con las manos entrelazadas. Es decir, en postura de rezo. «Era bastante frecuente en esta cronología», aclara Marina, vinculada a los departamentos de Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas y el de Medicina Legal, Toxicología y Antropología Física de la UGR. Estamos hablando, probablemente, del siglo XVII, aunque el Castillo de Montefrío se usó como cementerio hasta el XIX.
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«Dada la posición de ambos, el enterramiento tuvo que ser simultáneo o, posiblemente, con algún tiempo de diferencia, días o meses, pero no muy prolongado ya que la descomposición de ambos se hace en el mismo periodo y quedaron esqueletizados preservando su colocación primigenia», explica la científica. O sea, o los inhumaron juntos o uno después de otro, pero con poca diferencia. El progenitor medía 1,63 metros y presentaba signos de osteoporosis, lesiones discales y degeneración de las vértebras, lo que se vincula a esfuerzos físicos o eventos traumáticos. La chiquilla, de poco más de un metro de estatura, muestra señales leves de desnutrición (anemia) o problemas de absorción de vitaminas.
Emociones
Marina Trani dice que el estudio óseo objetivo está normalizado y es necesario para el desarrollo metódico del trabajo, pero reconoce que casos como este tienen una componente emocional «que conecta con la parte más real de las personas». «Este descubrimiento –confiesa– me hace recordar uno de los motivos por los que dedicarme a una profesión como esta, ayudar a conocer la parte más humana del pasado que no se recuerda y olvidamos».
Juan Manuel Ríos, al frente de las excavaciones junto al profesor Alberto García, comenta que las tumbas, que se ubican en el recinto superior del Castillo de Montefrío, corresponden a un momento, entre los siglos XVII y XIX, en el que la fortaleza dejó de tener funciones militares y se usó como camposanto. Una transformación que se relaciona con la construcción de la nueva iglesia de la Encarnación en el llano de la localidad. «Las sepulturas son humildes, sin ajuar ni elementos decorativos sofisticados», afirma Ríos, quien aclara que «su simplicidad no implica menor valor». «Nos aportan –concluye– datos muy valiosos sobre cómo se reutilizaban los espacios y cómo se articulaban la vida y la muerte en una comunidad rural en ese momento».
Sí se halló un pendiente en forma de aro en la región del oído derecho de la niña. «El resto de materiales cerámicos y metálicos encontrados en estas unidades forman parte del relleno sedimentario general, en muchas ocasiones removido o alterado en etapas posteriores», asegura Ríos. La osamenta está bien conservada, aunque se aprecia la pérdida de las extremidades inferiores debido a la apertura de un camino. Los huesos no son excesivamente antiguos, por lo que la degradación no es extrema. El terreno tampoco ha sufrido presiones ni alteraciones importantes, lo que evita los aplastamientos o desintegraciones. Posiblemente, a juicio de Juan Manuel Ríos, también influyan «ciertas condiciones del suelo, como su composición o nivel de acidez, aunque esto queda pendiente de pruebas más específicas».
En el siglo XVII Montefrío era un enclave eminentemente agrícola, integrado en el entramado administrativo y territorial del Reino de Granada bajo la monarquía española. Aunque ya no estaba en primera línea de frontera, conservaba cierta relevancia estratégica por su posición elevada y control visual sobre el entorno. También mantenía su peso simbólico como antiguo bastión nazarí conquistado por los Reyes Católicos. La estructura urbana se fue adaptando a las nuevas dinámicas sociales.
Ahí, en ese pequeño pueblo del Poniente, vivieron dos seres humanos unidos por el amor. Siglos después esos mismos seres humanos, un padre y una hija, siguen unidos por el amor... eterno.
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