Sílvia Pérez Cruz y Salvador Sobral en Granada, cuando el corazón manda
Los cantantes emocionan con un concierto sencillo e inolvidable, dentro del 1001 Musicas-Caixabank, que llenó el auditorio del Palacio de Congresos de Granada con casi 1.500 personas
Sílvia Pérez Cruz y Salvador Sobral salieron al amparo de la noche, en el Palacio de Congresos de Granada, con un pretexto breve y elegante. Los dos con el anhelo sin candado, el miedo anestesiado y, por encima de todas las cosas grandes y pequeñas, y para fortuna de los mil y un ojos que bullían brillantes en las butacas sin mellas ni vacíos, el corazón por delante. Hubo algo en la velada de hoguera en la cueva, de tribu arremolinada al albur de la lumbre y el humo, de niños y niñas –qué importa la edad– escuchando con las orejas en punta para luego intentar explicar lo que sucedió allí dentro. El problema es que era imposible. No hay palabras para contar con exactitud lo que esa pareja de alegría contagiosa, gesto melancólico y voz justiciera lanzaron al aire en tantos idiomas distintos. Tal vez valga la sonrisa compartida del público y, también, alguna lágrima.
La velada comenzó con un atronador aplauso y una suerte de descripción del escenario a través del poema de Miquel Matí i Po, 'Ben cosa tens':«Poco tienes: la mesa y varios libros, la añoranza de ella, que está lejos, y ese silencio denso». Los versos catalanes corrieron por el auditorio –leré, leré, lerá– como el aire fresco que empuja los postigos en mitad de la madrugada. Pese a la grandeza del techo, los escalones y el escenario, más de un granadino sintió que esa era una de aquellas noches de ajedrez y concierto en La Tertulia:una alfombra roja de latidos, un puñado de sillas y cinco lámparas. Nada faltaba.
El concierto de Sílvia Pérez Cruz y Salvador Sobral, arropados un talentoso trío de cuerdas, estaba en el centro –en el corazón, faltaría– del programa del 1001 Músicas-Caixabank, que se aproxima a su recta final con The Cat Empire (19 de septiembre, en Industrial Copera), Antonio Orozco (20, en la Plaza de Toros) y Ana Belén (26, en el Palacio de Congresos).
Lo de los idiomas es curioso porque, aunque la letra de la bellísima 'Con el corazón por delante' sonara en la misma lengua en la que rimaba Federico García Lorca, la extraña pareja cantó en catalán, francés, inglés y en portugués. Sin embargo, aunque uno no entienda una sola palabra que no esté en español, qué bien se traduce todo cuando se dice así de bonito.
La mayoría de los temas que sonaron en el concierto están incluidos en su disco 'Sílvia & Salvador', que publicaron el pasado mes de mayo. Una fantasía aliñada, además, por los mensajes de audio de amigos como Jorge Drexler o Galiana.
Vals Vienés
Pero volvamos a García Lorca. Sílvia Pérez Cruz suele interpretar en sus conciertos una versión hermosa de 'Pequeño vals vienés', ese poema de Federico que inspiró a Leonard Cohen, a Enrique Morente y a todos los demás. Ella sabía que cantarla en Granada contenía mucho más significado que en cualquier otro rincón del mundo. «Qué emoción. Me estoy reencontrando con el oficio. ¡Me encanta cantar! Y voy a hacer una canción que tiene mucho que ver con esta ciudad». La canción, dijo, de los tres Reyes Magos. Y aunque los versos han ido y vuelto millones de veces a Nueva York, las muchachas de Viena, el hombro que solloza, las palomas disecadas y ese fragmento de la mañana en el museo de la escarcha –ay, ay, ay–, de pronto sonaron como la primera vez.
«De Eurovisión nada, mientras sigan permitiendo estar a Israel»
Que no existe el tiempo, cantaron, que el pasado y el futuro nunca están. «El presente es quien canta en libertad». Una libertad y una paz por la que alzaron la voz, mirando hacia los drones de Polonia, la tragedia de Lisboa y el genocidio de Gaza. «Podemos nombrar las cosas. Cuando en Gaza se intenta borrar la memoria de un pueblo, nombrarlo, para que no se pierda», dijo Sílvia. En el público, alguien pidió a Sobral que cantara la de Eurovisión. «De Eurovisión nada, mientras sigan permitiendo estar a Israel», respondió.
Sílvia y Salvador, encantadores y cómplices entre ellos y con el público durante todo el concierto, se despidieron pidiendo que nadie entonara canciones tristes por ellos mañana, y con un divertidísimo monólogo -pobre Angela-. Hubo quien salió de allí tocado, eufórico y nostálgico al mismo tiempo sin saber bien por qué; sin saber explicarlo del todo. Ella fue espada y él, corazón. O todo lo contrario, qué más da. Pero como en ese lema oficioso que reina en las casas más nobles de Granada, ese en el que la espada pincha al corazón lo suficiente para hacer que se remueva sobre la piedra, aquí manda el corazón.
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