Con las manos manchadas de tinta
Con la jubilación de Enrique Alcaide, se extingue la vieja generación de maestros impresores de Granada que echaron los dientes con la linotipia | Entró en la imprenta con catorce años y pantalones cortos, medio siglo en que ha fabricado 1.500 libros de grandes creadores granadinos
Dentro de unos meses, en septiembre, Enrique Alcaide cerrará por última vez la puerta de la imprenta. Se jubila. Cincuenta años manchándose las manos de tinta todos los días. Cincuenta años que representan también los grandes cambios en un sector, el de las artes gráficas, que ha sido –y seguirá siendo– la gran fábrica de la cultura en Granada. Por las manos de Enrique han pasado más de 1.500 libros. De Antonio Muñoz Molina, de Luis García Montero, de Almudena Grandes o de Rafael Alberti. Catálogos de pintores como José Guerrero, Juan Vida, Julio Juste o Pablo Sycet. Las letras y la pintura de grandes creadores sin los que sería imposible entender la Granada cultural de finales del siglo XX y principios del siglo XXI.
Entre sus primeros trabajos, allá por 1969, imprimir los menús del Meliá y las servilletas del hotel Sol y Nieve
Enrique se va. Y con el también se extingue, poco a poco, la última generación de maestros impresores de los de antaño, de los que 'echaron los dientes' con la linotipia y se marchan con lo digital y el offset de última generación. Seis meses le quedan. Ahora Enrique sólo piensa en tres cosas. En seguir dándolo todo hasta el último minuto, hasta que cuelgue definitivamente el mono. En transmitir todos sus conocimientos a la persona que deberá sucederle en el puesto. Y en qué ocupará su tiempo cuando le toque imprimir la última página de su libro más importante. El de su propia vida. El de una dilatadísima trayectoria laboral de medio siglo, que se dice pronto y rápido.
Enrique entró en Gráficas Lucamo, ubicada ya por entonces en la calle Ricardo del Arco, en julio de 1969, cuando la misión del Apolo XI pisó la Luna por primera vez. Tenía catorce años recién cumplidos y vestía pantalones cortos. «No me gustaba mucho la escuela y me enteré de que buscaban un aprendiz en Lucamo», relata. Ahí empezó todo. Su primera nómina fue de 250 pesetas. Lo entregaba todo en casa –era el menor de seis hermanos–, aunque sí se quedaba lo que ganaba con las «horillas» extras, que tampoco era demasiado. Al principio a duro la hora y después a cinco duros.
Ha impreso libros de autores como Muñoz Molina y catálogos de pintores como José Guerrero o Juan Vida
Lo que sí recuerda a la perfección fueron sus primeros encargos. Todos los días, nada más entrar a las nueve de la mañana, se montaba en su bicicletilla para ir al Meliá. «Entonces no había tanto tráfico y llegaba rápido», bromea. Recogía un folio con el menú, y antes de las doce, siempre puntual, ya estaba de vuelta en el hotel con las planas impresas. Aquello, por su condición de bisoño, no lo liberaba de darle al cepillo y la fregona y de traerle el desayuno a sus compañeros. También le tocaba estampar las servilletas del hotel Sol y Nieve, en Sierra Nevada. «En tinta y oro», aclara. 'Gracias por su visita'. Una a una. Colocando el papel y tirando de la palanca de mano. Más de diez mil calcula que hizo el bueno de Enrique, siempre bajo la supervisión de maquinistas como Ramón Blanco, que se jubiló hace apenas tres años. «Ha sido de los últimos».
Destreza y celeridad
Después, con dieciocho años y la misma ilusión que el primer día, le hicieron oficial de tercera de máquina, aunque ya llevada unos meses cobrando mil pesetas de las de antes –seis euros de los de ahora–. Manejaba la Minerva y la Grafos con la pericia, la destreza y la celeridad que requería la entrada de pedidos. Pasaron los años y las vivencias. También rutinas como la de llevar publicaciones a la oficina del censor , situada por aquel entonces en el edificio del Sindicato Vertical de Calvo Sotelo, para que le pusieran el sello, condición 'sin equa non' para que las máquinas empezaran a rodar. Tampoco ha olvidado aquel día, ya después de que muriera Franco, en que agentes de la Guardia Civil y la Policía Nacional se personaron en las instalaciones de la imprenta para requisar, por orden gubernativa, las planchas de la revista de actualidad 'Andalucía libre'.
Vivencias y momentos que ya permanecen indelebles en la memoria de Enrique Alcaide. La memoria también de la Granada de los últimos cincuenta años. El espíritu de aquella mítica Gráfica Lucamo –acrónimo de Luis Caballero Morales– sigue muy presente. La tecnología ha avanzado mucho; el oficio sigue siendo básicamente el mismo. Por eso profesionales como Enrique, que tuvieron la habilidad de reciclarse, siempre fueron y serán necesarios. Gráficas Lucamo se transformó luego en Gráficas Sol y Nieve. Y luego en la cooperativa Meridional Impresores –entre 1989 y 2015–. Y posteriormente en Imprenta del Arco, propiedad de Ricardo Calvente.
El arte de lograr artesanalmente el color perfecto
Más allá de los procesos industriales, las artes gráficas siguen siendo artes porque aún conservan mucho de artesanal. De lo que se conoce como 'oficio'. Como el ojo clínico para combinar los colores y lograr los tonos perfectos. Enrique Alcaide aún continúa mezclando a mano. Como antaño. Como cuando el diseñador gráfico Claudio Sánchez Muro le traía unos recortes de papel, a modo de collage, para que Enrique consiguiera el matiz perfecto. «Ahora, con los pantones, todo es mucho más rápido y sencillo», comenta Alcaide.
Enrique trabajó en sus comienzos junto a los cajistas y tipógrafos.Los que componían letra por letra sobre las regletas. Las más usadas –aquí 'la cosa' ha cambiado poco–, la Garamond y la Times New Roman. Después, en 1978, vino el gran cambio del offset. Toda una revolución. Y ya en 2002 se pasó directamente a la plancha. Muy lejos quedó entonces aquel proceso de cuatro pasos:impresión y corrección en papel, retoque de blancos en el negativo, después positivo y por último montaje de la publicación –del libro o de lo que se terciara–. Fueron otros tiempos. Los tiempos de Enrique. Los tiempos en que las imprentas eras las grandes fábricas de la cultura.
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