El maestro de Granada que quería dibujar
Juan Luis Lirio, maestro del CEIP Emilio Carmona jubilado, es un dibujante excepcional y sus obras a lápiz y tinta, paisajes de Granada y retratos, se venden por todo el mundo
Nacer en Huelma, en los años 50, imprime un carácter parecido a los de aquella aldea gala que resistían entre marmitas y jabalíes a la brasa. Por aquel entonces, el pequeño Juan Luis rescataba los lápices que sus compañeros tiraban a la papelera. «Me los llevaba a casa para gastarlos dibujando todo lo que veía». Su familia, «muy, muy, muy humilde», no tenía prácticamente nada y sus padres hicieron un esfuerzo sobrehumano, dejándose la piel entre los olivos, para que él pudiera estudiar una carrera. «Yo quería hacer Bellas Artes, pero mi padre decía que aquello no iba a ninguna parte. Así que hice Magisterio».
Al final de la carrera, los estudiantes se ordenaban por sus notas y los cinco mejores expedientes no necesitaban hacer el examen de oposición para entrar al cuerpo de maestros. Juan Luis estaba el veintitrés. «Entonces sucedió una anécdota curiosa. Teníamos que presentar unas memorias que encuadernábamos en forma de libro. Yo hice dos volúmenes que ilustré yo mismo. Gustaron tanto que pasé al puesto número tres». Aquellas memorias fueron, de alguna manera, la primera gran obra firmada por Juan Luis Lirio Díaz (Jaén, 1954), un artista con mucha clase.
Casi cincuenta años después, su firma está por toda la casa. Sus cuadros suben por la escalera, decoran las habitaciones y reinan por las estanterías. La mayoría están hechos con lápiz y son absolutamente hermosos: escenas costumbristas, rincones carismáticos de Granada, retratos llenos de viveza... «Mi primer destino fue Huelma, mi pueblo. Luego me vine con mi mujer al colegio Emilio Carmona de Maracena, donde hemos pasado 32 años». ¿Saben las fichas que los niños usan en el colegio para aprender las letras y unir conceptos? Al llegar a Granada, Lirio empezó a dibujar sus propias fichas y salieron tan bien que todavía las guarda. «Estas fichas han pasado por todos los colegios de Granada, de fotocopia en fotocopia», ríe orgulloso.
En el salón de casa, entre las obras, destaca un retrato inspirado en una anciana de Apperley. «El original lo hice a plumilla, pero lo vendí. Le prometí a mi mujer que cuando me jubilara se lo haría otra vez». En la misma pared, hay una niña acariciando un gato hecho con tinta que es una maravilla. «Eso tiene muchísimas horas de trabajo. Piensa que todo está hecho tirando líneas». Pese a que mires donde mires hay una obra de Lirio, la mayoría de sus obras se han ido vendido a lo largo de los años. «Empecé a vender pronto. Y a hacer exposiciones. Aunque últimamente lo que hago más es colaborar con motivos solidarios. De todas formas –sigue– para mí esto no es un trabajo, el objetivo no es vender. Las casas de mis hijos y de mis amigos están llenas de mis obras y yo con eso estoy más que satisfecho».
–¿Cuál es el gran sueño?
–No creas que me sobra el tiempo, con Candela y Andrés, mis nietos. Te voy a enseñar una cosa curiosa que les hago...
La pócima
Lirio regresa al salón con una caja de vino preciosamente pintada a mano. La caja está llena de puzles con viñetas de Astérix y Obélix pintados a mano sobre un tablero que él mismo ha recortado. «Son mis favoritos, mis héroes de siempre», dice. Los puzles son tan bonitos que sería difícil ponerles un precio –por mucho que alguien lo intente...–. «Espero que mis nietos, dentro de cuarenta años, le den un valor». Aunque la última obra que ha hecho Lirio, en realidad, es una serie de mosaicos inspirados en la Alhambra. «Me gusta el contraste del claroscuro del lápiz y la pulsión del color que puedes dar aquí».
Lo que más ha vendido han sido sus grabados. Grabados que él mismo aprendió a hacer en la Escuela de Artes y Oficios de Granada. Aunque la obra a la que más tiempo le ha dedicado en su vida es otra muy distinta. «Tardé cuatro años y pico –empieza a contar–. Verás, aquí no vemos la tele. Hace tiempo mi mujer se ponía música por la noche para hacer punto de cruz. Y le dije o me enseñas y hago yo lo que tú o me voy a mi mesa a dibujar y nos vemos en la cama. Me enseñó, empecé y tras varias millones de puntadas en tela de hilo terminé esta escena de Ricito de Oro». El cuadro, colgado en la entrada de la casa, es espectacular.
Antes de jubilarse, Juan Luis hizo una exposición en Maracena con un poco de toda su obra: lápiz, tinta, grabado, puzles, punto de cruz... Los alumnos le preguntaron allí ¿cómo sacaba tiempo para hacer tantas cosas? «Se pueden tener muchos hobbies y todavía queda tiempo para leer mucho todos los días –respondió–. Hay mucho tiempo. Y hay mucho tiempo también para perderlo. Depende de lo que quieras hacer con tu tiempo. Te puedes acostar satisfecho con lo que has hecho o pasarte el día viendo tonterías en el móvil». Y esa es la última lección del niño que quería dibujar.
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