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La Virgen de la Soledad de José de Mora observa desde su capilla los trabajos de mantenimiento en la parroquia de San Gil y Santa Ana. JORGE PASTOR

Patrimonio de Granada

José de Mora, el escultor del silencio

La ciudad conserva una veintena de obras del gran maestro del Barroco, del que se cumple el 300 aniversario de su fallecimiento

Jorge Pastor

Granada

Domingo, 24 de marzo 2024, 00:01

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La iglesia de San Gil y Santa Ana no solo es una de las parroquias más antiguas y bellas de Granada –fue concebida por el mismísimo Diego de Siloé–, sino también un verdadero museo de la escultura granadina. En su interior, tallas de Risueño, Raxis, Bocanegra y José de Mora. Sí, el gran José de Mora, un artista que se convertirá en actualidad este año porque se celebra el trescientos aniversario de su fallecimiento. Un 25 de octubre de 1724. Una efemérides sobre la que se está armando un programa de actividades que irá trascendiendo poco a poco. El evento central será, a expensas de confirmación, una gran exposición en la mismísima Catedral. Una muestra donde se podrá ver buena parte de la veintena de creaciones de De Mora que se conservan en Granada y probablemente algunas de las que se encuentran fuera –se puede seguir su rastro en Jaén, Córdoba, Málaga, Valladolid y Madrid–.

Pero volvamos al templo de San Gil y Santa, en la ribera del Darro. En una de las capillas laterales hay una preciosa Soledad que resume el universo artístico de José de Mora, el sucesor más aventajado de Alonso Cano. Esta Virgen no estuvo siempre ahí, en Santa Ana. Según  Juan Jesús López Guadalupe, profesor del Departamento de Historia del Arte y uno de los mejores conocedores de la vida de José de Mora, esta imagen fue realmente fruto del encargo de una Dolorosa por parte del padre Dionisio del Barrio, prepósito de la congregación sacerdotal del Oratorio de San Felipe Neri, hoy día Santuario del Perpetuo Socorro –enfrente de San Juan de Dios–.

Cristo de la Sentencia en una de las capillas de San Pedro. JORGE PASTOR

Según relata López Guadalupe, Dionisio del Barrio pidió al cronista Francisco Hurtado de Mendoza que hablase con José de Mora «por ser uno de los mejores en aquel tiempo en Andalucía». Estamos en el año 1671. Y la providencia quiso que, tal y como consta en los legajos, justo en el momento en que Dionisio y Francisco conversaban sobre el particular pasara por allí el mismísimo José, una casualidad que fue entendida como una señal divina. Lo llamaron, se lo propusieron sobre la marcha y se entendieron. El Oratorio de San Felipe Neri le apoquinó 36.000 reales, una cantidad considerable. A la altura de un grande –por aquel entonces Pedro de Mena ya residía en Málaga–. Aquella Dolorosa se convirtió en Soledad hace cien años con la Cofradía del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de la Soledad del Calvario, con sede en Santa Ana. «José de Mora –explica López Guadalupe– versionó un modelo muy extendido en España, el de Gaspar Becerra».

Datos

  • 82 José de Mora falleció en la Casa de los Mascarones el 25 de octubre de 1724. Murió con 82 años dejando un impresionante legado creativo. En Granada se conservan unas veinte obras.

  • 1647 El artista nació en Baza en 1642, pero a los cinco años, en 1647, trasladó su residencia a la calle Pavaneras de Granada.

José de Mora, hijo de Bernardo de Mora yDamiana López Criado y Mena, nació en Baza en 1642 y fue el primogénito de una familia en la que al menos tres de los vástagos, José, Bernardo y Diego, se ganaron el sustento gracias a su capacidad de esculpir con las manos. A los cinco años, en marzo de 1647, trasladaron su residencia a Granada. López Guadalupe explica que se instalaron primero en una vivienda de la calle Pavaneras. A continuación se mudaron a la Cuesta de Gomérez. Después se fueron a San Matías, luego a la plaza de los Cuchilleros –junto a Plaza Nueva– y finalmente a San Miguel del Albaicín, junto al convento de Santa Isabel la Real. Aunque la última morada de José de Mora fue la célebre Casa de los Mascarones, donde el basteano talló y policromó algunas de sus piezas maestras –su talento era tal que dominaba ambas disciplinas–. Entre ellas, la referida Soledad (1671) que se encuentra en Santa Ana, el Cristo del Silencio o de la Misericordia (1685), en la parroquia de San José.

San Bruno en el Monasterio de la Cartuja PEPE MARÍN

La Casa de los Mascarones, que hoy día se encuentra en estado de casi abandono, fue clave en la trayectoria de José de Mora. «Fue su refugio creativo perfecto», asegura López Guadalupe. «En la parte trasera –prosigue– se hallaba el famoso jardín de Pedro Soto de Rojas, recitado por Federico García Lorca, un espacio para la reflexión y el deleite». José de Mora trabajaba fundamentalmente de noche, iluminándose con lámparas de aceite. No le gustaba dejarse ver en faena.

«De Mora destaca por su originalidad, su dominio de la técnica y por mostrar la realidad sublimada»

Juan Jesús López Guadalupe

Profesor de Historia del Arte de la UGR

«Lo más probable –reflexiona López Guadalupe– es que tuviera su taller en la planta baja por el peso de la madera y, a diferencia de su hermano Diego, nunca tuvo discípulos». «Dicen que tuvo un alto concepto de lo artístico, no como oficio sino como actividad creativa». Recibía a sus clientes en la Casa de los Mascarones y les mostraba sus obras ya finalizadas sobre un tapete de terciopelo rojo.

Cristo del Silencio en la iglesia de San Pedro. JORGE PASTOR

Sí, la Casa de los Mascarones fue un lugar de encuentro y también de algún desencuentro. Es el caso del Cristo Recogiéndose las Vestiduras que hizo para el Monasterio de San Antonio ySan Diego y que quedó destruido en el incendio de la iglesia del Salvador en 1932. El jesuita Antonio Conca relata que De Mora no se entendió con el «respetable personaje» que le hizo la encomienda tras solicitarle 30.000 ducados. Finalmente optó por quedársela «hasta mejor ocasión». Esto llegó a los oídos del guardián de San Diego, que intentó que se la vendiera. «No se canse, padre mío, ni piense nada, porque no lo bajaré de precio, antes lo daré por un bollo de chocolate», le comentó De Mora. El religioso mandó fabricar un bizcocho de desmesurado tamaño e introdujo en su interior monedas de oro. Y se lo regaló a maese José en unas angarillas con muchas flores de adorno. Maravillado por la ingeniosa invención, De Mora se la regaló.

Reputación

José de Mora alcanzó altísima reputación en Granada y en el conjunto de Andalucía, donde también laboraba Pedro de Mena. Lo buscaban porque era el mejor –el influjo de Alonso Cano era más que evidente–. Tanto es así que la propia Catedral de Granada le pidió opinión estética sobre temas tan peliagudos como el diseño del Sagrario realizado por Francisco Hurtado Izquierdo. Pero su buen hacer no solo llamó la atención de los mecenas locales, sino también de la mismísima corte. Hasta el extremo de que fue nombrado Escultor del Rey Carlos II. EnMadrid trabajó, entre otros lugares emblemáticos, en el Colegio Imperial de los Jesuitas. Su ámbito siempre fue el religioso aunque, según López Guadalupe, es probable que realizara algunos retratos –por ahora no se ha localizado ninguno–.

Detalle de las manos, brazos y vestimenta del Cristo de la Sentencia. JORGE PASTOR

«De Mora destaca por su originalidad, su impresionante dominio de la técnica y por mostrar una realidad sublimada, partiendo de lo natural pero con una suave idealización», afirma López Guadalupe. También cabe subrayar la sobriedad y la espiritualidad de sus obras, con personajes «muy concentrados, introspectivos y que invitan a la oración del espectador, muy en la línea de Alonso Cano». «Yo lo denominaría el 'escultor del silencio'», resume. Respecto al color, del que se encargaba él mismo, la paleta tiende claramente hacia la sobriedad –apenas hay contrastes–.

Fotografiando a la Virgen de la Soledad. JORGE PASTOR

En Granada hay muchos 'josés de mora' –en torno a veinte–. Entre todos ellos, cabe destacar cinco. En el Museo de Bellas Artes se hallan dos bustos de oratorio extraordinarios, un Ecce Homo y una Dolorosa. Están hecho hechos para ser vistos de cerca –todo un reto–. Tampoco deben perderse el Cristo de la Misericordia, en el que Mora no se entretiene en las huellas de la pasión, sino en la contemplación y en la belleza corporal entendida como belleza moral –la muerte injusta de un justo–. La Soledad de la iglesia de Santa Ana –abordada unas líneas más arriba–. También merece la pena detenerse unos minutos ante el San Bruno del monasterio de la Cartuja. Muy interesante el movimiento de la vestimenta y la intensidad y el misticismo del conjunto. Y por último el Cristo de la Sentencia. Los detalles son fascinantes.

José de Mora murió en 1724, con 82 años, en la Casa de los Mascarones. Fue enterrado en el Convento de San Antón y San Diego, pero este edificio desapareció y se perdió su tumba. Sus creaciones, sin embargo, permanecerán entre nosotros... para siempre.

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José de Mora, el escultor del silencio