Un granadino en Japón: «Juan, que tienes que hacer un exorcismo»
Juan Ignacio vive en Japón, donde trabajó oficiando bodas. Una vez le llamaron para hacer un exorcismo y el final de esa historia es una hilarante obra de arte
«Juan, que tienes que hacer un exorcismo». En los años que Juan Ignacio Martínez Vega (Granada, 1981) llevaba en Japón había escuchado cosas muy raras, pero lo del exorcismo no lo vio venir. «¿Cómo dices? Mira, que yo no soy cura de verdad...», respondió el granadino, que se puso tan nervioso como la primera vez que se subió a un escenario con su –mítica– banda, Magnolia. El jefe le dijo que sí, que ya lo sabía, pero que un grupo de ejecutivos le estaba esperando en una habitación del hotel y no les podía hacer esperar.
Juan acababa de oficiar una boda en Shiga, cerca de Kioto. Como era europeo y dominaba el japonés, le habían contratado para hacer el papel de 'falso cura' en ceremonias de tipo occidental. Una estridencia que, al parecer, gusta mucho en el país del Sol Naciente. El caso es que, mientras subía a la habitación de los ejecutivos, pensó que probablemente se tratara de algunos invitados que le querían gastar una broma o, simplemente, que se habían pasado con la barra libre. Pero no. «Cuando abrieron la puerta me encontré a veinte japoneses de negro. Se levantaron muy rectos. Yo les miraba las caras, por si se reían... Pero al que empezó a darle la risa fue a mí, de nervios. Así que cuando me di cuenta de que era verdad, les ordené que bajaran la cabeza y cerraran los ojos. ¡Van a hacer lo que yo diga!, les grité. ¡Posición de oración!».
«¡Jesusito de mi vida!», exclamó con los brazos abiertos. «¡Que eres niño como yo!», continuó, haciendo aspavientos
Viendo que los japoneses obedecían sus órdenes, como si fuera un auténtico caballero jedi, se tomó un momento para buscar una salida. El exorcismo era grupal, creían que tenían un mal espíritu encima estropeando sus negocios. Juan supuso que los ejecutivos no hablarían español, así que todo les sonaría a latín. ¿Qué podía decir? Por mucho que oficiara bodas, Juan no tiene mucho de religioso, pero sí se sabía una oración. «Era cuestión de darle el énfasis adecuado», reflexionó justo antes de empezar: «¡Jesusito de mi vida! –exclamó con los brazos abiertos–. ¡Que eres niño como yo! –continuó, moviendo las manos en el aire– ¡Por eso te quiero tanto y te doy mi corazón!». En ese momento, aguantó un largo segundo de silencio antes del gran final: «¡TÓMALO! ¡Tuyo es! ¡Mío...NO!».
Al terminar, los japoneses asintieron con un fuerte «amén» y abrieron los ojos. Juan señaló la puerta y les aseguró que había funcionado, que el espíritu maligno se había marchado.
Tanabe
La descacharrante anécdota de Juan atraviesa la videoconferencia con una carcajada que resuena a ambos lados del océano. Juan vive ahora en Tanabe, una preciosa ciudad de montaña hermanada con Santiago de Compostela. «Hay mucho peregrinaje. Trabajo en un albergue, como cuando empecé». En 2006, Juan trabajaba en un hostal cerca de la Alhambra con muchos huéspedes japoneses. «Me llamaba la atención de su carácter: reservados, metódicos, cuidadosos...». Aquella curiosidad le llevó a estudiar el idioma y a decidir, en 2008, mudarse a Kioto.
«Me cogieron en un restaurante español, El Fuego. Y luego conocí a mi mujer, de la que me separé después. Pero tuvimos un niño que ya tiene 8 años». De El Fuego pasó a El Tío Pepe, local muy querido en Japón que, por desgracia, se quemó hace dos años. «Fue allí cuando vi un anuncio que decía 'Se busca extranjero católico para oficiar bodas'». Como encajaba con el perfil, preparó el currículum. «En Japón, al final, siempre hay que poner tus aficiones. Así que puse que toco la guitarra, el baloncesto y añadí kendo, para que vieran que estoy integrado. Pero vamos, que no tenía ni idea de kendo».
El tipo que le hizo la entrevista, un anciano de larga barba blanca que parecía sacado de 'Kill Bill', resultó ser «el gran maestro de Kendo de todo Kyoto». «Sacó una katana y empezó a hacer movimientos. ¿Quieres probar?, me dijo. Y me puse a hacer cosas, como en las películas... Luego le dije que estaba empezando». No solo consiguió el trabajo de oficiar ceremonias, sino que el maestro le entrenaba en el noble arte del kendo. «Tenía que aprenderme de memoria seis páginas de texto para las bodas. Lo hice y empecé a trabajar». Las bodas, por cierto, no son como se imaginan. Las ceremonias se realizan en espacios donde está todo incluido: desde la boda en sí hasta la fiesta. Y el oficiante se coloca en una especie de atril giratorio que va enganchando una boda tras otra. «Trabajé mucho de cura. Llegué a hacer once bodas en un día, a 100 euros por boda. ¡No había visto tanto dinero en mi vida! Estuve dos años así... pero me sentía un impostor, así que lo dejé. Y me fui a Okinawa».
Parsec
En la isla nipona hizo de todo: restaurantes, en el aeropuerto, en un barco de submarinismo, en una hamburguesería de una base aérea americana... «En 2019, un amigo me dijo que quería montar un albergue en Tanabe y entré de encargado. Y aquí sigo, feliz». Juan es un vecino muy querido en la ciudad, donde además de recibir a los visitantes de todo el mundo –si son españoles, tienen un amigo allí–, dirige un club de cocina y ha montado un grupo de rock, como el que tenía en Granada con 20 años. «Le estamos dando vueltas al nombre de la banda. Yo le quiero Parsec, como decía Han Solo en 'La Guerra de las Galaxias', sobre el Halcón Milenario. ¿Te acuerdas?».
A Juan le gustan las historias. Y el cine. Le encanta el cine. A veces se recuerda de niño, jugando por los Cármenes de Rolando después de ver 'Golpe en la pequeña China'. «La vida viene como viene», resopla, con una sonrisa que esconde cierta melancolía, mientras señala una fotografía de su hijo. «¿Te he contado lo del exorcismo?», pregunta Juan, moviendo el aire con las manos. Un rato después, la carcajada es tan grande que ocupa el ancho de banda. «¿El traje de cura? Ahí lo tengo guardado, por si vienen malos tiempos».
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