Gallina come cabra y jaque en tres: El Cabrero y sus trillizos ajedrecistas de Granada
Juan Manuel Muñoz, maestro ajedrecista y cabrero, dejó de jugar hace 10 años tras nacer sus trillizos. Hoy, los cuatro entrenan y compiten juntos
Juan Manuel Muñoz, el de las cabras, dejó de jugar al ajedrez el 12 de agosto de 2010, a las doce y veintitrés de la tarde. Tenía 55 años y, días atrás, acababa de ganar el título de Maestro Nacional en la categoría máxima. Un logro incomparable con la partida que llevaba treinta semanas jugándose en la barriga de Karina, su mujer: trillizos. «Si vive la pequeña será un milagro», les dijeron los médicos. Y como vivió la llamaron así, Milagros, que pesaba menos que un peón al nacer y ahora reina como la más alta de la clase. Belén, su hermana, lloraba tanto los primeros días que se asustaron. Tenía un tumor. Pero la pequeña lo arrinconó en una esquina hasta que le dio el mate. Y Juan, el inquieto Juan, heredó la pasión de su padre: «Él es Juan, el de las cabras, y yo soy Juan, el de las gallinas», responde orgulloso. Diez años después de aquel 12 de agosto, los hermanos Muñoz son campeones de Granada de ajedrez. Como su padre.
«Si vive la pequeña será un milagro», les dijeron los médicos. Y como vivió la llamaron así, Milagros
A espaldas de la calle Lope de Vega, en Deifontes, la familia Muñoz se reparte a lo largo y ancho de un cuadrado corral por el que campan una patulea de gallinas blancas y negras. «¡Vamos a hacer una táctica para rodearlas!», ordena el padre, Juan Manuel, colocado sobre un montón de paja desde el que organiza la estrategia. «¡Juan, por la pared! ¡Belén, por detrás! ¡Milagros, al otro lado!». Los niños se mueven con soltura por el tablero, combinando sus habilidades: Belén atraviesa la diagonal, Juan salta en 'ele' y Milagros las sorprende de frente. «¡Tengo una blanca!», grita la niña. «¡Y yo al gallo negro!», advierte el padre, conforme se lo da a su hijo. Victoriosos, los cuatro se sientan en una mesa de madera escondida entre los olivos, donde descansa un tablero de ajedrez y una bolsa repleta de piezas.
La historia de Juan Manuel dio la vuelta al mundo en 1990: el cabrero de Granada que era maestro de ajedrez. Con diez años dejó la escuela para trabajar en el campo y, con veinte, aprendió a moverse por el tablero. «Pasé dieciocho meses en el hospital, con tuberculosis, y tuve la suerte de coincidir con un maestro ajedrecista madrileño que me contó que había libros para aprender. Estudié mucho y entré en la Federación Española de Ajedrez por Correspondencia». Entre sus míticas partidas por carta, jugó una contra un finlandés durante ocho años. «Quedó en tablas». Con la llegada de Internet empezó a jugar 'online', con el apodo de 'El Cabrero', un nombre que ganó fama en los cinco continentes. Y, claro, se animó a participar en torneos provinciales, autonómicos y nacionales. «Gané cuatro campeonatos internacionales y uno nacional, que fue el último, cuando nacieron ellos. Entonces me retiré».
«Gané cuatro campeonatos internacionales y uno nacional, que fue el último, cuando nacieron ellos. Entonces me retiré»
Protegidos bajo los olivos, los cuatro Muñoz ríen a la vez. Belén ha tocado un caballo y no lo quería mover, pero la regla dice que pieza tocada, pieza movida, lo que ha provocado la carcajada compartida. No les hace falta hablar para entenderse. Así, en silencio, les acompañan el sonido del millón de pájaros que trinan sobre los árboles, el aroma de las frambuesas y las grosellas, y el color vivaracho y apasionado del centenar de caquis y granadas que reposan en las cestas. «Llevan poniendo piezas en el tablero desde que tienen pañales», dice Juan Manuel, que les enseñó a jugar cuando cumplieron tres años. «A los cuatro y medio –sigue, mientras planta el índice sobre un peón, para que se den cuenta de la jugada– empecé con ellos en el Club de la General. Los recuerdo a los tres, cogidos de la mano, que les daba susto y vergüenza. Pero poco a poco nos fuimos incorporando a las partidas en vivo. Y así empezamos todo».
Trofeos
La casa de los Muñoz conecta directamente con el corral. Dentro, medio centenar de trofeos y medallas brillan sobre la mesa del salón. «Este fue el primero que gané –indica Juan Manuel hijo–, subcampeón de Granada, con siete años». «¡Campeona de Granada!», grita Milagros con una copa en la mano. «¡Subcampeona!», responde Belén. La sonrisa del padre se escapa por los dos lados de la mascarilla: «Han ido ganando en casi todos los torneos. A Juan no es que le guste el ajedrez, ¡lo vive! Milagros estudia poco, pero gana, le encanta hacer tácticas. Y a Belén le pasa igual, gana pero a ella es que le gusta mucho la música. Lleva tres años en solfeo, con la guitarra».
«Quién me lo iba a decir, ¿verdad? La vida es muy larga... Tengo un amigo que me dice 'Juan Manuel, estás viviendo tu tercera juventud'»
Los tres niños juegan en el club Arco de Elvira, becados. El equipo son cuatro, ellos y Carlos, un amigo. La Diputación, incluso, propuso una beca como jugador de elite para el pequeño Juan, pero la pandemia lo ha paralizado todo. «Cuando tenía siete años –continúa el padre– jugó una simultánea en el Instituto de Iznalloz, contra diez jugadores mayores que él. Ganó ocho partidas, hizo unas tablas y perdió otra, contra uno de 23 años». Pero es que Juan Manuel, El Cabrero, también ha vuelto a la senda del ajedrez. Está en el club 'Jóvenes promesas', en La Zubia, y ahora viajan los cuatro juntos, por Andalucía, de torneo en torneo. O lo harán, al menos, en cuanto vuelva la vieja normalidad. «Quién me lo iba a decir, ¿verdad? La vida es muy larga... Tengo un amigo que me dice 'Juan Manuel, estás viviendo tu tercera juventud' –ríe, moviendo los hombros arriba y abajo–. ¡Y es verdad! ¡Estoy compitiendo con ellos, mis hijos!».
Fuera hace demasiado frío y la ropa de la mesa camilla sienta de escándalo. A la hoguera del tablero y las piezas, los cuatro se arremolinan para jugar unas partidas. Primero se enfrentaran los Juan Manueles, el de las cabras y el de las gallinas, bajo la atenta mirada de Belén y Milagros. Todas las noches, antes de dormir, juegan «una hora y pico» y, los fines de semana, hasta que el cuerpo aguante. El pequeño Juan Manuel sí que se imagina como profesional porque le encanta jugar. «Lo que más me gusta es aprender. Quiero aprender siempre», dice. Aunque también le gusta la idea de convertirse en veterinario. «¡No niega que es de campo!», bromea el padre. A todo esto, ya hay peones, caballos y alfiles ocupando el centro del tablero, así que hablan con lentitud y sólo después de haber hecho su jugada.
En 1978 había dos colegios en toda España que impartían ajedrez dentro del horario escolar, uno en Madrid, y otro en Deifontes: el San Isidoro
«A mí me gusta la música. ¡Me encanta 'Human'! Y de mayor quiero ser maestra», cuenta Belén que es la que mejor se sabe el reglamento de la casa. «Esta va a ser una gran árbitra –añade el padre, después de comerse un peón blanco–, le encanta pillar jugadas ilegales». El ruido de las piezas al golpear el tablero no sólo forma parte de la banda sonora de la casa de los Muñoz; es el latir de todo el pueblo. En 1978 había dos colegios en toda España que impartían ajedrez dentro del horario escolar, uno en Madrid, y otro en Deifontes: el San Isidoro. Juan Manuel ha pasado treinta años enseñando a los niños del municipio a jugar, así que hacerlo con sus hijos era una cuestión inevitable. «Me gusta enseñar, pero me gusta más jugar. Yo lo vivo –El Cabrero hace una pausa, decidiendo su próxima jugada–, como él», y señala a su hijo con un golpe de ojos. El niño, con las manos cruzadas sobre la frente, no se permite ni una sola distracción. «Es muy bueno –sigue el padre–. Pero es que en Granada hay otros jugadores también excelentes, como Julen y David, que son campeones de España».
La partida avanza y hay cierta tensión en el ambiente. El Cabrero habla cada vez más lento, dejando mayor espacio al silencio. El de las gallinas sólo se mueve para hacer su jugada. «¿Mi logro personal más importante en el ajedrez? Me gustó ganar el título nacional en la categoría máxima, fue muy importante para mí... –mueve la reina, ya sin despegar los ojos del tablero– Nacieron ellos y me retiré, con las complicaciones normales de la vida... ¿Me toca a mí? –avanza un peón– Pero luego volví a jugar y ya llevamos casi cinco años, al contrario de antes, que era todo por correspondencia y ahora jugamos en vivo por todas partes...». La historia de la familia da para guion de serie de televisión, como 'Gambito de dama', en Netflix, que ha puesto de moda el ajedrez. ¿La habéis visto?
–No... No la he visto... He sentido hablar de ella... lo dicen amigos... Pues ya he perdido –se interrumpe Juan Manuel, El Cabrero.
–Puedes hacer tablas –dice Milagros, analizando la jugada.
–No, qué va, se come a ese peón... Jaque en tres. Está todo hecho –termina el padre, mientras tumba la figura del rey. El niño, el de las gallinas, contiene la sonrisa con un nervioso meneo sobre la silla. Milagros y Belén, mientras, colocan las piezas en su sitio para jugar otra vez.
Cabra come torre
El ajedrez llegó a Deifontes en 1922, de mano de Don Francisco Pérez Muñoz, el párroco. Durante la Guerra Civil, todo el pueblo iba a la casa del cura a jugar y aprender. «Yo lo recuperé en 1975», dice Juan Manuel Muñoz. «Venían a jugar las mismas personas que jugaban en la Guerra y nosotros, los jóvenes». En 1990, Javier Díez Forcada publicó en IDEALel reportaje 'Cabra come torre', contando por primera vez la historia de Juan Manuel, lo que provocó que medios de todo el mundo viajaran a Deifontes para conocerle. «Aquello impulsó al pueblo. Organicé doce torneos aquí. El Open de Deifontes estaba considerado entre los mejores de España. Han venido grandes maestros de los cinco continentes». Deifontes es, por derecho, el pueblo del ajedrez. Un mérito en el que Juan Manuel, cabrero y profesor en el colegio durante treinta años, juega un papel imprescindible.
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