Sueños con la belleza eterna de la música de Jordi Savall
El músico catalán invita a participar en el diálogo de las músicas cristianas, judías y musulmanas con las tradiciones del entorno del Mediterráneo
JOSÉ ANTONIO LACÁRCEL
Martes, 7 de julio 2020, 01:05
Nueva sesión digital en el Festival y, como en las dos anteriores que he tenido el honor de comentar, de altísima calidad. Un verdadero lujo la actuación del catalán Jordi Savall, sin lugar a dudas una de las figuras europeas más importantes en el mundo de la música y un verdadero especialista en lo que hemos dado en llamar música antigua. Creó expectación el artista catalán y esto se vio ampliamente reflejado en los comentarios de los espectadores digitales. Comentarios donde la línea maestra era el entusiasmo por la calidad del concierto, por la belleza del escenario, por la realización, por el programa y, sobre todo, por la recia personalidad musical de Savall, que ha vuelto a Granada donde se le admira, donde tiene un público fiel que sabe muy bien valorar la indudable categoría de tan excepcional artista.
Jordi Savall ha hecho una propuesta muy, pero que muy interesante. Si en la noche anterior el gran pianista andaluz Javier Perianes nos invitaba a gozar de un atardecer en Granada, en esta ocasión el genial músico nos ha propuesto acercarnos al refugio de la memoria y nos ha invitado a participar, como oyentes, de ese diálogo de las músicas cristianas, judías y musulmanas con las tradiciones del entorno del Mediterráneo. Y lo ha hecho a través de tres vehículos especialmente atractivos: el rebab, la lira y la viola de gamba. No se ha limitado a un espacio geográfico en torno al monumento alhambreño. Ha tenido en cuenta la importancia, la trascendencia del Mare Nostrum de los romanos, y nos ha conducido tras la guía de tan nobles instrumentos de cuerda, por los intrincados caminos musicales del medioevo, con los siglos XIII, XIV y comienzos del XV, cuando ya se asoma la Edad Moderna. Los nobles instrumentos nos han hecho saborear las músicas de distintos pueblos –el bereber, el bizantino, el cristiano, el sefardí– con ecos de Turquía, de Afganistán, de la tantas veces ciudad santa de Jerusalén, de Sofía, de Sarajevo, de Al Andalus, de Castilla, de Italia.
Sencillamente genial Jordi Savall, justísimo merecedor de ese silencioso aplauso que parece quedar flotando en las tranquilas aguas de la alberca. Formidable en todo momento, con esa excepcional técnica que es fruto de un trabajo concienzudo, de unas condiciones artísticas únicas, pero también de ese inconformismo del verdadero artista que siempre exige llegar a metas más altas. Sonido bellísimo en los tres instrumentos, musicalidad y recreación impecable de unas músicas de una época, pero que se convierten en eternas, de unas músicas que nos hacen soñar, que nos hacen gozar de ese placer estético único que produce la música cuando es tan bien interpretada.
Y tan gran artista enmarcado en un escenario que se torna propicio para la excelencia de la interpretación, que es lo que ha ocurrido con Jordi Savall que ha vuelto a Granada donde siempre se le espera y donde, desde ahora mismo, se le busca otra cita para volver a enfrascarnos en la belleza de unas músicas que determinaron una época y que siguen vivas y pujantes.
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