FESTIVAL DE MÚSICA Y DANZA
Guerrero y Alqhai se remontan al 'Origen'La coreógrafa granadina, al frente del Ballet de Andalucía, y el músico sirio-palestino afincado en Sevilla traen al Carlos V la mezcla perfecta entre tradición y presente, envuelta con primor
Un escenario desnudo. Apenas unos bloques con forma de prisma. Y la oscuridad. El silencio. Ese es el origen de 'Origen. La semilla de los tiempos', el impresionante espectáculo que anoche ofrecieron el Ballet Flamenco de Andalucía y Accademia del Piacere en el Palacio de Carlos V. Un lugar desacostumbrado para una propuesta como esta en el marco del Festival, pero que se reveló como el lugar perfecto para acoger este completísimo acercamiento a los ancestros de la música y la danza tal y como los conocemos hoy.
Uno no puede ser imparcial con un espectáculo en que haya música barroca, y mucho más cuando esa música la interpreta el conjunto dirigido por el sirio-palestino afincado en Sevilla Fahmi Alqhai, responsable también del Festival de Música Antigua de la capital hispalense. Y si a esa oscuridad, a ese silencio primigenio, le sucede el baile preciso de quien empieza a moverse en el escenario, y a esos dos pies se unen cuatro más, y la voz de la soprano Quiteria Muñoz se pone a cantar 'Tempestad grande, amigo' de José de Nebra, pues en cinco minutos el Ballet y la Accademia tienen al público que sabe a lo que va metido en el bolsillo.
Contaba Andrea Marcon hace escasas fechas en este mismo periódico que cuando la música barroca se toca bien, no tiene rival. Precisamente, porque nos conecta con nuestro origen. Porque llega al corazón. Y este espectáculo llega al músculo que nos mueve haciéndonos cercanos personajes que nos son tan próximos que podríamos ser nosotros mismos. La vida de la ciudad barroca que relata, del amanecer al tramonto, bastando a veces un gesto para identificar a los personajes, es nuestra propia vida.
El vestuario, como la simple pero efectiva puesta en escena, es elegantísimo. Amplio, sin colores estridentes, sugiriendo lo barroco pero tremendamente actual. Los 12 primeros minutos se van en un suspiro, y llega el primer aplauso de un público que, viendo los rostros, aún no cree que haya gastado su dinero tan bien, y que esta maravilla la pueda estar viendo un miércoles. Apenas sin respiro, Quiteria Muñoz entona a capella 'Yo soy la locura' de Henry de Bailly. El movimiento de los bailarines se hace caricia en conjunto. Y la locura estalla en la guitarra de Dani de Morón, quien toma las riendas para un número a caballo entre el flamenco más puro y el baile de salón.
En uno de los muchos giros arriesgados (pero deliciosos) de 'Origen', entran en juego los miriñaques en una jácara imposible con los mantones volando, y luego vuelve la guitarra y el cajón, y la vida de esta ciudad de cuento se acelera y se aquieta, fluye como los cuerpos de los bailarines, y se hace luz y luego sombra. Ha pasado media hora y apenas nos hemos dado cuenta.
Todos retratados
Como decíamos, en 'Origen' están todos retratados. También la fe, ese apego tan andaluz a lo celestial. En primera instancia, es el clérigo que hace sonar las campanillas mientras al lado toca el tamboril. La procesión se completa con mujeres enlutadas que arrastran sus reclinatorios y suena en la voz de la cantaora Amparo Lagares 'Salve madre' con letra de Restituto del Valle y música del compositor valenciano Eduardo Torres, por cierto, gran amigo de Falla y cómplice en algunas de sus aventuras. Se canta con toda la solemnidad posible y estremece escuchar esa letra tan andaluza, tan nuestra. Y se trata la devoción de una forma delicada, con esa virgen llevada a costal que evoluciona sobre el escenario con la capilla musical tocando detrás y los fieles en fila, como corresponde. Todo en apenas un trazo. Pero todo ahí, recordándonos hasta qué punto nos ha influido la cultura judeocristiana, hasta qué nivel estamos impregnados de ella.
Aparece por fin en escena en solitario Patricia Guerrero, vestida de negro y con velo, que se arranca a las primeras de cambio. Y de nuevo, el milagro se obra. Se contorsiona acariciada por el violonchelo entre las manos de Alqhai. Vuela el vestido. Es el corazón atravesado de una tierra en la que alegría, emoción y dolor son inseparables. A partir de aquí, la granadina muestra por qué es quién es, y por qué ha llegado donde ha llegado. Sus zapatos dorados vuelan sobre el escenario a solas con Alqhai. Enorme aplauso. Luego vuelven a cobrar protagonismo las luces y todo se tiñe de rojo. Un rojo cortesano, vivo, elegante, que se mueve de un lado al otro en brazos, cinturas y pies, trasladando al espectador la fugacidad de la existencia tanto como la necesidad de aprovecharla.
La noche debilita los corazones, y el tramo final del espectáculo encierra dentro de sí la desinhibición, el sudor y la claudicación, que finaliza en forma de reverencia grupal, a esa luna que ocupa el cielo antes de que el sol se manifieste y todo vuelva a comenzar. La dramaturgia de Juan Dolores Caballero y la propia Patricia Guerrero, y la música de Alqhai, el flamenco y el barroco, nos hacen desearlo.
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