Festival en Granada
Los fantasmas rusos regresan al Carlos VRiccardo Chailly y la Scala de Milán brillan en el Festival con las últimas sinfonías de Prokófiev y Chaikovski
Vista desde el cielo, en lo más alto que puedan imaginar, la plaza del Carlos V parecía un ojo a punto de parpadear. Las butacas, esparcidas como el blanco de la esclerótica, rodeaban a la Scala de Milán, convertida en un iris de colores vibrantes. Y en el centro, como el capitán que alza su espada en mitad del abordaje, una pupila negra y elegante, Riccardo Chailly, el director que atracó en Granada con el firme propósito de atraer la mirada de los fantasmas del pasado.
Unos minutos antes, el bullicio y la expectación reinaban en la Alhambra. Las copas de vino y las cervezas se repartían por la muralla, unas sobre la Puerta de la Justicia y, otras, con vistas al Albaicín. Una algarabía elegante con ganas de disfrutar de buena música. «Es la primera vez de Chailly en Granada», comentaba Rocío a sus amigas. «Es de los pocos que faltaba por venir aquí», añadía. Riccardo Chailly (Milán, 1953), director titular de la Filarmonica della Scala, ha recibido cientos de galardones, entre otros el prestigioso Echo Klassik y el Gramophone a la Grabación del Año por la integral de las Sinfonías de Brahms. La orquesta, formidable, ha realizado más de 800 conciertos en gira por todo el mundo. «Os va a encantar».
Sin un espacio libre y con un calor shakesperiano, las últimas luces de la tarde dieron paso a los focos, que poco a poco invitaron a los asistentes a desplegar los abanicos y a observar la entrada de los músicos en tropel. «Baja el móvil, por Dios», chistaba un asistente en la última fila. Por suerte, el legado de Bob Dylan sigue presente y aquí, bajo miles de años de poesía grabada en piedra, nadie estaba dispuesto a parpadear antes de tiempo. «Es precioso –suspiraba María José a Antonio, su marido–. Por más que pasen los años no me acostumbro. ¿Verdad que es como si todo esto fuera un poco nuestro?». Antonio, cómplice, le cogió la mano y miró a ambos lados, como si fuera a cruzar en rojo. «Mientras podamos, lo será».
El silencio
Los aplausos a las diez y cinco de la noche dejaron un largo silencio que se pegó a la piedra como Drácula ante los primeros rayos de sol. Chailly, que efectivamente dirigía por primera vez en el Festival Internacional de Música y Danza, sonrió al público con la astucia del mago que sabe que el truco ya no puede fallar. El magnetismo y la solemnidad de las columnas lanzaron al espacio los primeros violines, la llamada para dos tipos que murieron pronto pero nunca se fueron del todo: Serguéi Prokofiev y Piotr Ilich Chaikovski. Los fantasmas.
La Scala interpretó con gran belleza dos sinfonías repletas de matices, la Séptima de Prokófiev y la Patética de Chaikovski, dos composiciones rusas que, en noches como esta, en las que la guerra, la paz y Wagner se confunden con facilidad, adquieren nuevas lecturas. El primero en aparecerse en la Alhambra fue Prokófiev, el niño prodigio que tuvo la mala idea de morirse 55 minutos antes que Stalin. La prensa de aquel día dedicó 115 páginas a la muerte del dictador y, en un breve apartado de la página 116, apareció él, considerado un genio de la música. La Séptima, un año antes, ganó los 100.000 euros del premio que concedía el mismísimo Stalin. Ironías de la vida. Sea como sea, la larguísima ovación fue pura democracia.
Para la segunda parte de la velada, el fantasma invocado fue el de Chaikovski, con su Patética, la sinfonía con la que el compositor anunciaba su trágico y solitario final. Seis días después de su estreno, el 6 de noviembre de 1893, Chaikovski murió. Se quitó la vida, dicen.
Y así, con esta historia cruzada de fantasmas rusos, el aquelarre melódico congregó a los viejos espíritus entre la talentosa Scala de Milán, la batuta de Chailly y el público del Festival. Un concilio con tintes de celuloide, pues Prokófiev y Chaikovski son dos de las grandes inspiraciones de la música de cine actual. Por momentos, en el Carlos V, sonaron los ecos originales de los que beben John Williams, James Horner, Howard Shore o Hans Zimmer. Esto es 'La Guerra de las Galaxias', 'Bravehart', 'El señor de los anillos' o 'Gladiator'.
Un concilio con tintes de celuloide, pues Prokófiev y Chaikovski son dos de las grandes inspiraciones de la música de cine actual
El cuarto movimiento de la Séptima de Prokófiev, de hecho, terminó con un guiño tintineante e imposible a los futuros 'Encuentros en la tercera fase', de Spielberg. Un encuentro como este, lúcido e imponente, en el que los fantasmas de Prokófiev y Chaikovsky, invocados por Chailly y la Scala, se marcharon conscientes, una vez más, de que ningún hombre que representa su papel en los sucesos históricos comprende su importancia. Solo los fantasmas pueden.
Con los abanicos incansables, pese a las horas, la música se despidió y, desde muy arriba, los rusos vieron maravillados el parpadeo incesante del Carlos V.
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