Una diva de blanco sobre fondo oscuro
La soprano norteamericana Sondra Radvanovsky derrocha voz y expresividad en el Patio de los Arrayanes
¿Son necesarias las divas? ¿Es necesaria toda una suerte de pequeños, medianos y grandes caprichos que no relataremos aquí y ahora para seguir cultivando su leyenda? El público que disfruta y normalmente paga no sabe, a veces, todo lo que hay detrás de un recital como, por ejemplo, el de ayer en el patio de los Arrayanes. Pero estamos hablando en abstracto, claro. De otra ciudad, de otro recital, de otros protagonistas. Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, como en las películas de Hollywood.
Dicho esto, anoche las puertas de uno de los recintos más impresionantes que imaginarse puedan para albergar un recital de música clásica volvieron a abrirse. Los cerrojos se descorrieron para acoger la cita con la soprano norteamericana Sondra Radvanovsky, titulada genéricamente 'From loss to love', de la pérdida al amor. Al fin y al cabo, dos caras de la misma moneda, que con frecuencia pagamos con mucho más dolor del que quizá debiéramos.
La norteamericana apareció en traje de chaqueta blanco para la interpretación de las dos primeras piezas del programa. La chaqueta desapareció para dejar espacio a la blusa y el pantalón, rematados por unos cómodos zapatos. Tras el descanso, Radvanovsky apareció con un vestido de noche amarillo, al parecer de una firma con nombre español, aunque no española La soprano hizo anuncios previos del repertorio al público, el cual pudo leer las letras de las piezas en sobretítulos sobre el arco central.
La diva cambió el final del recital, donde estaba prevista la interpretación de los 'Tre sonetti di Petrarca' de Lizst
El aforo estaba vendido desde que salió a la venta. La Radvanovsky tiene un bien ganado prestigio en títulos de raíz italiana, pero se defiende bien en prácticamente todos los terrenos, como demostró anoche. En un recital prácticamente calcado del que ofreciera en el Escorial en 2023 y muy parecido al del Liceo del mismo año, y con idéntico acompañante, Anthony Manoli –también de blanco, en una cómoda manga corta– hizo un paseo por las etapas que marcan cualquier relación amorosa. Comenzó con sello británico, y ese aria 'When I am laid in earth' ('Cuando yazca en tierra'), de 'Dido y Eneas', el famoso 'Lamento de Dido', previo a la tragedia con la que concluye esta interpretadísima ópera basada en el cuarto libro de 'La Eneida'.
Y de una reina a otra. De Dido a Cleopatra, otra amorosa sufriente. Nadie retrató como Haendel, el compositor-empresario (eso es un plus, volviendo a nuestro argumento inicial), los amores y desamores de Julio César y la faraona, en la ópera 'Giulio Cesare in Egitto', también conocida simplemente como 'Giulio Cesare'. De esta ópera, la soprano cantó 'Piangeró la sorte mia', aria del tercer acto. No sabemos, sinceramente, si tanto esta aria como la anterior, enmarcadas en la sonoridad de una orquesta barroca, habrían quedado mucho mejor que con el único acompañamiento del piano. Lo cierto es que precisan de una notable capacidad vocal para cantar todas las notas de la partitura sin temblar, mucho más cuando las aceleraciones y deceleraciones del 'tempo' complican la ejecución. Un aria para exhibirse, sin duda, y la Radvanovsky hizo lo que se esperaba de ella.
Ya había entrado en calor, algo no muy difícil, a pesar del refrescón vespertino que vino del cielo. Tras lanzar un piropo a su marido, se desposeyó de la chaqueta y continuó con algo tan refrescante como estepario: tres canciones de Rajmáninov: la primera, 'Ne poi, krasavitsa' op. 4, número 4, a partir de un poema de Pushkin, perteneciente a la época inicial de su creación. Luego, interpretó 'Zdest'khorosho', una alegoría de 'beatus ille' y finalmente, 'Ya Zhdu Tebya' ('Te estoy esperando'), una perfecta traslación musical de aquel dicho que afirma que el que espera, desespera. Tras completar el ciclo de tres obras, se produjo una de las grandes ovaciones de la noche, rematada con unos 'Bravo' que también proliferaron.
Centroeuropa
Después de pasar por Inglaterra y Rusia, Radvanovsky se quedó a medio camino para adentrarse en los siempre agradecidos (y no por ello menos complicados) 'lieder' de Richard Strauss. De estos interpretó cuatro: 'Allerseelen', 'Befreit', 'Morgen!' y 'Heimliche Aufforderung'. Cuatro canciones que navegan entre la invitación amorosa y las devociones, entre lo inapelable de la muerte y la necesidad previa de vivir todo lo que se pueda.
Después de un descanso de 15 minutos y una propina con reminiscencias paternas, llegó el guiño contemporáneo de la mano de Jake Heggie, compositor norteamericano de éxito no descollante que ha compuesto, sin embargo, para muchas de las divas internacionales. Y tras su 'If I had known' (si hubiéramos sabido tantas cosas… pero nadie sabe en realidad),la diva interpretó la esperada 'La mamma morta' de 'Andrea Chenier' de Umberto Giordano, una de las arias cumbres del repertorio de Maria Callas, popularizada por ser la música que sonaba en la escena casi final e igualmente cumbre de 'Philadelphia', la película que en su día protagonizara Tom Hanks en torno al VIH. Un aria plena de emoción, muy exigente, interpretada con solvencia. «Soy la vida», dice en un momento la letra. Y así es la vida, a veces. Tal como nos la cantan, no como nos la cuentan. El final previsto, no el real, eran los 'Tre sonetti di Petrarca' de Lizst, pero la soprano lo cambió a su antojo, poque las divas tienen esa capacidad. En cualquier caso, una cálida noche lírica que al final el viento se encargó de refrescar. Y la constatación de que el marco incomparable de Arrayanes sigue siendo tal.
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