Enrique Ochoa, el artista que siempre estuvo donde debía
La sala Zaida de la Fundación Caja Rural Granada acoge una muestra que le une a Lorca y a la Generación del 27
Enrique Ochoa (1891-1978), pintor, músico, ilustrador, no es uno de los nombres que más suenen en las historias oficiales del arte del siglo XX. Pertenece a ese grupo de artistas que supieron estar siempre donde debían, al lado de sus amigos, testigos casi silentes pero cualificados para contar la historia a través de sus obras, fueran estas portadas de novelas 'pulp', 'best–sellers' de Blasco Ibáñez o Fernández Flórez o retratos que mostraran la mujer tal cual era en cada momento, o tal cual las miraba. Consiguió siempre encontrar un elemento distintivo, único, que convirtió sus creaciones, casi, en una guía evolutiva del arte de las primeras décadas de la pasada centuria. Podríamos decir que Ochoa tomó el compás del tiempo en sus manos, trasladando el ángulo que se reflejó en el arte desde los últimos años del XVIII y los primeros del XIX hasta el siglo XX, en una trayectoria personal que de esta manera se colocó paralela a la de Goya o incluso la de Picasso. Quizá pueda parecer arriesgado decir esto, pero hablamos de trayectorias, no de repercusión. Para extrañeza de su nieto, custodio de su legado en la Fundación homónima y comisario de la exposición, José F. Estévez, su obra aún no ha sido objeto de la atención académica debida, aunque a tenor de lo que se puede observar a partir de hoy y hasta el 2 de mayo en la sala Zaida de Fundación Caja Rural Granada, ciertamente la merece.
La muestra lleva por título 'Ochoa+Lorca: plástica musical' y cuenta con el apoyo de HLA y Cremades & Calvo Sotelo. En el acto vespertino de inauguración, el presidente de Caja Rural Granada, Antonio León, destacó su satisfacción por exponer, por primera vez en Granada, parte de la colección del artista nacido en El Puerto de Santa María, «de enorme trascendencia y relevancia, fuente de inspiración de su generación». Todo, «dentro del compromiso de nuestra Fundación de ofrecer una programación cultural de calidad pero, también, de programar actividades que nos permitan acercarnos a nuestras raíces, a nuestra historia y al arte andaluz».

En este sentido, agradeció a José F. Estévez, y a la institución que dirige, «el haber contado con nuestra institución para dar a conocer estas obras de un creador que destacó por su capacidad para fusionar el modernismo con las vanguardias artísticas creando un lenguaje pictórico propio, pero, también, por ofrecer su particular visión de la mujer a la que también se rinde homenaje».
Un catálogo de calidad
En una época en que los catálogos de calidad están en manos normalmente de grandes instituciones, llama la atención el mimo del que acompaña a la muestra. Casi un centenar de páginas con interesantes estudios previos y reproducciones de las obras expuestas, La más emblemática de estas es, sin duda, la que sirve de tapa a dicho catálogo, 'El poeta Federico García Lorca. Granada, 1933', perteneciente a la colección de la Fundación Enrique Ochoa y junto a cuya cartela aparece la dedicatoria en verso del fuenterino: «Anunciaciones lunares y Arcángeles transparentes, negro pelo verdoso de mujeres andaluzas. Música de canciones con el ritmo de cadmio claro. Amarillo limón, violeta pálido. ¿Pintor? ¿Músico? ¿Poeta? Creador». El poema destila una admiración sincera, y quizá la identificación con ese artista que quiso, y pudo, ser todo.
A Ochoa le unieron a Granada lazos afectivos. Su esposa, Julia Puertas, era granadina. Su conexión poética comenzó ilustrando las obras completas de Darío y Verlaine, e hizo de Lorca su icono, mostrándole en sus exposiciones y asumiendo, incluso, riesgos por ello. Su obra 'El poeta' donde se identifica claramente al fuenterino en el hipotético inicio de su senectud, aunque no se le designe, tocado, por cierto, con una gorra que el propio autor le presta, es una buena manifestación de ese cariño que trascendió la muerte.

Del pintor dijo precisamente Rubén Darío que es «el artista que pinta sus madrigales». Partiendo de la conformación clásica del arte, fue precursor de las vanguardias y el surrealismo, y un ilustrador clave de cabeceras de muy diverso signo, como La Esfera o el 'Blanco y Negro' de ABC, de quien fue su primera figura de 1916 a 1931. Es difícil encontrar a un artífice español que haya reflejado más fielmente el espíritu de la 'Belle Époque' a través de los rasgos femeninos. Se puede afirmar, incluso, que existe una 'mujer Ochoa', parafraseando el título de la exitosa exposición celebrada en el Museo Cerralbo de Madrid en 2016. Algunas de las obras exhibidas en la sala Zaida, como 'La maja del abanico' (para La Esfera, 1919) o la titulada genéricamente 'Ilustración' (¿quizá prevista para 'Blanco y Negro?) son referencias destacables. Luego, pasando por referencias 'modiglianas' (Ochoa conoció al italiano en París), se evoluciona del realismo al impresionismo en los entornos y el vestido, manteniendo unos rostros, y sobre todo unos ojos, que persiguen al observador.
En 'Caras y cemento', Ochoa dibujó a los protagonistas de la Generación del 27, y en su serie dedicada a 'Romancero gitano', pintada en los años 50, se revela como un surrealista de libro. La música está presente en obras como 'El ángel rosa en la Pasión según San Mateo', 'La catedral sumergida' o 'El pájaro de fuego'. Una 'Trilogía de la Guerra Civil' le conecta con 'Los desastres de la guerra' goyescos. Porque Ochoa quiso y pudo.
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