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María José y Alejandra, hijas de Dolores Montijano, en la sala de exposiciones de Gran Capitán. J. A. M.

Dolores Montijano, una maestra de la vida y el arte en Gran Capitán

Pionera, trabajadora incansable, a veces rebelde, más de 40 obras recuperan el legado de la artista fallecida en 2024

Viernes, 18 de abril 2025, 00:36

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Una de sus obras en el pasillo de la casa del poeta Rafael Guillén fue mi primer contacto con el arte de Dolores Montijano. Una creadora que siempre generó admiración –y alguna que otra envidia– por su consecuencia y ese deseo de ser fiel a sí misma lloviera o tronase. De ella dice el también artista plástico y amigo, José Manuel Darro, que «tejió con sus manos un tapiz de abstracción y grabado donde la entrega y la creatividad danzan en una mirada inquieta. Su arte, puente entre la lírica y la figuración, respira la fuerza de quien ha sabido conjugar técnica, emoción y espíritu renovador». No cabe duda de que la muestra 'Dolores Montijano. Memoria de una vida', que puede contemplarse en la sala de exposiciones municipal de Gran Capitán hasta el próximo 24 de mayo, ofrece al visitante la posibilidad de comprobar, punto por punto, la veracidad de las afirmaciones de Darro. A través de más de 40 obras pertenecientes a toda su trayectoria, se puede encontrar a la artista, pero también a la maestra, e incluso a la madre de María José y Alejandra de Córdoba, sus hijas, custodias de su legado con el resto de su familia y muchos amigos, quienes han puesto en pie este merecido recuerdo que debió exponerse en vida, pero que 'las cosas de Palacio' ralentizaron más de lo previsto.

De su extraordinaria capacidad para mostrar no sólo el cuerpo sino el alma de los retratados da fe la serie más antigua –de los años 50– donde se incluyen los rostros de Dolores Santiago, María Ruiz o un anciano anónimo, quizá cercano a sus vivencias alcalaínas –de Alcalá la Real, Jaén– de donde era originaria. A partir de aquí, comienza una evolución a partir de la búsqueda, constante, de temas y técnicas, de inquietudes y reencuentros consigo misma, derivados de una existencia donde a veces las dudas pudieron más que la certezas, aunque nunca pareciera que fue así.

Vitrina con libros y artículos de prensa en torno a la artista. J. A. M.

«Nuestra madre fue un puntal importante de la cultura en esta ciudad desde los años 70», dice María José de Córdoba, no sólo hija sino discípula y compañera de trabajo durante muchos años. «Impulsó la introducción del movimiento vanguardista a través del grabado, con nuevas técnicas, y fue maestra de varias generaciones de grabadores, no sólo de Granada, sino de fuera». Su taller en el Realejo ha sido el más longevo en su funcionamiento, más de dos décadas. Precisamente, una de las claves de su trayectoria es que nunca tomó descansos hasta 2022, cuando su enfermedad empezó a mermarla, no sin un gran disgusto por su parte, ya que nunca aceptó muy bien las limitaciones de ese tiempo que a todos nos alcanza.

«Esta es una oportunidad única para ver la obra reunida, porque pertenece a colecciones privadas muy diversas, entre ellas las de nosotros, sus hijos, así que quien quiera tener una visión de conjunto del trabajo de mi madre debe acudir a esta muestra, que luego se exhibirá en su Alcalá natal desde el 3 de junio al 6 de julio», afirma Alejandra de Córdoba. El montaje, añade, tiene una intención, cual es exponer paralelamente su caminar por la vida y su producción. El primero está representado, por ejemplo, en esa obra, 'Hospital', que data de 2017 y que recibe al visitante, donde la propia autora evalúa el paso del tiempo en sus piernas, tornasoladas por sus vivencias. Al lado de esta creación, 'Pisada rota', de la serie '¡Paz, por favor!', datada en 2000, revela su deseo de seguir pisando fuerte, de seguir haciendo.

Amigos y útiles

En las diversas vitrinas situadas en los rincones, quedan representadas las distintas etapas de su vida. Sus libros, las fotos con amigas como la poeta Mariluz Escribano, compañera de tantas causas, y las noticias que sobre ella publicaron diversos medios locales y nacionales... Especialmente emocionante es ver los útiles de grabación y ese tórculo al que en tantas ocasiones dio vueltas, sobre el que cuelga la bata manchada por los colores de su existencia. Montijano no fue profesora de la UGR por cuestiones administrativas, pero creó en paralelo una escuela de su especialidad tan importante como la propia Facultad de Bellas Artes, de tal manera que lo usual era que los profesores aconsejaran a los alumnos tener contacto con esta mujer indomable si verdaderamente querían conocer las muy diversas posibilidades que el grabado podía ofrecerles.

Útiles de la artista y su bata, en una de las salas. J. A. M.

Montijano fue, en cierta medida, una sonriente gendarme que controlaba el tráfico existente entre literatura y arte en los años 80 y 90, cuando esa Granada que primero dibujó oscura y que luego fue tiñendo de color se desperezaba, tras ser una de las más provincianas y obtusas ciudades de nuestro país. En una esfera dominada por los hombres, se supo ganar el respeto y la admiración de quienes la valoraron y quisieron, e incluso de quienes, manteniendo en secreto lo primero y evitando a su pesar lo segundo, acabaron rindiéndose a su magisterio.

«Fue una mujer muy intensa, que proyectaba sus experiencias –incluyendo sus momentos de desesperación– en su arte», afirman sus hijas. Para conocerla en profundidad, es imprescindible acercarse a Gran Capitán, donde les espera su legado.

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