Cuando el comercio de Granada se convirtió en arte urbano
Expertos abogan por la catalogación de tiendas centenarias por su valor artístico y urbanístico
La Granada de toda la vida, la 'Graná' de los barrios históricos y de los edificios centenarios, sigue albergando comercios que son verdaderas joyas por su valor artístico, urbanístico e histórico. Artístico porque hay elementos, externos e internos, que son auténticas obras de arte. Urbanísticos porque son el origen –y la denominación– de muchas calles de la Granada de hoy día (Cuesta de los Abarqueros, Ronda del Alfarero, Almireceros, Callejón de Antonino... ) E históricos porque por ellos han pasados personajes imprescindibles para entender la Granada contemporánea como Federico García Lorca.
Hay expertos urbanistas como el arquitecto Juan Carlos García de los Reyes que abogan por su catalogación y protección como si se tratara de un Bien de Interés Cultural (BIC). «La concepción del patrimonio va más allá de iglesias y palacios», manifiesta García de los Reyes. «Cada vez incorpora más cuestiones etnológicas», añade. Un concepto que, bajo su punto de vista, también incluye actividades económicas mantenidas a lo largo del tiempo como puede ser la comercial. En este sentido, recuerda que en Granada ya existe un precedente, el Café Suizo, que mantuvo toda su esencia pese a convertirse en una hamburguesería. «La decoración, las fachadas, los muebles... de este tipo de locales deben conservarse». García de los Reyes entiende que el comercio tradicional, con todos sus valores, «es un pilar esencial de los centros históricos, que deben estar habitados». «El paisanaje define el paisaje».
Fue un 11 de octubre de 1939, poco después de que acabara la Guerra Civil. Juan Francisco Espadafor abría por primera vez las persianas de Bodegas Espadafor en la calle Tinajilla. Y fue el 10 de enero de 2019. Miguel Espejo, marido de la nieta del fundador, las bajó por última vez. Casi ochenta años entre uno y otro momento. Casi ochenta años de aventura. Aún quedan restos del letrero en la pared en la fachada de un bloque que, más pronto que tarde, se convertirá en un hotel.
No hay más que darse un paseo por el centro de la capital para observar los muchos vestigios que quedan de la Granada de hace veinte, cuarenta, cincuenta e incluso más de cien años. Carteles de comercios, por ejemplo, en los que han comprado hasta cuatro generaciones de granadinos. El de la librería Urbano en la calle Tablas, el de la Verdad en Capuchinas, el del videoclub Hollywood en Martínez de la Rosa, el de la perfumería los Roques en plaza de toros... Pero también el de establecimientos que, pese a la bestial competencia de ese lobo con colmillos afilados llamado 'grandes superficies', los problemas de relevo generacional y otros avatares no menores, siguen abriendo sus puertas todos los días. Poner un pie en ellos es viajar al pasado.
Muchos se encuentran en el entorno de la plaza de la Trinidad y, a pesar de todo, gozan de buena salud. El más longevo de Granada es Óliver, un ultramarinos de apenas doce metros cuadrados y casi ciento setenta años de antigüedad. Ahí es nada. Al frente de la nave, desde hace más de veinte años, Rafael Rodríguez, que no para de despachar bolsas de frutos secos, pero también otro tipo de productos, como aceite de oliva virgen extra o vino comercializado con su propia marca, toda una institución por estos pagos. «Viene gente de todos los barrios de Granada y de los municipios del área metropolitana», explica Rodríguez. Una tienda que, por su ubicación, tuvo que ser forzosamente referencia comercial de personajes ilustres de la Granada del siglo XX. Está al lado de la casa de los Rosales en la calle Tablas y de la Facultad de Derecho.
Quiosco de Enriqueta
Justo enfrente está el quiosco de pan que regenta Pilar Serrano y que ya ha superado las ochenta primaveras abierto al público. La gente del barrio lo conoce como el 'quiosco de Enriqueta', la mamá de Pilar, un personaje que marcó una época en el histórico barrio de la Magdalena. «Nosotros somos lo que somos y seguimos aquí gracias a ella», confiesa Pilar con voz entrecortada mientras enseña una fotografía de su progenitora, situada junto a una imagen de San Pancracio y otra del Sagrado Corazón de Jesús. «Recuerdo que, cuando era pequeña, la plaza de la Trinidad se llenaba todos los días de familias y de críos y crías saltando y jugando a la rayuela», dice Pilar, quien tampoco olvida el paso del tranvía y los puestos de melones. «Ahora lo que suenan son los estorninos». «Cuando falleció mi madre pensábamos que esto se vendría abajo, pero los clientes, que son los hijos y los nietos de cuando estaba ella (Enriqueta), siguen viniendo para llevarse el pan, las tortas o las magdalenas que elaboramos todos los días en el obrador familiar que tenemos en Alhendín hace más de ochenta años», comenta Pilar, mientras el teléfono no deja de sonar. «¿Te quedan mochos? Guárdame dos». Hasta cincuenta llamadas recibe todas las mañanas pidiéndole que le aparte alguna de sus delicias. Sólo necesita descolgar el teléfono y escuchar la voz para saber quién es y qué quiere.
Muy cerca de la plaza Trinidad, en la calle Jáudenes, se halla la Espartería San José, fundada en 1907 por Antonio Rosales, bisabuelo de Jesús Molina, que ahora lleva las riendas de este negocio de 112 años, que se dice pronto. En este comercio, con la fachada pintada de verde, puede encontrar todo lo que pueda imaginar –y algo más– fabricado con esparto, pero también otros muchos artículos artesanales hechos en mimbre o madera (persianas, bastones, atriles preparados para aguantar el peso de los tomos de oposiciones...) Merece la pena asomarse al escaparate.No faltan ni las rimas: «Cubiertos de boj con los que las comidas saben mejor». Marketing del siglo XX que sigue igual de vigente en el siglo XXI. «Ahora sólo abren multinacionales y franquicias con unos horarios que son inasumibles para nosotros», comenta quejoso Jesús, que todos los días recibe la visita de su padre Manuel, 65 años 'tirando del carro' hasta que le sucedió su hijo Jesús, que iba para farmacéutico –de hecho llegó la licenciarse–, pero que al final se decantó por la espartería, que en 2018 recibió el premio Prestigio Turístico de Granada. «Última espartería tradicional y familiar de profesionales altamente cualificados y amable atención, que destacan por ofrecer una excelente calidad en sus manufacturas», reza la mención.
Gran parte de esos 'comercios de toda la vida', los que se quedaron en el camino y los que aún perviven, se ubican en lo que hoy día se conoce como 'centro comercial abierto' de Granada. Un área que engloba espacios tan emblemáticos como la plaza Bib Rambla o la plaza de las Pasiegas. Allí, a la sombra de la Catedral, está Cuadros Mora, con noventa años de trayectoria. El primer propietario (1928) fue Juan Mora. Ahora están su nieto Juan Manuel y su bisnieto David. Cuatro generaciones. «Hoy día las máquinas han avanzado mucho, pero el espíritu de la profesión está en lo manual, y ahí seguimos nosotros», confiesa David. Por Marcos Mora han pasado pintores como George Owen Wynne Apperley o el acuarelistaRafael García Bonilla. Pero también han atendido encargos para los diseñadores Vitorio y Luccino, El Fandi o Andrés Iniesta. Juan Manuel ha sido testigo de la transformación de las Pasiegas en los últimos cuarenta años. De la tierra al mármol. De la gente de los pueblos a los turistas. De la Granada del siglo XX a la Granada del siglo XXI.
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