Málaga-Almería, el terror en la carretera
La Desbandá ·
Durante los primeros meses de la guerra civil, Málaga era un objetivo militar a conquistar y a defender. Con una gran población, la importancia de Málaga residía en su puerto, el más importante del sur del Mediterráneo hasta Cartagenajuanfra colomina
Almería
Viernes, 11 de febrero 2022
Con ese objetivo se lanzaron las tropas sublevadas, con ayuda de la aviación alemana e italiana, a conquistar su objetivo. Lo que pasó en febrero de 1937 ya es conocido: la concentración de las tropas sublevadas y la falta de efectivos y de un mando firme en la capital malagueña provocó su caída en los primeros días de febrero. Las consecuencias de aquel hecho es lo que ha estado más olvidada en los rincones de la historia y de la memoria. La brutal represión sobre los republicanos, o sospechosos de serlo, se saldó con más de 5000 fusilamientos y centenares de encarcelamientos. Pero otro episodio pasó por los caminos del olvido durante demasiados años: el crimen de la carretera de Málaga-Almería, la Desbandá o la huía. Depende del testimonio al que nos acerquemos lo llaman de una u otra forma. Pero todos, víctimas e investigadores, lo relatan de la misma manera: el terror.
El terror en la carretera
Sin la importancia dada en los estudios clásicos de la guerra civil, los trabajos de las últimas décadas han puesto de relieve la magnitud de aquel crimen contra miles de inocentes. Antes de Guernica fue Málaga. La obsesión de Franco por conquistar rápidamente Madrid hizo posible que Málaga aguantara unos meses en manos republicanas. Desde Sevilla, Queipo de Llano lanzaba misivas radiofónicas alertando a la población de Málaga que pronto un «círculo de hierro y fuego» acabaría con las resistencia de la ciudad. Y ese círculo de fuego y terror, ciertamente, se cernió sobre los malagueños.
Málaga, además, tenía un grave problema de refugiados, pues el triunfo de los sublevados en Sevilla, Cádiz y en la ciudad de Granada había provocado un éxodo masivo desde las comarcas colindantes. Málaga capital se atestó de gente a la que había que alimentar y dar cobijo. Icónicas son las imágenes de la catedral convertida en centro de refugiados y heridos.
El 8 de febrero de 1937 Málaga caída definitivamente tras la ofensiva de las tropas sublevadas, que contaron con las ayuda de los soldados italianos y la aviación alemana. Comenzaba así uno de los episodios más cruentos de la guerra española y una de las primeras movilizaciones masivas de población de la Europa de entreguerras. No hay consenso entre los investigadores sobre la cifra aproximada de población que huyó de Málaga: las últimas investigaciones sitúan en 300.000 las personas que huyeron de la capital malagueña y en 150.000 los que llegaron a Almería. Un informe del Capitán de Carabineros Federico Angulo confirma que «el espectáculo de la carretera, desde Adra hasta Almería, es algo que no encuentro palabras con qué explicarlo. La peregrinación de cerca de 200.000 personas, desde Málaga a Almería, a pie, algo que no tiene precedentes en la historia de las evacuaciones de guerra».
Si bien estas cifras varían de una fuente a otra, sí que hay un consenso en situar entre 150.000 y 200.000 los que huyeron y entre 50.000 y 70.000 los refugiados que llegaron a Almería. Los testimonios de los protagonistas de aquellos aciagos días no dejan de ser estremecedores y nos pone ante la pista de cómo fue aquella terrible «huía» hacia Almería. Gracias a las fotografías de Norman Bethune, Hazen Sise o Gerda Taro hemos podido preservar las imágenes de aquel horror que padecieron miles y miles de civiles que huían de una guerra y que fueron bombardeos y cañoneados por los barcos sublevados a lo largo de todo el camino de la costa.
Los cruceros Canarias, Baleares y Almirante Cervera cañonearon sin piedad disparando contra las montañas, que se desmoronaban sobre los refugiados. La aviación italiana y alemana realizaban vuelos rasantes ametrallando a mujeres, niños y ancianos. Las imágenes de cadáveres abandonados en las cuentas y entre las plantaciones de caña se han quedado grabadas en la memoria de muchas víctimas. Este éxodo se acabó convirtiendo en una masacre difícil de cuantificar. El crimen de la carretera de Málaga-Almería se convirtió en un hito de las nuevas directrices de guerra, donde la población civil se había convertido en un objetivo más de esta guerra total. Lo que ocurrió después de Málaga marcó un antes y después en la organización de acogida de refugiados y en la solidaridad de la población civil.
Almería, lugar de refugio
El 8 de febrero llegan a Adra las primeras columnas de ancianos, niños y mujeres. Son los primeros refugiados en entrar en la provincia de Almería. A lo largo de los siguientes días entrarían más de 50.000 personas. Todas ellas llegaron exhaustas, con el terror metido en el cuerpo. Gracias a la acción del médico canadiense Norman Bethune muchos, especialmente niños, lograron llegar vivos desde la costa granadina.
Ese mismo día Adra es bombardeada por la aviación alemana, dejando decenas de heridos y fallecidos, hasta tal punto de tener que abrir una fosa en la localidad de Puente del Río para poder enterrar a las víctimas. Eusebio Rodríguez Padilla relata, través de un documento del Archivo Militar de Ávila, cómo en aquel bombardeo «a núcleos y objetivos determinados con éxito, se emplearon 24 bombas de 10 kilogramos». El sonido de las bombas vino acompañado de los gritos y los lamentos de las víctimas, que se creían salvo y alejados del frente.
Miles de refugiados siguieron el camino de la antigua N-340 a su paso por El Ejido, Roquetas y Vícar hasta llegar a la capital. La ciudad se atestó y los refugiados quedaron asentados en decenas de calles de todo el casco histórico, el parque Nicolás Salmerón, la Rambla, las cuevas de La Chanca y la Alcazaba o el puerto. Almería, cuidad de retaguardia, vio doblar su población en apenas unos días. La falta de espacio para acoger a tal cantidad de personas, además del estado lamentable en el que se encontraban la mayoría de los refugiados, provocó una ola de solidaridad entre los almerienses, que se prestaron rápidamente a ayudar con alimentos y refugio.
Pero con la llegada a Almería no habían acabado los sufrimientos para los refugiados. La tarde del 12 de febrero, cuando el puerto de Almería y sus alrededores estaban atestados, fueron bombardeados por aviones alemanes e italianos. Lo que parecía un objetivo militar, el puerto, se convirtió en un ataque contra la población civil. Las bombas cayeron sobre ellos en el puerto y en otras calles del centro de la ciudad. Otro día de horror y dolor.
Después de Almería
Durante los días y semanas posteriores los refugiados fueron trasladados hacia el interior de la provincia o las comunidades del Levante mediterráneo. Almería no era un lugar seguro para ellos ni tampoco la ciudad tenía capacidad para mantener a tanta gente. El Comité de Refugiados organizó sus traslados a través del ferrocarril y los barcos hacia Murcia, Alicante, Valencia y Cataluña. Otras centenares de familias decidieron quedarse en Almería a pesar de la cercanía del frente y el miedo continuo que habían interiorizado.
En el verano de 1937 miles de refugiados malagueños habían llegado a Barcelona, donde rehicieron sus vidas de la mejor manera que pudieron o supieron. El resto de la guerra lo pasaron huyendo de las bombas sobre la Ciudad Condal, en las fábricas de guerra o en el día a día de una normalidad de guerra.
Pero no sería el final para muchos de ellos. La caída de Barcelona en enero de 1939 provocó su segunda 'desbandá'. Dos años después tenían que volver a huir de las tropas sublevadas y de la represión y cruzar la frontera francesa para poder salvaguardar su vida y su libertad. Atrás dejaban, de nuevo, sus vidas, sus pertenencias y, aunque no lo sabían, muchos dejaban también su tierra para siempre.
Fueron alrededor de 500.000 españoles lo que se tuvieron que exiliar. Muchos era militares y milicianos del ejército republicano, pero también fueron miles los refugiados civiles los que marcharon, entre ellos bastantes de los que huyeron de Málaga en febrero de 1937, hace ahora 85 años.
Francia no fue el país de acogida que ellos esperaban. Los campos de concentración, la separación familiar, la incertidumbre y un idioma que no conocían vino a sumar más penurias, agravadas con la llegada de los II Guerra Mundial, los campos de exterminio nazi y la diáspora por América. Pero eso ya es otro capítulo.
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